De recibir ovaciones en alguno de los mejores teatros del mundo al aplauso unánime de un Hollywood rendido a su debut en la gran pantalla. Del musical más clásico a la comedia y el drama más contundente. La carrera del director británico Sam Mendes cuenta hasta la fecha con seis películas totalmente diferentes entre ellas. Ninguna coincide en género, y sin embargo, todas dan forma a un discurso perfectamente unificado.
En su cine, los personajes no son marionetas, ni excusas para dar forma a una trama. Ellos son la historia, ellos se enfrentan a la realidad, ellos se descubren a sí mismos y, casi siempre, terminan devastados por lo que ven. La oscuridad psicológica en el cine de Mendes es una protagonista más. Una filmografía repleta de tantas decisiones arriesgadas como triunfos indiscutible.
A la espera de su próximo trabajo, su nueva visión sobre el Bond que construyó en la magnífica 'Skyfall', analizamos una obra de una elegancia y equilibrio envidiable. De lo peor a lo mejor de Sam Mendes en seis películas:
6'Un lugar donde quedarse': descanso y decepción
El problema no es Sam Mendes. O, al menos, no todo el problema. Todos aquellos que hablan de 'Skyfall' como la película encargo de la carrera del director deberían revisar 'Un lugar donde quedarse'. Si la analizamos como lo que es, es decir, una cinta indie con todos los tics del género, incluyendo tiernas canciones folk sonando al atardecer, conversaciones de calado casi filosófico en cualquier lugar, inseguridades y miedos de andar por casa y situaciones que, a través del surrealismo, intentan transmitir encanto, nos queda un producto soso, aburrido y sin ningún valor especialmente destacado más allá de unas buenas interpretaciones de John Krasinski y Maya Rudolph. Y ahí está la clave. Todo apunta a que, después de la densidad de sus trabajos previos, Mendes decide tomarse un respiro y pasar unas semanas entre amigos, rodeado de un reparto de altísimo nivel desperdiciado en una serie de personajes que, de tanto rozar el absurdo, terminan cayendo de lleno en él. Una road movie torpe en su desarrollo y repleto de tópicos al que Mendes se enfrenta con tanta naturalidad como ausencia de esfuerzo. Un trabajo de dirección acomodado que, a base de alejarse de sus señas de identidad, termina por perder toda su personalidad. En definitiva, 'Un lugar donde quedarse', es una película que podría haber sido dirigida por cualquier otro cineasta y no notaríamos la diferencia. Y eso, hablando de alguien con el talento de Mendes, no se puede considerar menos que un fracaso. Para él, un descanso. Para nosotros, una decepción.
5'Jarhead': guerra ganada
En su particular salto de género a género, sin por ello perder las características visuales y narrativas de su cine, Mendes decidió lanzarse a la guerra. Literalmente. 'Jarhead', olvidemos ese 'El infierno espera', desastroso acompañamiento en el título español, es una adaptación del libro homónimo de Anthony Swofford, publicado a principios de 2003, donde relata sus experiencias como marine en la operación Tormenta del Desierto para liberar a Kuwait de la invasión de las tropas iraquíes de Sadam Hussein en 1991. A priori, un caramelo para cualquier amante del cine bélico pero, y aquí está la gracia, Mendes decide centrar su mirada en la descripción detallada del día a día de los marines a la espera de entrar en combate. Nada que no hayamos visto antes (y mejor) en películas como 'La chaqueta metálica' o 'Apocalypse Now' pero que, sin embargo, funciona de manera notable. A través de un estupendo montaje, Jake Gyllenhaal, excelente, nos guía a través de un universo de arena y muerte y conversaciones y confesiones, en el que Mendes parece pasárselo especialmente bien. Queda para el recuerdo un prólogo que define, en menos de diez minutos, al protagonista, a la atmósfera, al tono y al sentido del humor de la propuesta. Cuando la cabeza de Anthony se estampa contra una pizarra al ritmo de 'Don't worry, be happy', entendemos que 'Jarhead' no deja de ser un divertimento que habla de cosas muy serias. Algo extraordinariamente difícil de conseguir pero que muestra, una vez más, la versatilidad de un director capaz de aportar estilo, ingenio y resoluciones visuales de primer orden a un género tan manoseado. No hay posicionamiento ideológico, ni grandes escenas de acción, ni espectáculo palomitero pero, a cambio, nos queda una serie de personajes con el suficiente número de conflictos interiores como para darle a Mendes la guerra por ganada. Otra vez.
