Basada en el manga de Osamu Tezuka y rodada parcialmente en Nueva Zelanda, la película dirigida por Akihiko Shiota relata la historia de Hyakkimaru, hijo de Kagemitsu Daigo, quien repartió el cuerpo de su hijo no nato entre cuarenta y ocho demonios en un pacto por gobernar el mundo. Abandonado a su suerte, Hyakkimaru fue encontrado por un animista que reconstruyó su cuerpo con los restos de los niños fallecidos en la guerra. Una vez adulto, Hyakkimaru tratará de dar muerte a cada uno de los cuarenta y ocho demonios con tal de recuperar su verdadero cuerpo y poder así saldar cuentas con su padre, para lo cual contará con la ayuda de Dororo, una ladronzuela que también guarda una cuenta pendiente con Kagemitsu Daigo.
Interpretada principalmente por Satoshi Tsumabuki, Kou Shibasaki y Kichi Nakai, 'Dororo' da comienzo de un modo épico, con un campo de batalla infestado de cuervos y cadáveres, en el que las huestes que han salido victoriosas, uniformadas de un impecable rojo sangre, conforman una estampa que no puede dejar de recordarnos a la magnífica 'Ran', de Akira Kurosawa.
Pero, a partir de ahí, la cosa cambia. Aunque tampoco para mal.
Pese a su fabuloso y al mismo tiempo engañoso arranque, 'Dororo' se decanta más por mostrarse como una película de aventuras abarcando rasgos que van desde 'Conan el bárbaro' a 'La momia' en clave nipona, a una película realmente seria (supongo que rigiéndose al manga original); así pues, la película de Akihiko Shiota alterna una historia de venganza con generosas dosis de humor y un inacabable número de confrontaciones con todo tipo de criaturas fantásticas.
CGI y Kaiju
Pero lo más curioso de 'Dororo' son, sin duda, sus efectos especiales, que oscilan desde los gráficos generados por ordenador a los empleados en las películas de monstruos kaiju niponas de hace décadas y que, aparte del desconcierto inicial que este hecho provoca en un espectador que se encuentra con una de cal y una de arena, consiguen otorgar a Dororo un estilo peculiar y, por ende, un sello muy personal.
Regresando a la película en sí, decir que 'Dororo' transcurre a un buen ritmo a lo largo de sus más de dos horas de metraje, ofreciéndonos innumerables aventuras y combates sin pretender ahondar demasiado en la psique de los personajes y, lo que quizá sea más extraño, sin ralentizar la historia con affairs amorosos entre sus protagonistas; por contra, este buen ritmo que se sucede al compás de una original banda sonora que entremezcla ritmos orientales con latinos, se ve entorpecido por un desenlace final alargado hasta la saciedad, en el que la venganza de Hyakkimaru se consuma con una lentitud agónica, como si de una tragedia de Edipo se tratase.
Aun así, Dororo resulta una película original y amena, recomendable de ver.