Quinta entrega de la saga. Ethan Hunt (Tom Cruise) trabaja esta vez completamente al margen del FMI, disuelto por la CIA por la temeridad de sus métodos. No obstante, siempre hay, en algún lugar, un problema gravísimo que Hunt deba solucionar. En esta ocasión, las pistas conducen al todopoderoso agente hacia una misteriosa organización, El Sindicato.
Maldad distendida
¿Qué quiere El Sindicato? Bien, esta es la primera pata de la silla en quebrarse. Al parecer, pretende establecer un nuevo orden mundial, desestabilizar los pilares de nuestra civilización... la verdad, es que nunca llega a quedar muy claro qué pretende el villano de este episodio, Solomon Lane (Sean Harris), más allá de conseguir financiación desmesurada para sus truculentos planes y una lista de nombres muy comprometida.
El hecho de que el maquiavélico plan resulte ambiguo incluso para el espectador no es solo malo en sí mismo, sino que desdibuja la maldad del villano principal. Un desperdicio tremendo, por cierto, pues la interpretación de Harris podría haber dado mucho más de sí. Digámoslo de este modo: Harris lo hace bien, pero el desarrollo de la trama no acompaña en absoluto.
Aunque, todo sea dicho, desde que Philip Seymour Hoffman jugase el rol de antagonista en la tercera entrega de la saga, la pauta de cada-malo-más-malo-que-el-anterior se fue al garete. Michael Nyqvist, villano de 'Protocolo Fantasma', no pudo superar la interpretación de Hoffman. Harris pintaba muy bien para retomar el testigo, pero no ha estado a la altura. Y no solo porque Hoffman esté demasiado alto.
Una dirección demasiado sosegada
No hay marca de estilo del director. Otro de los patrones de 'Misión Imposible' es que cada entrega sea dirigida por un realizador diferente. En esta ocasión, le ha tocado el turno a Christopher McQuarrie, quien, a nuestro parecer, no pasará a los anales de la cinematografía por este título en particular. Seguro que alguien salta con aquello de que la ausencia de huellas es la mejor manera de dejar huella... en este caso, desde luego, no ha sido así.
Si por algo se caracteriza 'Nación Secreta', en contraste con sus predecesoras, es por la mesura, por la sobriedad. Todo es demasiado correcto, hay demasiada coreografía. Sí, vale, John Woo se excedió en 'Misión Imposible II', tampoco hay que llegar a tanto, pero... ¡es que eso es 'Misión Imposible'! McQuarrie no lo hace mal formalmente, sino que lo hace todo, repito, demasiado correcto. ¿Es el episodio más verosímil? Sí, quizá. Y también el más aburrido. Y ello pese a estar más lleno de gracias y chistes que ningún otro.
Entre risas anda el juego
Y esa es la tercera pata crujiendo. La comicidad que ya viésemos irrumpir en 'Protocolo Fantasma' alcanza aquí cotas más elevadas, resultando en ocasiones enervante. Y lo peor tal vez sea que llega de la mano, fundamentalmente, de un gran actor, Simon Pegg, a quien le ha tocado asumir el rol de payasete del grupo. Es decir, Pegg lo hace bien, lo malo es lo que él representa: la tontería, la gracia fácil presente en todo momento. Hablamos de un grupo de agentes especialistas cuya misión es salvar al mundo, que se juegan la vida a cada paso... pero que dan sus precisos golpes de kárate e idean sus intrincados planes entre bromas. Y no, ni siquiera son bromas buenas. En definitiva, ni hay humor, ni hay tensión.
Todos al suelo
Cómodos, demasiado cómodos parecen los protagonistas de 'Misión Imposible: Nación Secreta', sobre todo los titulares: Tom Cruise y Vince Rhames. Tanta distensión debía afectar de algún modo a los veteranos. Se ríen de todo, y en especial de ellos mismos. Ya no se preocupan por lo que pueda suceder, porque va a seguir sucediendo a su favor. De tantas han salido ya.
Por su parte, los llegados en la cuarta entrega (Simon Pegg y Jeremy Renner) confirman que aterrizaron para quedarse. Han consolidado los papeles con que se nos dieron a conocer en 'Protocolo Fantasma', en gran medida porque ahora juegan un papel más relevante junto a Ethan Hunt que el de cualquiera de los personajes secundarios de entregas anteriores.
Aún con una pata, era factible que Hunt consiguiera hacer equilibrios (de peores lo hemos visto salir), pero sin patas... ya no hay silla. O, lo que es lo mismo, no hay alma que sostenga ni a Hunt ni al universo urdido en torno a él. A la postre, eso nos ha parecido 'Nación Secreta', una película sin alma, un film de acción sin más, con unos protagonistas convertidos en arquetipos de sí mismos. Y no, Ethan Hunt no tiene el carisma de John McClane como para permitirse ese lujo.