4'Revolutionary Road': dolor nuevo, dolor de siempre
Hay dramones y dramones. Y hay historias e historias. No todas son iguales, no todas comparten el mismo patrón y no todas juegan en la misma liga. Mendes, tras los discretos resultados tanto de taquilla como de crítica de su anterior trabajo, 'Jarhead', regresaba a terrenos conocidos y pantanosos con 'Revolutionary Road', ambicioso tratado sobre una relación matrimonial en todas sus vertientes. Sexual, romántico, social y psicológico. Y, de paso, volver a profundizar en los estereotipos e incoherencias de nuestra sociedad. Las (falsas) apariencias en un mundo de espejos rotos. El rostro, la voz, las sonrisas reconvertidas en frías lágrimas, corrían a cargo de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, sencillamente perfectos en los protagonistas que Mendes usa como vehículo para alcanzar, de nuevo, las dosis más altas de elegancia, sensibilidad y, sí, dramatismo. Pero, reitero, no todas las tragedias son iguales y lo que diferencia 'Revolutionary Road' del resto de compañeras de género es la brutalidad interior de su propuesta. La esencia misma de la película es el dolor, el aceptar la caída al vacío, el volcarse en un futuro mejor sin darse, darnos, cuenta de que el presente se nos sigue escapando de las manos. Lo que queremos ser, lo que creemos que somos, lo que debemos ser y lo que finalmente somos. Para cuando llegamos a esta última estancia, claro, el cansancio reina por encima de todo lo demás. 'Revolutionary Road' no entiende de comidas con perdices ni sexo con amor. Todo está lleno de tristeza en una película tan compleja que, anclada en el clasicismo, siempre parece nueva. Y siempre duele.
3'Skyfall': mi nombre es Mendes, Sam Mendes
La tentación de afirmar con contundencia que esta nueva entrega del espía más famoso de la Historia del Cine es la más lograda de toda la saga siempre está ahí. Pero ese trabajo se lo dejaremos a los fanáticos de Bond, entre los que no me encuentro. Sin embargo, resulta complicado pensar en un trabajo más compacto, intenso y apabullante en forma y contenido que 'Skyfall'. Contar con Sam Mendes en la silla del director era una apuesta tan atrevida como coherente y, claro, la jugada no sale mal. El realizador británico aporta elegancia y maestría a una película que, si era un mero encargo, no lo parece bajo ningún concepto. Brillante en las escenas más íntimas, Mendes subraya su poderío en los momentos de acción, épicos y estéticos, trepidantes e hipnóticos, demostrando un pulso perfecto para el cine espectáculo. Por otro lado, frente a la cámara, tampoco encuentra 'Skyfall' el error. Daniel Craig no ha estado mejor en ninguna de sus entregas como Bond, mientras que observar como la enorme Judi Dench se convierte en casi protagonista es todo un regalo. Se trata de una película en permanente in crescendo, pese a comenzar a un altísimo nivel, que termina redondeando su misión de reinventar, reconstruir y moldear un héroe con las pistas que ha ido recogiendo a lo largo de cincuenta años con un desenlace que la acerca al clásico. Los gloriosos guiños al pasado suenan a despedida ante un nuevo comienzo que, ahora sí, genera pocas dudas. Pase lo que pase con su siguiente entrega, 'SPECTRE', los fanáticos de James Bond están en deuda con Sam Mendes. Y los que amamos el buen cine, también.
