Un magnético prólogo nos describe tres historias reales protagonizadas por la fatalidad y los caprichos del destino. Un narrador nos dice que se niega a creer que es el azar el único que explica estos sucesos, pues ocurren constantemente. Con semejante arranque es fácil engancharse desde el inicio a la enrevesada, compleja, densa a veces y casi siempre fascinante trama de 'Magnolia', película en la que a partir de esas anécdotas, Paul Thomas Anderson construye un monumental fresco sobre el perdón y la superación de los traumas de un nutrido grupo de desamparados cuyas vidas se cruzan en la ciudad de Los Ángeles.
Poco que ver con la simpleza obvia de películas como la sobrevaloradísima 'Crash' (que a pesar de que evidentemente bebe del film de Anderson, no es más que una pálida fotocopia mainstream de este radical producto de autor), el espíritu de 'Magnolia' y su estructura son mucho más cercanos al cine de Robert Altman y sus 'Vidas cruzadas'. Pero si Altman utilizaba la forma coral para diseccionar los defectos de sociedades, subgrupos o culturas concretas, a Paul Thomas Anderson le interesan más cebarse con las miserias individuales, para finalmente tener piedad con sus criaturas y encontrar un catártico alivio a sus fantasmas.
Nueve historias que se enlazan y dejan al descubierto las miserables existencias de personajes adictos, acomplejados, carcomidos por la culpa o sencillamente perdidos sin rumbo... No es desde luego el film de Paul Thomas Anderson, con sus tres intensas horas de metraje, una película para distraerse un domingo por la tarde, pero sí, por insólita, sincera y arriesgada, un título imprescindible de finales de los 90 y una de las películas más memorables de su aclamado autor.
Hay hueco entre el asfixiante drama (tan impactante como ese momento en el que Tom Cruise se ensaña con su padre moribundo) para que se filtre en él un humor negro enrevesado, entre lo liberador y lo cruel, además de digresiones narrativas propias de un maestro de su oficio, que convierten a Magnolia en una obra tan inspirada emocionalmente como virtuosa cinematográficamente, con un sello de autor perfectamente visible, sin miedo a asumir riesgos y buscando siempre la originalidad, algo digno de alabar aunque por momentos patine (la meliflua canción de Aimée Mann que cantan en un encadenado musical todos los personajes, o el discutible aunque impactante momento de la simbólica lluvia anfibia).
Es por tanto 'Magnolia' una de esas películas que no dejan indiferente. Un impresionante ejercicio narrativo y un arriesgado hundimiento en la torturada psicología de unos personajes que comparten dentro de su heterogeneidad, almas solitarias desoladas y espinas del pasado tan profundamente clavadas que les impiden avanzar en su presente. Y es que aunque sus meandros narrativos puedan por momentos distraer, o durante sus 180 minutos haya instantes en que la atención del espectador decaiga, pocas veces se ha visto un melodrama sobre la redención tan ambicioso, original y finalmente revelador.
Reparto estelar
Todo ello además con la baza estelar de un reparto de postín, que une a Tom Cruise como gurú sexual torturado, a un patético ex niño prodigio interpretado por William H. Macy, un crepuscular y nostálgico presentador de tele al que da vida Phillip Baker Hall, un candoroso enfermero con el rostro de Phillip Seymour Hoffman o una desquiciada Julianne Moore. Todos están entre el notable y la matrícula de honor, aunque solo Cruise rascó una nominación al Oscar por su inolvidable papel.
¿Es la fatalidad la responsable de nuestros tormentos interiores?¿Es el destino lo que guía nuestras vidas o podemos enfrentarnos a él? ¿Es perdonar a terceros la vía más eficaz para perdonarse a uno mismo y abandonar nuestros traumas del pasado? Las respuestas (o no) en la imprescindible 'Magnolia' de Paul Thomas Anderson. Y es que cuando los créditos finales llegan, tras esa sonrisa vitalista y esperanzadora directa a cámara... puede que hayamos terminado 'Magnolia', pero el film (que perdura y se reflexiona) no ha terminado con nosotros.