Los lunes suelen hacerse duros. También para el cinéfilo medio en el Festival de Cine de Gijón. La sección oficial competitiva brindó ayer dos propuestas para espectadores iniciados en esto del cine "de arte y ensayo" con resultados más bien frustrantes a la vista de la acogida de prensa y público.
'Iceberg' del Gabriel Velázquez es la única cinta española a concurso. Rodada en Salamanca con ritmo pausado, desarrollo contemplativo y pretensiones poéticas en su relato de adolescencia confusa, merece un único calificativo: fallida.
Peor es el caso de 'Low Life'. El francés Nicolas Klotz convenció en Gijón hace un par de años con 'La cuestión humana' que le dio el premio al mejor actor al magnífico Mathieu Amalric. Sin embargo con su nueva ficción a concurso, Klotz ha caído de lleno en el abismo de la pedantería. La historia de los miembros de una especie de neo-comuna antisistema francesa no solo resulta fatigosa e irrelevante, sino que irrita con un enervante festival de soliloquios filosóficos recitados con convicción por sus insoportables personajes, entre ellos un poeta okupa afgano al que hay que ver (y oir) para entender lo grotesco del asunto. Para salir huyendo, cosa que hizo parte de los asistentes al pase de prensa.
Acertado relato de infancia
Salvó el día una película tan sencilla como agradable, tan apacible como inspiradora. El belga Bouli Lanners, que ya ganó el festival hace unos años, vuelve a tener opciones de palmarés vista la buena acogida de su nuevo film 'Les géants', una historia de "niños perdidos" en entorno bucólico a medio camino entre 'Nobody Knows' de Kore-Eda y 'Cuenta conmigo' de Rob Reiner.
Con aroma de fábula, cuenta las andanzas veraniegas de unos adolescentes a los que sus padres dejan solos en verano en la casa de su difunto abuelo. Una preciosa oda a la amistad, la infancia y la inocencia, cuyo mayor valor, además de una evocadora y luminosa fotografía, es la naturalidad y carisma de su joven reparto que construye en la pantalla una pandilla entrañable cuyas travesuras, arrebatos y frustraciones logran dibujar una continua sonrisa nostálgica en el espectador.
El festival alcanza su ecuador cuando aún quedan numerosas citas de gran interés, esperemos que en la estela del film belga de Bouli Lanners, y no en la "línea dura" de vanguardismo hueco de Nicolas Klotz.