2'Camino a la perdición': el tiempo de los clásicos
Si tu primera película se ha convertido en un clásico dentro de esa mezcla perfecta entre la comedia y el drama, ¿qué puedes hacer a continuación? Doblar la apuesta e intentar innovar, aportar cosas diferentes, a un género tan manido como el cine negro centrado en familias de mafiosos. Algunas de las obras maestras más importantes de la historia del cine usaron este universo para profundizar en la psicología de unos personajes de marca Shakespeare con los que, más allá de los tiroteos y maleteros de coche, podíamos sentirnos identificados. Sus miedos no distaban demasiado de los nuestros y su defensa de la familia va implícita en nuestra sociedad desde el principio de los tiempos. Son elementos básicos, elementales a una forma de ser que el cine acompañó con atmósferas oscuras, habitaciones a media luz y ofertas que no podrás rechazar. Mendes aceptó el reto y se puso manos a la obra con 'Camino a la perdición', su segunda película. Y su segundo triunfo. El director británico se centró en la novela gráfica homónima escrita por Max Allan Collins, que a su vez estaba basada en el manga 'Lone Wolf and Club', para dar forma a una historia de violencia, amor y, por encima de todo, relaciones padre e hijo, repleta de escenas para el recuerdo y una capacidad deslumbrante para unificar en un mismo discurso cinematográfico el aroma de sus grandes referentes y el mejor cine contemporáneo. El ayer y el pasado mañana. La magnífica historia hacía el resto, al igual que un reparto que contaba con dos recitales para el recuerdo de Tom Hanks y Paul Newman. Un conjunto de virtudes entre los que brilla con especial intensidad, una vez más, la dirección de un Mendes obsesionado con el mimo a los pequeños detalles dentro de las grandes tragedias. Su puesta en escena, su pulso pausado y, al mismo tiempo, intensísimo, no nos permite apartar la mirada hacia una película que, con el paso del tiempo, ha confirmado lo que ya se intuía hace trece años. Ser uno de los grandes clásicos del género.
1'American Beauty': la belleza en nuestro fango
Llegar y besar el santo. O, lo que es lo mismo, estrenarte en el largometraje con, primero, una de las mejores películas de la década de los noventas, segundo, uno de los reflejos más sarcásticos, delirantes y, al mismo tiempo, hermosos y cristalinos de eso llamado el sueño americano y, tres, arrasar en todos los premios de la temporada finalizando el trayecto con un Oscar a Mejor Película y Mejor Director en la mano. No es mal bagaje para un tipo curtido sobre los escenarios que, mezclando mejor que nunca los elementos teatrales con dosis de cine en estado puro, llegó a la gran industria para quedarse. Golpe sobre la mesa, tortazo en la cara de toda una filosofía de vida que tenemos la manía de contextualizar de manera demasiado específica. Esas aspiraciones, esos sueños rotos, ese patetismo, esa soledad, esa intolerancia, ese miedo e inseguridad que recorre a todos y cada uno de los personajes que forman los cimientos de la grandeza de 'American Beauty' se podrían aplicar, a la perfección, a la de cada uno de nosotros. Todos nos obligamos a cumplir expectativas, a equilibrar una balanza imposible, a demostrarnos cosas que, en no pocas ocasiones, nadie nos pide. Es puro ser humano. Mendes lo sabe y usa el magnífico guion firmado por el brillante Alan Ball, responsable de 'A dos metros bajo tierra', serie que es prima hermana de esta película, para profundizar en la mentalidad de cada uno de nosotros, golpeando nuestra razón y buscando de manera insistente la belleza en medio del fango. Una bolsa que vuele al son del viento de un callejón vacío, las miradas furtivas que ponen silencio a un vecindario, los sueños eróticos prohibidos, la melancolía absoluta en una noche de lluvia de disparos, confesiones y locura cotidiana. No es exactamente nuestro día a día y puede parecer excesivo pero, al mismo tiempo, nada nos parece extraño.
En fondo y forma, 'American Beauty' sigue siendo la mejor película de Sam Mendes hasta la fecha y uno de esos trabajos que, más allá de marcar una carrera, definen a toda una sociedad. Nos mira a la cara, nos deja las cosas claras, nos pone el grito en el cielo a través de susurros que escuecen, nos hace reír mientras los puñetazos en el estómago no cesan y, al final, nos dejan solos con el eco de una media sonrisa resonando en nuestra cabeza. Lo dicho, llegar y besar el santo. Pero a través de una conversación con nuestros demonios.