De 'Breve encuentro' a 'Lawrence de Arabia': Las películas de David Lean, de peor a mejor

Situada entre la extraordinaria 'Madeleine' y la muy notable 'El déspota', 'La barrera del sonido' queda ensombrecida como un trabajo inferior dentro de la apabullante trayectoria cinematográfica de David Lean. Y es que, a pesar de contar con una historia potente, la película nunca termina de despegar más allá de una serie de puntuales y característicos hallazgos visuales, quedando lastrada por un ritmo demasiado lento y unas interpretaciones no demasiado inspiradas. Un conjunto de elementos en contra que, sin embargo, no terminan de hundir una propuesta que encuentra en los momentos más pequeños e íntimos de su historia al Lean más reconocible, ese genio capaz de construir poesía cinematográfica con los elementos mínimos.

'La vida manda', primera película dirigida en solitario por David Lean, nos cuenta la historia de una familia londinense durante los veinte años que separan las dos guerras mundiales desde un punto de vista tan costumbrista como cercano, tan cálido como acogedor, tan alejado de cualquier artificio lacrimógeno como cercano a la sutileza de lo que de verdad importa. Una propuesta que, elevada por un conjunto de intérpretes soberbios, presenta los primeros destellos de pura genialidad de un cineasta que, ya desde su mismo prólogo con esa cámara que recibe a los protagonistas de la cinta, deja claro que estamos ante una mirada distinta, especial. Por eso, y aunque su tramo central cuenta con algunos baches de ritmo importantes, 'La vida manda' tiene una importancia clave en la trayectoria del cineasta británico, suponiendo en parte el inicio de la leyenda Lean.

El mismo año en el que llegaba a las carteleras una de sus películas más intensas, tristes y memorables, 'Breve encuentro', David Lean se estrenaba en la comedia romántica y fantástica con 'Un espíritu burlón'. La versatilidad característica de los genios. Partiendo de la obra teatral de Noël Coward, el cineasta británico se atrevió con una propuesta que mezclaba con acierto y toneladas considerables de encanto los reproches matrimoniales con las sesiones de espiritismo, los fantasmas con los celos inmortales, las segundas oportunidades con las sillas voladoras. Sobre el papel, todo apunta a locura surrealista sin pies ni cabeza, pero en manos de Lean, pura elegancia, todo está perfectamente ubicado en su sitio, manejado con fluidez y armonía y dirigido con pulso maestro. Ojalá todos los trabajos supuestamente menores de grandes cineastas estuvieran a la altura de 'Un espíritu burlón'.

Tras el descalabro crítico de la excepcional 'La hija de Ryan', un fracaso que dejó a David Lean tocado y prácticamente hundido, tuvimos que esperar catorce años hasta recibir una nueva película con su firma. Y aunque 'Pasaje a la India' no rozaba los talones de los trabajos más memorables del cineasta, sería absurdo decir que la espera no mereció la pena.

Y es que, con esta adaptación de una novela de E. M. Forster., regresaba el director excesivo y grandilocuente de 'El puente sobre el río Kwai' o 'Lawrence de Arabia', pero mezclado con toques de esos primeros años de pequeñas producciones británicas en los que ya demostró su apabullante talento. El resultado de semejante combinación es una película irregular, imperfecta y por momentos demasiado contemplativa que, sin embargo, ofrece algunas de las escenas más irresistibles de la filmografía de Lean, equilibrando de esta manera la balanza final. Una despedida notable.

Entre las más de diez adaptaciones a la pantalla, sumando cine y televisión, que ha tenido 'Grandes esperanzas', 'Cadenas rotas' bien podría destacar como la mejor de todas ellas. Y el principal responsable de semejante honor no es otro que David Lean. Mimetizado al completo con su irresistible (y complejísimo) material literario, el cineasta británico pone toda la carne cinematográfica en el asador para tratar de capturar en la pantalla la misma pasión, intensidad, romanticismo, miedo, drama y desolación que habita en la emblemática novela de Charles Dickens.

La misión se antojaba tan ambiciosa como imposible, pero no son pocos los momentos en los que la película realmente consigue situarse a la altura del infinito, vibrando de una manera especial, única. 'Cadenas rotas' no es perfecta, pero lo parece. Y eso, teniendo en cuenta el punto de partida, se debe aplaudir como la más incontestable de las victorias.

