Pese a que el fantaterror español fuese una de las pocas aportaciones al cine de género, sirviendo como inspiración para otros títulos de diferentes nacionalidades a pesar de que su esencia original no tuviese nada que ver con una identidad propia, ya que se dedicaba a copiar de forma velada lo que había llegado desde la Hammer, aunque dotándolo de un aura diferenciadora en ciertos de sus títulos, como bien serían los casos de 'La noche del terror ciego' o incluso 'La noche de Walpurgis'. Con intención de tener un recorrido internacional, aquellos productos de terror español llegaron incluso a convertirse en grandes éxitos que siguen siendo venerados fuera de nuestro país, quedando relegado su reconocimiento dentro de las fronteras a aquellos festivales de cine que puntualmente deciden rendirles tributo y a un sector de aficionados que resulta ser, cuanto menos, minoritario.
Era evidente que, con la explosión del cine de terror slasher durante los años ochenta, desde una España en la que podemos encontrarnos con los últimos coletazos de vida del fantaterror, se copiaron las fórmulas de aquel subgénero que estaba levantando pasiones al otro lado del charco. Será entonces cuando cineastas como Juan Piquer Simón y José Ramón Larraz dirijan dos de los slashers españoles de la época a los que el tiempo ha puesto en su pertinente sitio como piezas de culto: 'Mil gritos tiene la noche' y 'Al filo del hacha'.
Una década después de aquello, tenemos que hacer el pertinente salto en el tiempo hasta situarnos a finales de los noventa del pasado siglo. El cine de terror ya había explotado hasta la saciedad los cánones del slasher durante la década anterior, y sería en una fecha clave como el año 1996 cuando este era recuperado desde Hollywood por parte de Wes Craven y Kevin Williamson con 'Scream. Vigila quién llama', el film que supondría el renacer del subgénero y que podemos entender como el primer neoslasher que vería luz.
Como no podía ser de otra forma, la nueva gallina de los huevos de oro volvía a ser dicho subgénero, cuyas producciones no únicamente se quedaron relegadas a los Estados Unidos, sino que ya desde diferentes partes del mundo se quiso dar su visión acerca de tan explotada fórmula. Y entonces fue cuando, desde nuestro país, llegaron una serie de títulos que se sumaban al carro de la nueva tendencia del mismo modo en el que había pasado en los ochenta. Pero en esta ocasión, la diferencia era que lo de la proyección internacional quedaba en un segundo plano, siendo totalmente conscientes de que el terror en español podía empezar a dibujarse con una entidad propia, como lo había estado haciendo hacía unas décadas atrás.
Siguiendo la estela de 'Sé lo que hicisteis el último verano', pero ambas con una deriva hacia lo sobrenatural (algo pocas veces visto en el slasher), 'El arte de morir' y 'School killer' eran los dos primeros ejemplos de neoslasher español (y los que abrieron la veda a todo lo que vendría después). Sin embargo, sería el tercero de ellos el que, pese a ser una copia más descarada de lo que 'Scream' había presentado y sin ruborizarse ni un momento a la hora de representar en pantalla unos códigos que ya estaban absolutamente explotados, acabaría alcanzando cierta aura de culto para los defensores del cine más trash y la serie B sin concesiones.
Evidentemente, 'Tuno negro' es la película en cuestión. La ópera prima de Pedro L. Barbero y Vicente J. Martín estrenada en 2001, y que tenía como protagonista (y final girl en potencia) a Silke (las nuevas generaciones ni habrán escuchado hablar de ella). Pero lo más sugerente de la película era el hecho de transformar los códigos puramente yankees del género en algo absolutamente cañí. Así es como pasamos de la típica fraternidad universitaria a los colegios mayores de Alcalá de Henares y Salamanca, centros neurálgicos universitarios en los que la tuna sigue formando parte de su día a día.
Esa tradición tan puramente española nacida hacia el siglo XIII, será lo que la pareja de directores tome como elemento a pervertir para presentarnos a un psychokiller que, bajo la apariencia de un tunante random, se dedica a acabar de forma desalmada con aquellos estudiantes que sacan peores notas. El horror teenager elevado a su máxima potencia. ahora ya no valían las normas en torno a la salvaguarda de la virginidad, u optar por no bajar al sótano. Fuesen las que fuesen tus acciones, lo que iba a acabar determinando el destino de los protagonistas sería su historial académico.
