Hacer un biopic de uno de los grandes conquistadores de la historia no es tarea fácil, y si no que se lo digan al 'Alejandro Magno' de Oliver Stone y Colin Farrell. En este tipo de megaproducciones hay demasiados agujeros que tapar para que el barco no se hunda: debes ser explícito con las batallas que le hicieron grande, sin olvidar su vida personal. Debes ser meticuloso con lo que cuentas, pero no aburrir. Debes saber ajustarlo en una extensión de tiempo decente, pero sin dejarte nada. Y todo además, bajo la presión del alto presupuesto que conlleva un proyecto así.
Por todos estos motivos, que Ridley Scott se atreva a sus casi 86 años a realizar una epoyeya del tamaño de 'Napoleón', su nueva película, tiene mucho mérito. Otra cosa es que el biopic funcione con la misma brillantez que los ejércitos napoleónicos, que ya os advertimos que no lo hace. Pero tampoco es Waterloo, ni mucho menos. Hay momentos brutales, es muy entretenida y hasta se nos hace corta. Ya es mucho más de lo que nos han ofrecido otros grandes biopics.
No aprobaréis Historia viendo esta película
'Napoleón' es película biográfica al uso, de las que narran el auge y caída de un personaje ilustre. En este caso el del general corso, convertido en emperador para años después morir exiliado en un diminuto islote. El punto de partida es 1789, el año de la Revolución Francesa, y a partir de ahí Scott nos guía en un viaje por los momentos más determinantes de la vida del militar, en una película claramente dividida en dos actos: la historia de amor tóxico entre Napoleón y Josephine (la llamaremos Josefina a partir de ahora), y las guerras napoleónicas.
Luego analizaremos bien ambos actos, pero quitémonos cuanto antes de encima la polémica de la que todos hablan. Sí, 'Napoleón' bombardea, nunca mejor dicho, todo rigor histórico. Ridley Scott no es nuevo en la construcción de historias sin tener demasiado en cuenta la historia. Pasaba, sin ir más lejos, en 'Gladiator', en la que el director nos obligaba a hacer un esfuerzo, para algunos más costoso que para otros, de no tratar a la película como si fuera la Wikipedia y sí como un evento de entretenimiento al más alto nivel.
Con 'Napoleón' repite la advertencia: si vas a ponerte especialito con las patadas a la enciclopedia, mejor no vengas. Y es cierto que olvidarse de la inverosimilitud de ciertas escenas hace a uno gozar de ella en mayor medida. Al fin y al cabo, para saber de Napoleón ya tienes la película de 1927, las miles de biografías o Internet. A esta sala se viene a pasar un gran rato de cine.
El problema es que una cosa es tomarse licencias, y otra bombardear las pirámides de Egipto o no mencionar a España en toda la película, una parte fundamental en la vida de los Bonaparte y el lugar donde recibieron la primera derrota a campo abierto de su hasta entonces inmaculada trayectoria militar en este ámbito, punto de inflexión que marcaría el inicio del fin de su poder. Y sin embargo, si el mismísimo Napoleón Bonaparte pudiera viajar en el tiempo y ver su biopic, lo que le haría salirse de la sala a los pocos segundos es verse en una pantalla hablando en inglés.
Necesitamos el (verdadero) director's cut
De las cosas que pueden chirriar de 'Napoleón' a nivel historiográfico, algunas forman parte del guion de David Scarpa, pero otras pueden ser fruto de un problema que afecta mucho más a la calidad de la película que todo lo que hemos comentado anteriormente: los tijeretazos en la sala de montaje.
Aunque Ridley Scott ahora no quiera hablar de ello, en los primeros junkets promocionales, antes de pelearse con medio mundo periodístico, el director aseguraba tener preparada una versión de 'Napoleón' de 4 horas y 10 minutos de duración, hora y media más larga que las 2 horas y 38 minutos que dura la versión distribuida por Sony Pictures en España.
Todo parece indicar que este corte del director saldrá en Apple TV+, ya que Apple Studios ha sido quien ha puesto el dinero para que la película saliera adelante, tal y como sucedió con 'Los asesinos de la luna' de Martin Scorsese. Y seguramente nuestra impresión de la película cambiará al ver ese montaje, porque la versión que tenemos ahora está, hablando claro, incompleta.
Y no solo por lo que decíamos de la nula mención a España. La primera hora y media, la que corresponde a la relación de Napoleón y Josefina mientras el soldado se convierte en emperador, está plagada de cortes que se notan tanto que llegan a afectar a las conversaciones o al desarrollo de los protagonistas. Hay personajes que aparecen y desaparecen de la nada, ascensos en el escalafón de poder descontextualizados, acciones que pierden el sentido, situaciones que surgen de la nada sin un hilo conductor.
