¡Cuidado SPOILERS!
* Si no has visto el FINAL de 'La casa de papel', ¡no sigas leyendo!
'La casa de papel' es una serie de amor. No es acción ni drama, ni violencia, como dice Netflix. Es, sobre todas las cosas, una ficción romántica. Apareció en 2017 en Atresmedia y se mudó a un Netflix adinerado en la tercera temporada. Ahí todos pensaron que el camino empezaba de nuevo. Que los efectos especiales traerían más fidelidad, que las imágenes con drones y cámaras carísimas pondrían a la serie en el punto de mira. Pensaron que con la plataforma vendría todo el éxito internacional. Y vino. La serie creció, se hizo mayor. Dejó de ser un formato nacional de más de una hora que nos costaba mucho ver en la tele porque terminaba muy tarde entre semana, a ser un pedacito de cuarenta o cincuenta minutos para verlo en cualquier sitio y a cualquier hora. En cualquier país del mundo. Pero 'La casa de papel' triunfó porque es una serie de amor.
De amor entre una niña rebelde y un chico callado y reservado. Entre una secretaria de infarto y un kinki de barrio. Entre un genio rarito y una mujer desgraciadamente vulnerable. Entre dos hombres que han sido amigos toda la vida. Amor improvisado, amor en medio de un atraco, o amor en flashbacks. Decían con 'Juego de Tronos' que la serie tuvo tanta repercusión porque aparecían tantos personajes, tantas tramas, que era imposible que el espectador no se sintiera identificado con al menos uno de ellos. Aquí pasa un poco lo mismo a una escala no mucho menor. Son muchos, las posibilidades crecen. Puedes ser Tokio cuando te vuelves loca, Dénver cuando todo te da igual o El Profesor cuando necesitas cordura. Puedes ser todos y puedes enamorarte igual que todos.
El personaje de Úrsula Corberó lo dice varias veces a lo largo de la serie en su faceta de narradora. Que el amor es el motor que mueve todo. Fue el amor lo que hizo que la exmujer de Berlín conociera el plan para robar el Banco de España. Fue el amor lo que hizo que Berlín diera el paso para atracar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Fue el amor lo que movió a Tokio para rogar entrar en el segundo golpe. El amor lo que hizo que Lisboa entrara en el banco. También que Estocolmo se cambiara de bando. O que disparara a Arturito. Es el amor también lo que impulsa todas las decisiones de El Profesor. El amor por su padre, el amor por la tradición familiar.
Pero más allá de eso, quizás hay una idea que pesa mucho más: el romanticismo. Es lo mismo, pero no lo es. Romanticismo como sinónimo de optimismo, de posibilidades, de querer hacer las cosas y de tener la certeza de que van a salir bien. Berlín es un romántico, El Profesor es un romántico. Todos se contagian de ese romanticismo. De esa locura colectiva que resulta ser el último halo de genuinidad y esperanza en el mundo. Por eso también, 'La casa de papel' es tan grande. Porque cuando todo parece que va a acabar, empieza otra vez. Porque los matan, pero vuelven a luchar. Porque aparecen sus cuerpos saliendo del Banco de España y de repente las cremalleras de los sacos se abren. Porque esta serie tiene ilusión, tiene Fe, tiene el férreo optimismo de la infancia. Tiene amor.
Quizás hubiera sido un acierto un final en el que la banda no saliera ilesa. Quizás, por una vez, podríamos huir del final feliz. Pero ¿para qué? ¿por qué? Hay romanticismo en la tragedia, pero no hay optimismo. No hay amor. Terminar mal hubiera significado terminar con lo que los creadores llevan cuatro años construyendo. La banda no tenía que perder. La banda tenía que mantener su Fe para que todos pudiéramos seguir teniéndola. En la première de este volumen II de la quinta temporada, Úrsula Corberó dijo que había sobrevivido a 'La casa de papel'. Hasta eso es romántico.
Sobrevivir, creer, tener esperanza, ser optimista, amar. No es una serie de acción, no triunfa por la grandeza ni por la inversión. Eso es solo el envoltorio que lo viste todo para que se luzca y llame la atención. 'La casa de papel' es una serie de amor. La parte final es el clímax. Pasen y sobrevivan porque este es el beso de la despedida.