Dirigida por Olivier Assayas y protagonizada por Charles Berling, Juliette Binoche, Edith Scob, Jérémie Renier, Dominique Reymond, Valérie Bonneton e Isabelle Sadoyan, 'Las horas del verano' llega a nuestras carteleras el próximo día 14 de noviembre.
La película narra los caminos de tres hermanos en la cuarentena que chocan cuando su madre, encargada de gestionar la excepcional colección de arte del siglo XIX que perteneció a su tío, muere repentinamente. Los tres se verán obligados a entenderse y a limar sus diferencias. Adrienne, una diseñadora con éxito en Nueva York, Frédéric, un economista y profesor universitario en París y Jérémie, un dinámico hombre de negocios asentado en China, deberán enfrentarse al fin de su niñez, memorias compartidas, orígenes y su particular visión del futuro.
Elegancia asiática
Se hace cada vez más extraño encontrar a un cineasta que tenga la capacidad de contar tanto con tan poco como ocurre con Olivier Assayas.
Tras ese radical cambio de registro visto en sus tres últimos trabajos, 'Demonlover', 'Clean' y 'Boarding gate', los cuales parecen haber conformado un inconsciente tríptico sobre la globalización, el cineasta galo regresa a títulos como 'Finales de agosto, principios de septiembre' o 'Los destinos sentimentales', en una película que, como el propio Assayas afirma, es la más taiwanesa de su filmografía.
Y es que, a pesar de regresar a su tierra natal para narrarnos una historia intimista y familiar, Assayas parece seguir las premisas narrativas y estéticas de cineastas como Wong Kar-Wai o Tsai Ming-Liang, dando una primordial importancia tanto a los espacios como a los silencios, amén de la propia decoración, que en Las horas del verano adquiere una especial relevancia. Al contrario de lo que pueda parecer en primera instancia, 'Las horas del verano' evita en todo momento el melodrama generacional, optando por un pausado retrato de unos personajes unidos por los recuerdos y la sangre pero distanciados por tiempo y espacio (de nuevo esa globalización), que ven cómo su último nexo común desaparece.
Es en este punto donde Assayas nos brinda el primero de sus muchos simbolismos, pues Hélene y su solariega casa no dejan de ejercer la misma función, no dejan de ser la misma cosa, convirtiéndose ésta última en una suerte de prolongación de la primera, al mismo tiempo que ambas simbolizan una ruptura con la propia infancia de sus protagonistas, que ven como ahora les toca a ellos ejercer de adultos, convertirse en el nuevo referente generacional. Del mismo modo, las diferentes elipsis que conforman la evolución de 'Las horas del verano' tienen su propio reflejo en las estaciones en las que transcurren, creando así un sutil ciclo que se abre con la primaveral última reunión familiar presidida por la matriarca, y que se cierra con una última fiesta, al año siguiente y en la misma estación, organizada por la generación más joven.
Los lastres del pasado adquieren solidez bajo la forma de objetos a heredar, y la consecuente interrelación a través de éstos entre los personajes les hace reflexionar sobre sus propias vidas, recurriendo a un estilo eminentemente literario donde 'El jardín de los cerezos' de Anton Chekhov brilla con especial fuerza incluso en el propio entramado; por otro lado, cabe destacar que a pesar de dicha introspección y de la impronta nostálgica que impregna de manera constante cada uno de los planos a cargo de Eric Gautier, 'Las horas del verano' evita caer en todo momento en los formalismos del drama, aproximándose más bien a la melancolía de un modo de entender la vida familiar que hoy día se encuentra en pleno declive, centrándose en los diferentes personajes que deambulan por la verdadera protagonista de su historia y ofreciéndonos una historia menor e íntima en la que el retrato de sus protagonistas resulta verdaderamente loable, en especial la magnífica interpretación de Charles Berling.
Una pequeña joya a descubrir, al menos a mi entender.