En la década de los noventa, Isabel Coixet llamó la atención rodando, en inglés y con reparto internacional, una pequeña y estupenda película bajo el título de 'Cosas que nunca te dije'. La cineasta mostraba allí una serie de intereses estéticos y argumentales que iban a ser perfectamente identificables a lo largo de su posterior carrera. Una carrera que va a dar un salto cualitativo (y un lanzamiento al gran público) en el año 2003 con la extraordinaria 'Mi vida sin mí', película que recordamos hoy.
Presentada en el Festival de Berlín con una cálida acogida (aunque sin premio), la película de Coixet sigue los pasos de Ann, una joven de 23 años y existencia un tanto gris, madre precoz de dos niñas y con un marido con el que hace tiempo que no conecta, a la que le diagnostican una enfermedad terminal, algo que no querrá revelar a su entorno, preparando un plan sobre las 'cosas que hacer antes de morir' que incluye grabar cintas con mensajes de cumpleaños para sus hijas hasta que cumplan los 18, enamorarse de otro hombre o buscar una nueva pareja para su marido (Scott Speedman).
Es 'Mi vida sin mí' una de esas películas que extraen de su oscura y aparentemente deprimente premisa, una radiante vivacidad y un optimismo sorprendente. La protagonista, a la que da vida con una contenida y magnífica interpretación la canadiense Sarah Polley (que repetiría con Coixet en 'La vida secreta de las palabras'), sumergida en una vida apática y plagada de frustraciones, verá en su dramática 'cuenta atrás' una motivación para empezar a vivir una serie de experiencias vitales a las que no se hubiese lanzado sin conocer la trágica noticia.
Amor y lavanderías
Y así, Ann descubrirá de nuevo el amor gracias al personaje de Lee, al que interpreta ese gran actor llamado Mark Ruffalo, un hombre abatido por una anterior relación al que conoce en una lavandería (preciosas las escenas de su primer y último encuentro o la del beso en el coche), se reconciliará con una madre nihilista y peculiar (a la que da vida Deborah Harry, vocalista del grupo Blondie) y buscará el mejor legado que dejarle a sus hijas y a su marido (aquí entra en juego el breve y dulce personaje de Leonor Watling).
Basada en un relato corto de Nanci Kincaid, 'Mi vida sin mí' es una película delicada e intimista, narrada en voz baja, tremendamente emotiva y con una cuidada estética reconocible en el cine indie de las últimas décadas, pero insólito hasta aquel momento en el cine español. La directora se encuentra cómoda con unos recursos y una forma de narrar (esos monólogos interiores como el que abre la película, esas digresiones musicales como el Senza Fine que desata una sorprendente coreografía en el supermercado) que en aquel momento se veían en el cine que presentaba Sundance y bastante cercanos al estilo publicitario, algo que se le ha reprochado demasiado a menudo a la cineasta catalana.
Sin embargo, en 'Mi vida sin mí' esos recursos visuales, lejos de resultar impostados, le otorgan al film un liberador aire surreal para contar una historia que resultaría terrible narrada de forma naturalista. Un fantástico reparto, una interesante galería de personajes, un guion con diálogos para el recuerdo y una estupenda elección de canciones hacen el resto para, en no pocos casos, lograr empapar al espectador en lágrimas optimistas y que nos replanteemos tras la película (aunque sea por unos minutos) nuestras prioridades vitales. Imprescindible.