La magia del cine. Un clásico. Una de esas expresiones que aparecen permanentemente unidas a la historia del séptimo arte, a sus logros más importantes y a esos instantes cinematográficos que, por alguna razón, consigan dar con la tecla adecuada en el momento más oportuno. Para muchos, no se trata de nada más que una frase cursi y algo simple sobre el innegable poder que tienen algunas obras para deslumbrar y fascinar por igual a los espectadores, pero es innegable su relación directa con la realidad, su parte de definición casi exacta para algo tan complicado como es describir una de las principales virtudes del cine. Y parte de su naturaleza.
Porque una película no deja de ser un gran truco, el definitivo y más certero, el que cuenta con mayor predisposición por parte de sus víctimas y el que consigue mayor unanimidad cuando consigue su propósito. Por eso resulta siempre tan atractivo recibir en la cartelera una película sobre la magia, incluso sabiendo que todo tendrá más trampas que en la vida real, sin poder observar en primera persona las maniobras del artista, pero dejándose llevar, disfrutar siendo engañado. Cosas del cine. En 2013, 'Ahora me ves' supuso una de las sorpresas del año en la taquilla de medio mundo. ¿El punto de partida? Un grupo de magos capaces de dejar a cualquiera con la mandíbula desencajada. Y no necesitamos mucho más para tener la certeza de que nos divertiremos, que merecerá la pena sentarse en la butaca e intentar descubrir donde está el truco.
La secuela, que llega precedida de una respuesta positiva por parte de la crítica estadounidense, vuelve a presentar a la magia como la gran protagonista de la historia, centrando todas las miradas en su esencia y en su transformación en vehículo narrativo principal. No es simplemente el contexto, es el núcleo. Un ejemplo más que se suma a siete películas en las que hay que estar muy atento para desmontar su truco. Un reto con el que asegurarse un buen rato de cine.
Películas con magos e ilusionistas en el cine
'El ilusionista'
'El ilusionista', segunda película de Sylvain Chomet, director de esa joya llamada 'Bienvenidos a Belleville', se basaba en un guión de Jacques Tati que nunca fue producido para dar forma a uno de los retratos más duros y adultos que el cine de animación ha ofrecido sobre la melancolía. Su protagonista, un viejo mago que va de escenario en escenario intentando que alguien preste atención a alguno de sus trucos, podría ser perfectamente uno de esos personajes inolvidables de las múltiples obras maestras a las que nos tenía acostumbrados John Ford, encantador y solitario, marginado y conmovedor. La amistad que se produce con una niña que se agarra a la magia como excusa para salir de una vida triste y alejada de la gran ciudad es el punto de inflexión de una propuesta técnicamente impecable y emocionalmente devastadora, coronada con un desenlace tan arriesgado como coherente.
'Scoop'
No todo iban a ser thrillers y dramones en la etapa británica de Woody Allen (en pie), también hay hueco para la comedia de enredos con su pequeña pizca de misterio. 'Scoop', uno de esos trabajos del genio neoyorquino tratados de manera injusta y perezosa por una crítica empeñada en comparar cada una de sus obras contemporáneas con sus grandes clásicos, estaba protagonizada por una deslumbrante Scarlett Johansson en el papel de una estudiante de periodismo que, acompañada por un mago torpe y encantador interpretado por el propio Allen, intentará descifrar quien es realmente el famoso 'asesino del tarot'. Todo funciona a la perfección en una comedia amable que, sin mayor pretensión que la de entretener y divertir al espectador, consigue alcanzar todos y cada uno de sus objetivos, supliendo lo previsible de su resolución con carcajadas. El viejo y sabio Woody, uno de los grandes magos de la historia del cine.
'Ahora me ves'
Justo en la meta, en el último sprint, en la última jugada, en el último movimiento, 'Ahora me ves' termina hundiéndose. Una película que es trepidante, entretenidísima, vertiginosa y, finalmente, estúpida, incoherente y absurda. Si los trucos de magia no se suelen explicar es, precisamente, porque se pierde esa ilusión, esa sensación genuina de sentirse sorprendido y maravillado, de no buscar la comprensión a lo incomprensible, de dejarse engañar con entusiasmo infantil. Su error es exactamente ese, explicar los mecanismos, intentar otorgar sentido a una historia que, en cualquier caso, se sabía que jugaba en la peligrosa liga de los giros finales. Prototipo de película que uno devora sin pararse a pensar en la razón por la que suceden las cosas pero que, a la hora de la verdad, cuando pide una explicación, no acepta, o no debería aceptar, que le tomaran por tonto. Y ese es el caso. La pregunta es, ¿un mal final debería estropear una buena película? Aunque solamente sirva para reflexionar sobre este tema, y por lo espectacular de cada uno de sus número de magia, merece la pena acercarse a ella.
