Hace ya doce años que llegaba a los cines 'Náufrago', un más que curioso (e infravalorado) experimento, dentro de ciertos parámetros del cine comercial, que supuso el reencuentro del director Robert Zemeckis (actualmente en cartel con 'El vuelo') con el actor Tom Hanks, años despúes del bombazo que supuso 'Forrest Gump', película que les llevó a ambos al Oscar y que se convirió en uno de los mayores éxitos de público de la década de los noventa.
Sin llegar a tales niveles, 'Náufrago' dio también mucho que hablar y, de hecho, aún hoy supone el último gran taquillazo de Robert Zemeckis, el cual naufragaría tanto comercial como artísticamente en sus empeños por perfeccionar la técnica del motion-capture en el cine animado durante la década posterior a este estreno (desde la meliflua 'Polar Express' a la irregular 'Beowulf', pasando por el estrepitoso fracaso de 'Marte necesita madres', película que llegó directa a DVD en el mercado europeo, tras su enorme descalabro norteamericano).
Con 'Náufrago', Zemeckis proponía a Hanks un auténtico reto, y es que el film es durante un gran porcentaje de su metraje un 'one-man show' sostenido por un trabajo espléndido, más allá de la mera transformación física del intérprete (al que injustamente la Academia le negaría el que hubiese sido su tercer Oscar, en beneficio del gladiador Russell Crowe). Pero más allá del lucimiento de Hanks en la piel de un Robinson Crusoe moderno, cuyo único Viernes es una pelota de voleibol (el ya célebre Wilson, con el que constantemente interactúa), la película era una emotiva y estimulante reflexión sobre el aislamiento, el espíritu de supervivencia, la esperanza y sobre todo del paso del tiempo...
La importancia del tiempo
El protagonista del film es un repartidor de FedEx, que presume en las primeras escenas de la puntualidad extrema de los envíos de su compañía. Es un hombre tan ocupado en su trabajo y en sus viajes, que apenas dispone de momentos para estar con su mujer (interpretada por Helen Hunt). En plenas navidades, el avión que traslada a un negocio urgente a Hanks, sufre un accidente, y su persoje sobrevive pero va a parar a una remota isla desierta, que se erige a la vez en una celda de la que no logra escapar y un paréntesis vital en el que nuestro hombre es capaz de ver con claridad las esencias de la vida... quizá demasiado tarde.
Suele ser criticado en 'Náufrago' ese tramo final en el que Hanks regresa de su aislamiento. Y es sin embargo donde el film adquiere cuerpo como elemento de reflexión, pues es su deriva hacia el cuento reflexivo, lo que termina dejando poso en el espectador. El monólogo de Hanks en plano secuencia sobre su estancia en la isla, resulta revelador de lo que Zemeckis quiere transmitir: la necesidad de vernos en circunstancias extremas para abrir los ojos sobre el camino que realmente queremos llevar. O cómo la vorágine diaria del mundo moderno, no nos permite a menudo percibir el transcurso del tiempo y las oportunidades que vamos dejando pasar mientras relegamos a un segundo plano las esencias de lo que nos hace verdaderamente felices.
Una preciosa banda sonora melancólica de Alan Silvestri, que rima con el constante sonido de las olas en el film, es el acompañamiento perfecto para esta fábula amable, que es mucho más que el cuento de supervivencia que tantas veces nos han contado. Una película que además de poseer el mérito de entretener siempre pese a que, durante gran parte del metraje, se sostiene en los diálogos de un hombre y un balón, contiene una estimable reflexión para llevarse a la cama. Y mañana, ¿quién sabe qué traerá la marea?