Después de firmar una propuesta tan sobria e irregular como 'La barrera del sonido', David Lean estrenaba 'El déspota', adaptación de una obra teatral de Harold Brighouse con la que el cineasta, en cierto modo, regresaba a la comedia casi una década después de su primera incursión en el género con 'Un espíritu burlón'. Sin embargo, aquí nos encontramos ante un humor mucho, muchísimo más ácido y sarcástico, casi violento en algunas escenas, que, del mismo modo, sirve para afianzar con mucha más contundencia la personalidad de una película que deposita la mayor parte de su carga sobre los hombros de su protagonista principal, el cual está interpretado por un excelente Charles Laughton.

El mal humor, las formas cuanto menos discutibles y la enorme presencia de este Henry Hobson solitario, irresponsable y borracho, son los pilares sobre los que se sustenta el poder de una película que encuentra en la dirección de David Lean, magistral, otro de sus factores más inspirados. Esa cámara capaz de obtener poesía de los rincones más insospechados termina de redondear 'El déspota', otro notabilísimo trabajo que sumar a la cuenta del cineasta británico.

Mucho más comedida que su predecesora, 'Cadenas rotas', esta segunda adaptación consecutiva de una obra maestra de Charles Dickens conseguía algo tan sumamente complicado como transformar la magia que habita en cada página de 'Oliver Twist' en cine vibrante, esplendoroso y emocionante. Con un referente literario de semejante altura, David Lean se centra de manera casi exclusiva en mantener la misma esencia de la novela, pero aportando su personalísimo sello en cada escena, desde la magnífica apertura de la historia hasta su espectacular y asfixiante clímax final. Una película excelsa repleta de momentos cinematográficos de auténtica altura. Un clásico sobre el papel y en la pantalla.

Después de las adaptaciones de dos de los clásicos más imprescindibles de la obra de Charles Dickens, 'Oliver Twist' y 'Cadenas rotas' ('Grandes esperanzas'), David Lean recurría a otro ilustre autor, H.G. Wells, en 'Amigos apasionados', otra diamante que se tiene la mala costumbre de olvidar a la hora de citar los trabajos más interesantes del cineasta. Y es que, partiendo de nuevo del melodrama romántico más intenso y desgarrador, el británico volvía a demostrar su talento para manejar a la perfección los saltos temporales, el equilibrio entre presente y pasado a través de maravillosos flashbacks y la precisión absoluta cuando se trata de generar un nudo en la garganta del espectador. Protagonizada por una fantástica Ann Todd, 'Amigos apasionados' supone un logro cinematográfico de primera magnitud que se crece en los detalles, en la relevancia de lo mínimo, en la mirada perdida de una mujer anclada para siempre en el ojalá. En definitiva, una película muy parecida a un clásico incomprendido.

En comparación con lo que vendría después, puede que 'Locuras de verano' parezca una propuesta pequeña en la filmografía de David Lean, pero lo cierto es que se trata de su primera producción realmente grande en lo que respecta a presupuesto, reparto y ambición comercial. Liderada por la siempre excelsa Katharine Hepburn, estamos ante una película que podría haber caído perfectamente en ese temible subgénero de 'vacaciones europeas pagadas para un equipo completo de estrellas', pero que, afortunadamente, consigue resplandecer con la fuerza de los mejores romances cinematográficos gracias a un guion que prefiere profundizar antes en sus personajes que en el esplendoroso contexto.

De esta forma, y con la ayuda inestimable de un David Lean capaz de sacar oro de cada escena, 'Locuras de verano' construye un melodrama con toques de ligera comedia que va siempre más allá del tópico, consiguiendo emocionar sin permitir que la sonrisa abandone nuestro rostro en ningún momento. Una maravilla.

'Madeleine' son dos películas en una que funcionan a la perfección en cada uno de sus respectivos terrenos: el melodrama romántico y la intriga judicial. Basada en unos apasionantes hechos reales sucedidos en el Glasgow del siglo XIX y de los cuales es mejor saber lo mínimo para aumentar así el impacto de la propuesta, 'Madeleine' fluye con la cadencia del cine más memorable gracias a la dirección de David Lean.

Precisa, inteligente, virtuosa sin caer en el exceso y siempre a la altura exacta que necesitan sus múltiples personajes, la labor del cineasta es el punto fuerte de una extraordinaria película que agarra al espectador de la solapa desde su brillante prólogo y no lo suelta hasta uno de esos planos finales que merecen todos los aplausos del mundo. Una pequeña gran joya en la filmografía de Lean.