'Magia'
Antes de que Chucky se convirtiera en el muñeco diabólico más famoso de la historia del cine, Fats era el auténtico rey. A finales de los años 70, Richard Attenborough dirigió esta adaptación de la novela de William Goldman que presentaba a un estupendo Anthony Hopkins en el papel de un mago fracasado que comienza a alcanzar la fama gracias al mencionado Fats, un muñeco que, como ilustra la imagen que acompaña a este texto, es capaz de helar la sangre con esos grandes ojos azules, esa raya en el lado y ese jersey imposible. Una película mucho más cercana al thriller que al género del terror en la que la magia no es más que una excusa para profundizar en la psicología de un personaje central que es auténtico oro. No, no es la película de idónea para que los pequeños se enamoren de la magia, pero los mayores se asegurarán con ella pasar un estupendo mal rato.
'El ilusionista'
El único problema real de 'El ilusionista' fue estrenarse el mismo año que 'El truco final', otra película en la que la magia era tan importante como cualquier de sus protagonista. Las comparaciones son odiosas, y en este caso no del todo justas, pero está claro que esta historia en la que Edward Norton volvía a recordarnos el inmenso actor que siempre ha sido, merecería tener más presencia en la memoria colectiva. Principalmente, porque su clasicismo bien entendido consigue crear una atmósfera romántica e hipnótica en la que el espectador se deja llevar, olvidando que está siendo testigo de distintos trucos narrativos que nos dirigen hacia un desenlace muy efectivo, que no efectista. En definitiva, una película que ha ido creciendo con el tiempo hasta convertirse en uno de esos extraños casos de cine comercial perfectamente medido y ejecutado.
'El truco final'
Tras resucitar a Batman y antes de que su cine se convirtiera en algo similar a un gigante vestido de fotogramas, Christopher Nolan se acercó a la magia convirtiendo un truco de magia en 130 minutos de cine en estado puro. Un entretenimiento que, pese a su desorbitada duración, no dejaba de ser una montaña rusa de giros de guión en el que sus dos protagonistas, fantásticos Hugh Jackman y Christian Bale, representaban la rivalidad siempre presente entre dos genios, la inevitable ambición por ser el más grande, la inexcusable cita con la inmortalidad artística. Una película que, como ocurre con la mayoría de representantes del género, deja todo su alcance en las manos de su Gran Giro Final. Y, de acuerdo, el desenlace de 'El truco final' no es el más inteligente, creíble ni coherente, pero nadie puede ponerse la medalla de haberlo visto venir en algún momento. Un logro más que atribuir a otro trabajo indispensable a la hora de entender porque su director tiene, y mantiene, el estatus de intocable dentro de la industria.
'El mago de Oz'
Volvemos al principio: La magia del cine. Si alguna vez necesitáis un ejemplo para ilustrar esta frase, no lo dudéis, 'El mago de Oz' sería una perfecta opción. Hablamos de una obra maestra de la historia del séptimo arte, uno de esas extrañas y benditas ocasiones en las que todos los elementos parecen perfectamente situados para conformar un trabajo perfecto, que respira maravillosa vida en cada uno de sus fotogramas. Una maravillosa Judy Garland brillando como Dorothy, unos secundarios inolvidables, una banda sonora que se instala en la memoria para no abandonarla jamás, un director, Victor Fleming, capaz de adaptar todo su talento al servicio de la fantasía. Y, como en los mejores trucos de magia, no todo es lo que parece. Si la has visto de pequeño, ya sabes hasta que punto te hipnotiza este mundo de castillos, leones cobardes, monos voladores y brujas malvadas. Si no lo has hecho, deja de leer inmediatamente, siéntate y prepárate para disfrutar una película que, sí, es pura magia.