Es posible que llegue un día en el que Christopher Nolan se la pegue. Y será un golpe importante. En ese caso, las razones del impacto serán proporcionales a las expectativas generadas por su cine, a la categoría que ha obtenido, con justicia, dentro de la industria, a las pretensiones de su obra, a la inmensidad de sus propuestas. No hay medias tintas. Es un constante todo o nada. Y ese todo, que siempre gana, elevado al infinito. Es el modelo de juego que ha decidido adoptar el cineasta tras dejarse llevar por las musas que acompañan a Batman y que le acompañaron durante una trilogía que le encontró en permanente estado de gracia. También ayudó, y no poco, aquella excelsa 'Origen' que reinventó el taquillazo de toda la vida sumando dosis de autor que ya existían en 'Memento' y 'El truco final (El prestigio)' pero que se desbordaron en aquel artefacto preciso de entretenimiento masivo.
Y así llegó 'Interstellar', la aventura espacial de Nolan, la carta de amor a un género, la ciencia ficción, que se caracteriza por su exigencia. No todo vale. Y si lo haces a gran escala, menos. Resumiendo, aciertas o aciertas. Con las expectativas tan altas como las estrellas se nos ha olvidado el objetivo principal que siempre ha mantenido su director, es decir, ofrecer un espectáculo épico que atrape a todo tipo de público, sin excepción, y al mismo tiempo aportar un trabajo que esté por encima de la media, más inteligente y conmovedor que el resto de propuestas cortadas por un mismo patrón. Sonaba complicado. Lo era. Pero Nolan, una vez más, volvía a hacer que pareciera sencillo, lanzándose de lleno al desafío y saliendo triunfador del mismo.
En 'Interstellar' se dan citas muchas películas, todas ellas complementarias y necesarias entre sí. Por un lado, nos encontramos ante un recital de física cuántica, gravedad y espacios temporales, agujeros negros y de gusano a través de los cuales se llevan a cabo las tramas más lúdicas y, curiosamente, también las más poéticas. Es en este apartado en el que descubrimos al Nolan más atrevido y, al mismo tiempo, comedido. Con sorprendentes ecos al cine de Terrence Malick, más allá del omnipresente y evidente Stanley Kubrick, cada escena de esta historia desarrollada en el espacio desprende una belleza hipnótica que corta el aliento. Sin embargo, también tenemos una trama terrenal en la que comanda la influencia Spielberg, especialmente en un primer tercio sobresaliente, perfecto en la presentación de personajes y trama principal.
Y cuidado, no hay que confundirse, la cantidad de influencias no anulan ni un solo gramo de la personalidad arrebatadora de Nolan, cineasta capaz de atrapar con la misma fuerza explosiones y lágrimas, múltiples dimensiones y despedidas de nudo en la garganta. Aunque sea en esa parte, la emocional, el drama humano puro y duro, en la que sobre algo de épica y falte naturalidad, a pesar de atesorar alguno de los mejores momentos de la cinta. Porque, y aquí está la gran novedad, Nolan vistió de compleja ciencia ficción su gran tratado sobre el amor. Su fuerza, su contundencia, su solemnidad, su poder, su función de motor básico para cambiar vidas se descubre como auténtico eje central de un relato apasionante que atesora una fuerza más que suficiente para aguantar la inmensidad de su ambición.
Guiada por un inmenso Matthew McConaughey, actor con el que debemos seguir enfadados pensando en la cantidad de grandes interpretaciones que nos hemos perdido por su perezoso olfato a la hora de escoger buenas guiones durante gran parte de su trayectoria, 'Interstellar' supuso un paso hacia delante para Nolan, aportando corazón, delicadeza y emoción pura a una filmografía que, hasta ese momento, se basaba casi exclusivamente en el músculo. En mitad del ruido, de la perfección técnica, no hay un plano que no resulte deslumbrante, y de la maravillosa banda sonora de Hans Zimmer, se colaban las lágrimas, los fantasmas, las sombras, la duda y el dolor. Cristal sobre hielo.
En definitiva, una suma de virtudes que mostraban a un director incapaz de fallar, evolucionando, creciendo a pasos agigantados y abrumando en las mismas dosis. Un cineasta que continuaba apostando por el más difícil todavía, que no se dormía en sus laureles, que no se conformaba con 'solamente' entretener. Nolan alejado del golpe que muchos esperaban y jugando con la cerilla frente a la gasolina. Amado y odiado a partes iguales, sí, pero no son pocos los directores que prueban a ser Nolan y fracasan estrepitosamente en el intento. Ellos, y nosotros, tuvimos con la magistral 'Interstellar' una nueva demostración. Un inteligente espectáculo de autor que, a día de hoy, sigue levitando muy por encima de la media. Un golpe en la mesa cuyo eco sigue resonando con fuerza. En la tierra y en el espacio.