Por supuesto, podemos y debemos culpar de ello al excesivo empeño por parte del estudio en ofrecer un producto estandarizado y procesado en la duración que ellos consideran óptima para que la gente vaya a verla, sin importar la peculiaridad del producto que tienen entre manos ni la calidad que pierda por el camino. Pero mal haríamos en quitar de responsabilidad a Scott, que o bien debió haber hecho una película de 2 horas y 40 minutos o bien debió haber presionado más para que Apple no dejara fuera un tercio de su trabajo.
Con este montaje, la película se siente corta a pesar de no serlo realmente, lo que nos deja una sensación agridulce. Por un lado queremos más, y esperamos que Apple nos lo dé, pero la tijera empleada se carga de lleno la posibilidad de haber presenciado en la gran pantalla una película mucho más inolvidable.
'Los Bridgerton' napoleónicos
Según se rumorea, el corte del director ahondaría en la vida de Josefina previa a Napoleón, y por ende, en el primer acto, el cual se aleja prácticamente en su totalidad de todo lo que tiene que ver con la guerra para centrarse en algo todavía más devastador: las intrigas palaciegas y los líos de faldas.
Durante hora y media, que bien podrían haber sido dos o tres, Ridley Scott se disfraza de Shonda Rhimes y nos ofrece un romance de época con tintes dramáticos, algo que no esperábamos y que le sienta sorprendentemente bien a la cinta, en parte por el desempeño de los protagonistas. Más valiente, y más coherente con lo que aparece en pantalla, sería haber titulado a esta película como 'Napoleon & Josephine', porque la importancia del personaje de Vanessa Kirby supera por momentos a la de Joaquin Phoenix.
"No eres nada sin mí", advierte entre desafiante y sensual Josefina a su marido en un momento de la película. Razón no le falta, como tampoco a nosotros al decir que 'Napoleón' no es nada sin Vanessa Kirby. La actriz, nominada al Oscar por 'Fragmentos de una mujer' y conocida por su interesante papel en la saga 'Misión Imposible', aprovecha la oportunidad brindada por Scott para dotar a Josefina de un aura y una personalidad embriagadoras que invaden todo el filme y le otorgan el don de la omnipresencia. Esté o no en pantalla, Napoleón no deja de pensar en ella y nosotros tampoco. Esta película será su merecido salto definitivo a cotas más altas, quién sabe si como Sue Storm en 'Los 4 Fantásticos' o en un rol con el que acercarse a premios importantes.
La trascendencia de Josefina en la película viene aupada también por cómo es interpretado Napoleón bajo el prisma de Joaquin Phoenix, que siempre sabe jugar con los fantasmas que atormentan a sus personajes. En este caso, para mostrarlo más débil y sobre todo, más dependiente del cuerpo y la mirada de su esposa, una mirada que por cierto parece no sufrir el paso del tiempo (¿cómo es que no no le sale ni una arruga en 20 años?). Phoenix lo da todo por ofrecernos a un Napoleón más sentimental y melancólico de lo que podríamos imaginar, en contraste con una Josefina de la que nunca llegamos a saber con certeza qué sentimientos escondía tras su coraza y si realmente quiso alguna vez al emperador. Esa diferencia, y los altibajos de años de relación tóxica, nos enganchan como si de una serie de Netflix se tratara.
En la guerra, Ridley Scott saca la artillería pesada
La terapia de choque para superar la dependencia a la historia de amor entre Napoleón y Josefina es a base de bayonetas y cañones, y la verdad es que cumple su objetivo. En el ámbito de la guerra, que monopoliza la última hora de la cinta, Ridley Scott está en su salsa, ofreciéndonos un espectáculo de acción al alcance de muy pocas (y cada vez menos) películas.
Aunque Waterloo sea la batalla definitiva, el punto álgido del filme lo encontramos precisamente en el punto álgido del Imperio napoleónico: la batalla de Austerlitz. A nivel técnico, la exposición de cómo los rusos y austriacos caen en la trampa francesa y la emboscada de estos, con el hielo como factor clave de la contienda, es brillante. Una de esas escenas por las cuales vale la pena pagar una entrada al cine.
Como ya vimos en 'El último duelo', una de las películas más infravaloradas de toda la carrera del director, 'Napoleón' abraza la sangre como sustancia inherente a la crueldad de la batalla. La cinta se recrea en el gore en ciertos momentos, y no está exenta de decapitaciones, golpes de gracia y vísceras. Pero, ¿no queríamos realismo? Pues toma dos tazas cargadas de hemoglobina, invita Ridley Scott.
Una película hecha para ser espectador
'Napoleón' se puede analizar desde demasiados prismas. Si nos ponemos en modo historiador, se le ven las costuras. Si nos ponemos en modo crítico de cine se le ve la tijera. Solo si nos olvidamos de estas facetas y nos ponemos en modo espectador seremos capaces de disfrutar de una película que, a decir verdad y con todos sus defectos, es muy disfrutable.