Lau Wai-keung y Mak Siu Fai, creadores de 'Infernal affairs', volvieron a trabajar juntos en Hong Kong para realizar esta esta esperada 'Confession of pain', interpretada por dos de las más importantes estrellas del firmamento hongkonés, Tony Leung y Takeshi Kaneshiro.
En ella se narra la historia de Lau, un veterano oficial de policía, y Yau, un detective privado alcohólico que fue policía bajo las órdenes de Lau y que, después de mantener durante años una relación de mentor y protegido, se ven envueltos en la investigación del asesinato del padre de la esposa de Lau, quien se convierte en la heredera de una inmensa fortuna.
Sin duda alguna, la mayor peculiaridad de 'Confession of pain' es el desarrollo de su propia historia, pues en ella sabemos desde un buen comienzo que el personaje interpretado por Tony Leung es el asesino al que el joven detective, contratado por la esposa de aquel, está buscando. De este modo, nos encontramos con que 'Confession of pain' se sostiene única y exclusivamente por las interpretaciones de sus dos protagonistas, un Takeshi Kaneshiro bastante cumplidor y un Tony Leung que no deja de sorprendernos con un personaje verdaderamente oscuro, calculador e inquietante frío.
Pecados capitales
Por desgracia, 'Confession of pain' peca de un ritmo demasiado pausado para sus 110 minutos de duración, recreándose en exceso en ciertos enfoques demasiado sublimes y ciertos detalles preciosistas que no pueden dejar de recordarnos ciertos movimientos de cámara del John Woo (obviamente, en su carrera estadounidense) más pretencioso.
Completamente huérfana de escenas de acción, lo cierto es que la película en ocasiones no parece sino una mera vuelta de tuerca más a los estándares de 'Infernal affairs', pretendiendo rizar el rizo de una idea sencilla aunque tremendamente efectiva cuyos principales logros eran, precisamente, su ritmo endiablado y su adrenalítica tensión exenta de abalorios. Pero, lamentablemente, 'Confession of pain' tropieza estrepitosamente con unas extenuantes ansias de otorgar solemnidad a cada uno de sus fotogramas, de mitificar cada uno de sus encuadres, y de prentender que cada uno de sus pasos se convierta en un giro argumental inesperado.
Y, por desgracia, no es así.