Cuando hablamos de directores gigantes, y David Lean era uno de ellos en todos los sentidos, siempre encontramos etapas concretas en las que su estado de inspiración fue especialmente alto. Suelen caracterizarse por una serie de años seguidos en los que, cada uno de sus estrenos, parecía elevar un listón que alcanzaba ya las alturas más impresionantes. En el caso de Lean, esta etapa está claramente situada entre los años 1957 y 1965, nueve años en los que el director británico estreno el tridente mágico formado por 'El puente sobre el río Kwai', 'Lawrence de Arabia' y 'Doctor Zhivago', tres obras maestras tan excesivas como grandiosas, tan épicas como hermosas, tan desafiantes como esenciales en la historia del cine.

Y puede que el peso de semejantes clásicos fuera lo que condenara a 'La hija de Ryan', el regreso de Lean a su país de origen. Otro trabajo que, pese a ser desmesurado por naturaleza, conseguía un equilibrio envidiable y ejemplar. Por desgracia, su valía artística no vino acompañada de críticas positivas, más bien todo lo contrario. De esta forma, el pobre Lean se retiró durante 14 años del cine y solamente estrenó una película más, 'Pasaje a la India', un interesante epílogo a la carrera de un director tocado y casi hundido por una obra tan hermosa, poética y conmovedora como 'La hija de Ryan'. Tristeza absoluta.

Si hay que señalar una película como la primera gran obra maestra de David Lean, cero dudas, esa es 'Breve encuentro', la cual supone, además, uno de los puntos más altos a los que jamás llegaría el cineasta británico. Drama romántico que cala hasta los huesos en su reflejo de la desolación que acompaña siempre a lo imposible, a las despedidas

omnipresentes, a la valentía de dejar todo atrás o a la cobardía que siempre acompaña a la inseguridad. Más que una película, 'Breve encuentro' late con la fuerza de un corazón siempre a punto de resquebrajarse, tembloroso ante la opción de dar un paso hacia delante o mantenerse sobre las huellas de una zona de confort marcada por la insatisfacción. Una cinta que te arrolla, que te pasa por encima y que se ancla para siempre en la memoria. Absolutamente imprescindible.

Todavía deberíamos estar dándole las gracias a la maravillosa Kathaerine Hepburn por 'El puente sobre el río Kwai'. Y es que, tras su experiencia conjunta en la espléndida 'Locuras de verano', la legendaria actriz fue la que señaló a David Lean como el director idóneo para llevar a cabo esta adaptación de la novela de Pierre Boulle. ¿El resultado? Un clásico inoxidable capaz de resistir con envidiable firmeza el paso de las décadas, manteniendo intacta su capacidad de entretener y deslumbrar a partes iguales.

Hablamos de una obra maestra en la que todo funciona al mismo nivel de la perfección, desde su espléndido reparto hasta su guion de acero, pasando por una banda sonora absolutamente inolvidable y, sobre todo, una dirección majestuosa por parte de un Lean que resolvía con el talento de los maestros el reto de poner en pie su primera gran superproducción. Un punto de inflexión total en la carrera del cineasta. Y uno de sus logros más absolutos.

Partiendo de la apasionante novela firmada por Boris Pasternak, David Lean consiguió con 'Doctor Zhivago' algo, a priori, tan imposible como alcanzar los mismísimos talones de su obra maestra previa: 'Lawrence de Arabia'. Un logro obtenido a través de armas similares, es decir, grandilocuencia absoluta, despliegue artístico incalculable, precisión dramática anclada en el más todavía y apabullante puesta en escena.

Todo en esta historia de amor resulta apasionante, vibrante, poético e hipnótico, consiguiendo anclar al espectador frente a la pantalla durante 197 minutos de imágenes y escenas inolvidables. Protagonizada por Omar Sharif y Julie Christie, responsables de dos interpretaciones situadas más allá del elogio, 'Doctor Zhivago' sigue deslumbrando como uno de los romances cinematográficos más fascinantes de la historia del cine. Una obra maestra de inicio a fin.

David Lean consiguió con 'Lawrence de Arabia' la película definitiva a la hora de describir cada una de sus señas de identidad como cineasta. 222 minutos de puro cine, que te exige y desafía, pero que, de manera incesante, te está premiando con escenas e imágenes de una valía artística indescriptible.

Una película que supuso el segundo gran éxito de Lean en los Oscar, tras la inmensa 'El puente sobre el río Kwai', obteniendo 7 estatuillas, incluyendo Mejor Película y Director. Y es que la industria, al igual que el público, cayó totalmente rendida ante la inmensidad de una película inagotable, con una capacidad brutal para explotar las sensaciones del espectador. La grandeza cinematográfica en todo su esplendor. Una de esas películas definitivas, inigualables e incomparables.