En muchas ocasiones, las expectativas previas a una película son un factor que influye bastante a la hora de valorarla a posteriori. Además, siempre es importante tomar cierta distancia para opinar respecto a lo que uno ha visto. Es lo que me ocurre con 'Los tres mosqueteros' de Paul W.S. Anderson. Los antecedentes de este director me obligaban a esperar lo peor, y con más razón, después de haber visto su horrendo tráiler. Y lo confirmo, nos encontramos con una mala película, pero que entretiene muchísimo. Lo cual no es poco para los tiempos que corren.
Consciente de su mediocridad
Seamos claros, 'Los tres mosqueteros' podría ser lapidada con saña por su mediocre calidad, y tendría múltiples opciones por donde tirar. Pero debido a las nulas intenciones y pretensiones de sus responsables, me es imposible hacerlo. Queda claro ya desde las primeras escenas que nos van a ofrecer un argumento digno de cualquier persona de encefalograma plano, lo único que importa aquí es que te lo pases bien. Y eso lo consigue con creces.
En ningún momento se busca trascender, ofrecer algo serio o una revisión fiel a la novela de Alejandro Dumas. A riesgo de causar airadas reacciones de los amantes del clásico literario, vemos que el material original es manoseado con descaro, sin ningún respeto acorde a su prestigio. Pero viendo el resultado, a mí no me molesta demasiado. Se trata de una película excesiva, estúpida, hortera y cutre, pero en el buen sentido de la palabra. El producto ideal para pasar un buen rato.
Y a nivel visual la película también es otro despropósito, pero de tal calibre que acabas apreciando su cutrerío y nulo sentido de la estética. Una extraña combinación entre el clasicismo del marco temporal en el que se desarrolla la historia con aportes de modernidad y cierta innovación. Uno ya no sabe si es voluntariamente o solo total falta de talento, pero que al llamar vergonzosamente tanto la atención, le da su cierto encanto.
Entretenida tontería
En cuanto al argumento, con lo dicho anteriormente ya es de imaginar que no se han esforzado mucho. Ya no es que sea simple y previsible, es que no cuenta nada lo suficientemente trascendente, para bien o para mal. Simplemente es una especie de prólogo para iniciar una nueva franquicia. Todo su desarrollo es una pura anécdota para que D'Artagnan entre dentro del grupo de Los Mosqueteros. Puro relleno y precalentamiento de cara a nuevas aventuras, si la taquilla lo permite.
Pero incido nuevamente en lo mismo, el entrenimiento no descansa, y el resultado es tremendamente disfrutable. Especialmente destacan las escenas de acción. Por un lado las adrenalínicas y virtualizadas al servicio del más gratuito espectáculo y luego las más artesanales y tradicionales "luchas de espadas", en las que se agradecen las logradas coreografías y la ausencia de efectos digitales.
En cuanto a las interpretaciones, todos los actores cumplen en sus más o menos intrascendentes papeles. El personaje con más potencial y obviamente el más interesante es el del Cardenal Richelieu, interpretado por el oscarizado Christoph Waltz. El cual maneja todo a su antojo con el estúpido consentimiento de un rey aniñado, amanerado e ingenuo. Su personaje es perfecto para que la película gane enteros, siempre con la sensación de que su presencia está algo desaprovechada.
Un futurible título de culto para la generación de la informática
Entre los disparates con los que nos podemos encontrar en sus 110 minutos de duración, destacan: barcos volantes que no causan ninguna sorpresa a los presentes, armas actuales con toque rudimentario, acrobacias al más puro estilo Matrix o una MiLady que pasa de asesina a la vieja escuela a la Trinity del siglo XVII.
Despropósitos que masacran el espíritu de la novela pero al que la cinta homenajea a su manera manteniendo los viejos valores de honor y lealtad que la hicieron popular. Los más puristas rechazarán de pleno esta bizarra actualización pero por mi parte, ante la posibilidad de secuela, no puedo resistir soltar un: "Más, por favor, señor W.S. Anderson".