El drama deportivo es un género bastante explotado dentro del cine norteamericano, sobre todo, desde el punto de vista de superación de un protagonista surgido de ambientes marginales: películas como 'Million Dollar Baby', 'Rocky', o las recientes 'The Fighter' y 'The Blind Side', por citar algunas entre los numerosos títulos, son buena muestra de ello. No es tan usual una visión más centrada en la gerencia deportiva, sin embargo, encontramos a 'Jerry Maguire' un título representativo en el género. De la mezcla de ambos enfoques surge 'Moneyball: Rompiendo las reglas', de estreno este fin de semana en la cartelera de nuestro país.
Dos de los más reputados guionistas del panorama cinematográfico actual: Aaron Sorkin, ganador del Oscar por el guión de 'La red social', y Steven Zaillian, galardonado por el de 'La lista de Schindler' y autor del libreto del remake de 'Los hombres que no amaban a las mujeres', adaptan a la gran pantalla el libro homónimo de Michael Lewis que plasma la historia de Billy Beane, mánager de los Athletic de Oakland, revolucionario con sus técnicas de adquisición de jugadores en función de la estadística, y no por su valores deportivos. El resultado: una película de desarrollo calibrado que bordea con oficio la convencionalidad, dejando trazas del sello de los autores, y con unas logradas interpretaciones.
No es típico biopic dramático-sensiblero
Así, el rey del función es Brad Pitt, en un rol que no es de esos hechos a la medida (no es un vehículo prediseñado para su lucimiento) y que sin embargo consigue llevarlo a su terreno, hacerlo suyo, que te resulte creíble su personaje en todo momento. Un Billy Beane que de entrada es el típico personaje arquetípico: un ex jugador de béisbol profesional, de orígenes humildes, y que rechazó una beca universitaria por una ambición desmedida, para luego fracasar estrepitosamente en su trayectoria deportiva. Es decir, ve la gestión directiva no solo como su oportunidad de alcanzar el éxito, sino también para redimirse de fantasmas del pasado. Unos errores que le pesan como una losa, y siempre deambulan como inevitable referencia en sus decisiones.
Uno de los grandes logros del guión es saber bordear esta carne idónea para un biopic telefilmero, abordar un drama de pura gestión deportiva con un importante trasfondo emocional, equilibrando las emociones al servicio de la historia. Una historia que funciona como perfecto contraste, pues su modus operandi es totalmente analítico, basarse en estadísticas al margen de cualquier otro factor ambiental, pero luego lo personal influye en su modo de entender la vida y el trabajo. Billy Beane puede parecer frío, su comportamiento así lo da a entender: no asiste a los partidos, evita el contacto con los jugadores (y si puede, también el anunciarles el despido personalmente), sus conversaciones con los agentes de otros equipos se reducen a escuetos discursos que van al grano (canjeo de nombres y dinero), pero su motivación son las emociones.
Ansía el éxito como catarsis, y la película refleja con brillantez esta dualidad. La narración se apoya pues en dos pilares: flashbacks de su juventud que muestran sus momentos más bajos: fracaso deportivo y oportunidad académica perdida; y la introspección en su núcleo familiar, con la decepción como marco de fondo, ya sea la sólida estructura parental mostrada en estos flashbacks como la desestructuración actual con una ex mujer y una hija preadolescente siempre en el filo del sentimiento de abandono.
Ambicionar al máximo con mínimos recursos
'Moneyball' se aleja del terreno de juego para llevarnos a la lucha en los despachos, una visión que puede recordar a la reciente 'La red social' con la creación del emporio de Facebook. Aquí no hay traiciones, pero sí un tecnócrata con las emociones cubiertas en un auténtico experimento empresarial acuciado por la falta de dinero. El objetivo es llevar a un equipo modesto a lo más alto, no hay presupuesto a la altura de los grandes equipos pero se quiere estar a su altura, es decir, habrá que innovar e ir contracorriente de las técnicas convencionales. Beane encuentra el camino tras conocer a Peter Brand (Jonah Hill), emplear los números y no el suponible talento de los jugadores.
El equipo acaba de perder a tres de sus más importantes jugadores, el dinero escasea, los ojeadores aconsejan una renovación razonable y consciente de las moderadas posibilidades presupuestarias -jugadores de mediano talento- y el recién formado dúo Beane-Brand hace caso omiso a las recomendaciones, tienen las estadísticas. Así pues, fichan a nombres desechados por las grandes ligas, ya sean por taras físicas, de imagen o de comportamiento fuera de los estadios, solo porque los avalan los números, y obviamente van a resultar baratos. Las complicaciones surgen rápidamente, y son enormes, ya sea desde fuera con periodistas y aficionados agoreros como dentro con la cúpula directiva y el cuadro técnico.
Un conflicto que también sirve como radiografía de las clases de poder, Bane tiene los problemas lógicos que le llegan desde arriba: los dueños exigen resultados, y que estos inicialmente no lleguen y vengan de unas técnicas de contratación ya no solo poco ortodoxas, sino denostadas por todos, es un gran lastre; pero también desde abajo, el apático entrenador -interpretado de forma solvente, como en él es habitual, por Philip Seymour Hoffman, que ya trabajó con el director Bennett Miller en 'Capote'- se niega a alinear a los hombres que él desea. El personaje de Brad Pitt ficha, pero en las alineaciones quiere dejar claro quién es el que decide, y si sus peticiones son incluir a jugadores cuyo puesto además de no encajar viene acompañado por pésimas habilidades, no va a dar el brazo a torcer. Nuestro mánager protagonista pronto dejará claro que hará lo que sea porque su método se imponga y triunfe, aunque eso suponga rendirse a maniobras empresariales aparentemente incoherentes y desesperadas.
Jonah Hill, un gran descubrimiento
Uno de los grandes baluartes de la película son como ya indicaba las interpretaciones. Al estupendo trabajo de Brad Pitt, en uno de los papeles más logrados de su carrera, se suma la aportación de Jonah Hill. Joven actor con fama de zampabollos tras curtirse en papeles de adolescente salido-pajillero en producciones de la factoría Apatow como 'Supersalidos' o 'Lío embarazoso', encarna aquí a un novicio economista recién salido de la Universidad, y encaja perfectamente en el rol de cerebrito matemático, sin experiencia pero con los números como aval, y también como salvoconducto de su superior ante el marrón de desechar jugadores, pues hay que mancharse las manos lo menos posible.
Una película nominada a 6 Oscar: película, actor principal, actor de reparto, guión adaptado, sonido y montaje de sonido, de los que probablemente no ganará ninguno, pero con que ofrece un logrado resultado. Quizá algo a contracorriente entre géneros, desde el económico al deportivo (que solo funciona como telón de fondo, la acción en pista es la justa y necesaria, y la jerga ,aunque presente, no es necesaria conocerla para seguir el argumento) para quedarnos en el drama, una historia de ambición personal, la de Billy Beane, para lograr un sueño, y sobre todo, redimirse. Algo que queda perfectamente plasmado al final de la película al negarse a aceptar una oferta deportiva que implica un equipo grande y el mejor de los sueldos. Y es que él quiere alcanzar el éxito, pero no como los demás, eso no le curaría sus heridas.