El número 3 se ha convertido en una obsesión para la industria hollywoodiense. Al igual que las primeras comunidades cristianas otorgaban a este número la idea de la perfección, parece que los ejecutivos de las grandes majors no conciben cesar en su empeño de continuar una saga hasta que alcanza esta "mágica" cifra. Siempre que un producto destaca en taquilla, se convierte en una necesidad crear a toda costa una trilogía, aunque eso suponga estirar hasta el infinito una idea ya de por sí perecedera.
Hace casi una década, durante las fechas navideñas, Ben Stiller destacaba en taquilla con una producción fantástica de corte familiar titulada 'Noche en el museo'. La idea era simple: confabular con la posibilidad de que un individuo intrascendente viva toda una aventura cuando la colección de un museo cobra vida por medio de un sortilegio. Sus casi 600 millones de recaudación por todo el mundo, animaron a FOX a lanzar una secuela que no tuvo la misma aceptación en taquilla. Sin embargo, la necesidad de alcanzar la terna apremia, por lo que ya está todo listo para el lanzamiento de 'Noche en el museo: El secreto del faraón'.
Aunque hábilmente se haya suprimido el número de serie en el título oficial, 'Noche en el museo 3' no deja de ser una repetición más del esquema visto en las dos anteriores entrega. Los guionistas no han sabido reinventar la saga para otorgarle un nuevo atractivo destacable, como sí hicieran los responsables de, por ejemplo, 'Toy Story 3'. La película protagonizada por el guardia de seguridad Larry Daley y sus revividos personajes históricos no es más que un nuevo capítulo en el que podremos ver a su máxima estrella, Ben Stiller, visitando diferentes salas de un museo mientras se enfrenta a una serie de inanes peligros.
Como si de un videojuego se tratara, en el que el protagonista tiene que ir superando niveles para poder avanzar, 'Noche en el museo: El secreto del faraón' se mueve por una historia efectiva y nada enrevesada, aunque francamente excesivamente infantil, con el único objetivo de mostrar efectos visuales aceptables pero poco ambiciosos. Es una lástima, que más allá de jugar con la misma fórmula, llegando incluso a calcar escenas de sus predecesoras, la película no haya querido servirse de las posibilidades que el cambio de escenario, del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York al Museo Británico de Londres, le brindaban.
Las nuevas incorporaciones tampoco ayudan a dar algo de frescura al conjunto, aunque se agradece el empeño de Rebel Wilson y Dan Stevens por dar algo de entidad a sus personajes. El villano, un Lancelot algo pasado de rosca, no se siente en ningún momento como una amenaza debido a lo caricaturesco de su personalidad y los pocos minutos que ocupa en pantalla. Aun así, protagoniza algunas de las escenas más hilarantes de la cinta, siendo especialmente destacable el momento en el que se encuentra sobre un escenario con el cameo sorpresa de la película.
Adiós a Robin Williams
En el apartado interpretativo, Ben Stiller sigue siendo el rey de la función. El actor vuelve a poner el piloto automático para ofrecer uno de esos personajes en los que la comicidad se genera por su desazón y falta de expresión. Aunque en ningún momento insoportable, se echa en falta que no se reparta más el protagonismo entre el resto de personajes secundarios, siendo especialmente alarmante que Robin Williams se despida para siempre de la gran pantalla con su intrascendente interpretación del presidente estadounidense Theodore Roosevelt. Tanto es el egocentrismo de Stiller, que se atreve a interpretar un doble papel cavernícola algo cargante.
Gracias a la trama paternofilial entre Larry y Nick y la conclusión a la que llegan los personajes "interactivos" al final del metraje, 'Noche en el museo: El secreto del faraón' acaba siendo un cierre insustancial con cierto toque nostálgico de una saga que tal vez no debería haberse alargado tanto. Aun así, los más pequeños de la casa puede que pasen un rato agradable, mientras que los más mayores podrán alegrarse de su escasa duración y algún que otro golpe de humor adulto traído a colación gracias a los dobles sentidos.