Empecemos por lo más importante y adecuado para la ocasión: la magia del cine. Si alguna vez necesitáis un ejemplo para ilustrar este concepto, no lo dudéis, 'El mago de Oz' siempre será la opción más perfecta. Hablamos de una obra maestra total de la historia del séptimo arte, una de esas extrañas y benditas ocasiones en las que todos los elementos parecen perfectamente situados para conformar un trabajo perfecto, un prodigio cinematográfico que respira maravillosa vida en cada uno de sus fotogramas.
Desde una inmensa Judy Garland brillando de manera esplendorosa como Dorothy hasta unos secundarios inolvidables, sin excepción, pasando por una abrumadora banda sonora que se instala en la memoria para no abandonarla jamás y un director, Victor Fleming, capaz de entregar todo su talento al servicio de la fantasía, 'El mago de Oz' continúa brillando con la misma contundencia que el primer día. Se siguen sin atisbar fallos, cediendo un espacio invisible al siempre temible óxido, en una película inabarcable desde su arrebatadora sencillez. Un prodigio repleto de encanto, canciones inolvidables, personajes entrañables y un ritmo impecable con el que se narra una de esas historias que es imposible devorar sin la sonrisa pegada en todo momento a la cara.
Asimismo, estoy plenamente seguro de que, si la mayoría de nosotros nos metiéramos de lleno en nuestro particular baúl de los recuerdos cinematográficos, encontraríamos en un lugar privilegiado esta propuesta que deslumbró a crítica y público en 1939 y que, desde entonces, no ha dejado de ir sumando admiradores y fanáticos. Algo que no debería sorprender a nadie ya que 'El mago de Oz' es una demostración perfecta de hechizo e hipnosis, amor a primera vista y romance eterno, sin calendarios ni fechas de caducidad. Un arsenal de argumentos y razones para todos aquellos que defienden (defendemos) el séptimo arte como máquina de fabricar sueños y modificar estados de ánimo, un viaje sin billete de vuelta a mundos a los que solamente se puede acceder desde una butaca y frente a una batalla que es laberinto y perdición, memoria y nostalgia, melodías e imágenes imborrables, Kansas y Oz. Y, por supuesto, un imborrable camino de baldosas amarillas.
Un auténtico tour de force imaginativo y musical, colorido y soñador, divertido y melancólico en el que todo funcionaba a la perfección, coronando el milagro con una Garland que nos robaba el corazón en cada escena, especialmente aquella en la que entonaba una inolvidable 'Somewhere Over the Rainbow' que retaba a los lacrimales sin compasión. Adivinad la parte que salía ganadora de aquella batalla. Se trata del momento más memorable dentro de una película repleta de ellos. Menos de tres minutos que condensan un estallido de emoción, sensibilidad y belleza difícilmente comparables.
En definitiva, estamos frente a un clásico realmente indiscutible, una película inalcanzable en infinidad de sentidos. Resumiendo, algo similar a un milagro. Si la has visto de pequeño, ya sabes hasta que punto te puede llegar a fascinar este mundo de castillos, espantapájaros, leones cobardes, monos voladores y brujas malvadas. Si no lo has hecho, deja de leer inmediatamente, siéntate y prepárate para disfrutar de 'El mago de Oz', una película que, volvemos al principio, es pura magia. Ayer, hoy y siempre.