'Leones por corderos' supone la séptima película dirigida por Robert Redford, entre cuya filmografía como director cabría destacar películas como 'El hombre susurraba a los caballos', 'Quiz show' o 'Gente corriente'.
En esta ocasión, el actor y director californiano cuenta en el reparto con Tom Cruise y Meryl Streep, además de él mismo, por suspuesto, para contar tres historias interconectadas: un congresista que pretende conceder una exclusiva a una veterana periodista, un profesor de universidad que trata de recuperar a un alumno aventajado de su clase, y dos soldados americanos destinados en Afganistán, antiguos alumnos del profesor.
Como era de esperar, las producciones críticas en torno a los sempiternos conflictos en Oriente no se han hecho esperar. O sí. Así pues, en este final de año llegan a nuestras carteleras la, para un servidor, algo oportunista crítica de Brian De Palma 'Redacted', la pretendidamente inocente y utópica 'Persépolis', esta 'Leones por corderos' y, ya en diciembre, 'La batalla de Haditha'. Y, a falta tan sólo de visionar ésta última, puedo decir sin asomo de duda que la película de Robert Redford se erige, con diferencia, como la más inteligente, demoledora, elegante y sutil crítica del conflicto irakí realizada hasta el momento.
Y es que Robert Redford, de mano de su guionista, Matthew Michael Carnahan, demuestra una habilidad asombrosa para adentrarse en el epicentro mismo del conflicto sin necesidad de enarbolar bandera alguna: a través de unos duelos interpretativos dignos de estatuilla, 'Leones por corderos' arremete contra política, prensa y sociedad por igual, dejando al descubierto una gris cromática de idealistas alegatos por parte de sus protagonistas, cuya propia ambigüedad defenestra el maniqueísmo imperante que parece haberse apoderado de la sociedad actual.
Crítica a la conciencia
Así pues, 'Leones por corderos' no señala con el dedo a un culpable, no nos presenta a cabezas de turco ni necesita servirse de la animalidad del ser humano para remover nuestras conciencias, pues retrata a la sociedad casi tan culpable como el propio brazo ejecutor, cómplice, consciente o no, de los males que esa misma sociedad denuncia. La película de Redford no puede dejar de obviar el hecho de que los dirigentes -en este caso norteamericanos, si bien podríamos trasladar los hechos a cualquier otro marco-, los políticos que supuestamente representan a la sociedad, han sido forjados por esa misma sociedad y son fruto de una política populista que encubre con un falso velo patriótico los verdaderos valores que mueven a todo conflicto.
Pero 'Leones por corderos' no se queda simplemente allí: refleja la hipocresía de nuestra sociedad del bienestar, una sociedad en la que las noticias del frente son una triste anécdota a pie de página de una noticia sensacionalista, una sociedad en la que afroamericanos e inmigrantes, en muchas ocasiones acusados de ser una suerte de virus de nuestra sociedad, son la primera línea de un conflicto abanderado por el éxtasis patriótico, una sociedad que critica y se lamenta de unos políticos que parecen haber llegado al poder a través de un golpe de estado, cuando ha sido la propia sociedad la que los ha elegido.
Yendo a la película propiamente dicha, decir que Leones por corderos se divide en tres escenarios, tres frentes, tres diálogos: en el primero, el congresista interpretado por un sorprendente Tom Cruise trata de ganarse nuevamente la confianza de una magistral Meryl Streep, sin duda lo mejor de la película, que camina sobre el delgado filo que separa sus ideales de sus intereses; por otro lado, tenemos a un profesor de universidad, veterano del Vietnam, que trata de hacer reaccionar a un alumno brillante desengañado con la política. Y, por último, nos encontramos con el nexo de ambas historias, una pareja de antiguos alumnos que, tras presentarse voluntarios, son enviados a la misión secreta en Afganistán que el congresista pretende vender a la reportera.
Resumiendo: 'Leones por corderos' es una película simplemente genial, con un ritmo trepidante y unos diálogos brillantes, enlazados entre sí con gran habilidad y secundados por puntuales imágenes de una fuerza poética extraordinaria, como el trayecto final en taxi de la reportera. Pero, sin duda alguna, el principal logro de la película es el especial énfasis que Robert Redford da al hecho de que no hay un único culpable ni para éste ni para ningún otro conflicto, pues la indiferencia, la desidia, la apatía y la indolencia nos hacen, en buena parte, cómplices de todo aquello por lo que nos quejamos, sin tratar de hacer nada al respecto.