Maravilloso. Y no solo porque desde el terror patrio se optase por recuperar las tradiciones y leyendas locales para ponerlas al servicio de un asesino en serie, algo que ya había hecho Ossorio con los templarios en la tetralogía iniciada con 'La noche del terror ciego' y que en 1999 también había visto la luz en la pequeña pantalla con 'Camino de Santiago', miniserie con elenco internacional de infarto (Charlton Heston, Aidan Quinn, Imanol Arias, Loles León, Anabel Alonso y Pepe Sancho, entre otros) en el que un peregrino psicópata sembrar el terror a lo largo y ancho del camino a través de una macabra representación del juego de la oca. Sino porque si algo demostraba 'Tuno negro' era que tenía de todo menos vergüenza de lo que venía a plasmar, aunque aquello fuesen copias directas de otros éxitos internacionales.
Así es como nos encontramos ante una secuencia de apertura en la que se nos presenta a Maribel Verdú y Carla Hidalgo como dos compañeras de habitación en un colegio mayor de Derecho en Alcalá, Arantxa y María. La primera, opta por quedarse en su cuarto chateando con un tipo que se hace llamar Tuno Negro, mientras que la segunda, representando todo lo que negativo que supone el arquetipo de "la secundaria rubia que tiene todas las papeletas de morir en una película de terror", decide ir a ver a los tunantes con la intención de intimar con alguno de ellos.
Hasta aquí, podríamos entender que, como viene siendo lógico y teniendo en cuenta los códigos del género, Hidalgo iba a ser la primera víctima en esta representación del slasher cañí, algo directamente relacionado con el castigo por el sexo. La sorpresa será el descubrir que, emulando a Drew Barrymore y dejando claro que aquí la verdadera estrella es ella, es una Maribel Verdú coqueteando con aquella primera versión de redes sociales llamada chat, la que será la primera en morir.
Porque a nadie le importaba que Verdú ya estuviese dentro de la treintena e interpretase a una universitaria veinteañera que se confiesa virgen, veda que ya había abierto Carmen Morales en 'Al salir de clase' (y que volvía a repetir como adolescente en problemas en 'School Killer') y que en Hollywood había puesto de moda la propia Barrymore no solo con 'Scream', sino también con la comedia romántica 'Nunca me han besado'. Aquí lo bueno fue ver cómo Barbero y Martín lograban jugar con el espectador para acabar confundiéndole y convertir a uno de los nombres con más gancho de la película, en la primera víctima, algo que se había empezado a tener como norma dentro del slasher desde hacía ya unos años.
Será entonces cuando el resto de nombres del reparto empiecen a aparecer, convirtiéndose en todo un guiño para un espectador que seguro no estaba dispuesto a encontrarse con tal retahíla de nombres en una aparente producción de terror de serie B. Junto a las ya citadas Silke, Maribel Verdú y Carla Hidalgo, desfilaron por 'Tuno Negro' nombres como los de Jorge Sanz, Eusebio Poncela, Fele Martínez, Enrique Villén, Marian Aguilera y Paca Gabaldón, quienes compusieron la foto final de personajes entre los que nos encontrábamos con víctimas en potencia y sospechosos habituales.
Con un presupuesto que rondó los 400 millones de pesetas (cerca de dos millones y medio de euros), nadie se sorprendería al descubrir el varapalo que la película recibió por parte de la crítica, y como acabó resultando en los años ochenta con aquellos otros títulos que hicieron carrera fuera de nuestras fronteras, acabó teniendo distribución internacional, siendo conocida en el mercado anglosajón como 'Black Serenade', y cuya valía como producto genuino quedó marcada por el hecho de haber contado con un elemento tan puramente tradicional asociado a España, y el hecho de que el asesino acabase con los estudiantes que peores notas sacaban.
Como ya pasó en los setenta con 'El asesino de muñecas', joya del trash indiscutible dirigida por Miguel Madrid que con los años acabó convertida en pieza de culto, lo que envolvió a 'Tuno negro' bien podría considerarse algo parecido a lo que aconteció con otras películas a las que el tiempo ha situado en el lugar que se merecen. Pues si algo hay que destacar de la película es el hecho de ser totalmente consciente del producto que quiere ser, llegando a reírse de las reglas del slasher y sin tener ningún tipo de rubor a la hora de poner ante nuestros ojos toda una serie de situaciones a camino entre lo inverosímil y lo físicamente imposible, en los que lo único que importó fue el bodycount.
Y porque, como con todos los slasher, aquí hemos venido a disfrutar. Y ya va siendo hora de que 'Tuno negro' adquiera la categoría de pieza trash de culto infalible, la verdadera esencia para la que estuvo creada y que hay que ver poniendo el mismo encefalograma plano que aquellos que no han estudiado y se convertirán en el punto del mira de tan exquisito asesino serial.