En cuanto el éxito sonrió a George Clooney, y comenzó a consolidarse como icono referencial de belleza masculina, no dudó en apuntalar las coordenadas en las que dejar oír voz, su pensamiento no precisamente débil, sino más bien incisivo y mordaz, nada complaciente y sí cuestionador y comprometido, con un planteamiento progresista, manifiesto en buena parte de las cinco películas que ha dirigido.
De hecho, en el 2009 la revista Time le nombró entre las personas más influyentes del mundo. El primer paso fue la creación en el 2001 de una productora, Section Eight productions, junto a Steven Soderbergh y su principal cómplice, Grant Heslov, que apoyara la gestación de proyectos que no transitaran terrenos convencionales ('Lejos del cielo', 'Insomnia', 'A Scanner Darkly: Una mirada en la oscuridad', 'The Informant' o 'El Americano') o su perspectiva política ('Argo' o la última película protagonizada por Sandra Bullock, aún por estrenar, 'Expertos en crisis', sobre las influencias estadounidenses en Suramerica mediante el apoyo de consultores políticos a los candidatos presidenciales más convenientes).
Precisamente la más liviana de todas sus películas, 'Ella es el partido', es su eslabón más débil. Cuando se pone serio, contestatario y con ganas de dar una lección sin miedo, resulta más inspirado. Además, evita toda tentación sermoneadora. Su estilo es conciso, no se va por las ramas. Su cine recuerda a las inquietudes críticas de obras de los sesenta, en concreto, el cine de Sidney Lumet, cuya excelente 'Punto límite' protagonizó en una adaptación televisiva, de hecho su primera producción, en el 2000. Quizá no sea ninguna de las obras que ha dirigido una obra maestra, pero al menos tres de ellas me parecen notables, y otra estimable. Ahora rueda 'Suburbicon', un film noir, con guión de los Hermanos Coen, que transcurre en la década de los 50, protagonizado por Matt Damon, Josh Brolin y Julianne Moore.
Las películas del George Clooney director
'Confesiones de una mente peligrosa'
Clooney no dudó en estrenarse como director con una propuesta arriesgada, como es el caso de 'Confesiones de una mente peligrosa' (2002). Nada menos que lidiar con el universo excéntrico del singular guionista Charlie Kaufman, que quiebra los límites del relato con una sinuosidad en la que resulta complicado saber cuando estamos en el plano real o en el plano imaginario. Posteriormente el estilo de Clooney se ha definido por una sobriedad de raigambre clásica en el que la cámara no se hace notar demasiado, ni se juega demasiado con la estructura de la narración. Pero en su opera prima decidió demostrar que sabía cuáles eran las entrañas de la construcción de un relato y cómo desmontarlo y volverlo a remontar para dejar en evidencia cuánto de ficción hay en nuestras propias vidas. Aunque sea con casos tan extremos como el que refleja en Chuck Barris (Sam Rockwell), productor de televisión y espía (según él contó en su autobiografía). Un delirio, quizá real, quizá ficticio, con el que Clooney no deja de exponer cómo su país se rige por las apariencias, y cómo en sus interines se cuecen turbias tramas que no dejan de estar cercanas al delirio (un programa de televisión no se puede diferenciar mucho de las estratagemas políticas, como también había reflejado el guión de David Mamet en 'La cortina de humo' de Barry Levinson. Muchas mentes peligrosas parecen regir las bambalinas de las principales posiciones de poder, en los medios, en las empresas y en los corredores de la política. Clooney se enffrenta a un relato que dribla al propio espectador con una soltura que no había tenido Spike Jonze con sus celebradas adaptaciones de guiones de Kaufman, 'Cómo ser John Malkovich' o 'Adaptation (El ladrón de orquídeas)', que hacían pensar que su derroche imaginativo tenía que ver más con el guionista que con el cineasta. Con Clooney no hay dudas, no iba a rebufo de las ocurrencias del guión. Fue la mejor adaptación de un guión de Kaufman hasta que Michel Gondry hizo tres años después '¡Olvídate de mí!'.
'Buenas noches y buena suerte'
Recibió seis nominaciones en los Oscar. Clooney, por partida doble, como guionista y director. Retorna, con 'Buenas noches, y buena suerte' (2005), a los inicios de la televisión, y a un modelo de periodismo que no tuvo la continuidad que debiera tener. O no con la frecuencia que sería deseable. La rodó en color, pero la viró en blanco y negro. Es una forma también de intentar reflejar un presente turbulento en las miasmas del pasado, como en otra línea 'Shutter Island' de Martin Scorsese. Entonces y ahora se intenta amordazar a los que cuestionan el poder. O cómo los despropósitos del presente, los abusos del poder,ya tienen su raíz en el pasado. Recordemos que durante aquellos años George Bush jr se encontraba en el poder, y el descontento se acrecentaba en el país, hasta su culmen con el colapso financiero en el 2008, y la recuperación de la ilusión con la elección de Obama como presidente. En aquellos años cincuenta, el pensamiento progresista era perseguido, o intentaba ser anulado, con la excusa de la pertenencia al partido comunista (demonizado como el enemigo principal pese a las alianzas durante la segunda guerra mundial). Lo importante era minar la molesta discrepancia interrogante. Y de eso se encargó el Comité de Actividades Antiamericanas regido por el senador McCarthy. El programa de Edward Morrow (David Strathairn) no pretendía que el espectador se distrajera, quería que reflexionara, no aceptaba que los poderes impusieran su mirada y la ciudadanía acatara sus designios. Se revolvía contra todo ínfula de autoritarismo que no sólo no acepta la discrepancia sino que la persigue. No deja de ser el ideario del propio Clooney. Murrow se enfrentó a McCarthy desde su programa, y abríó una brecha que evidenciaba que era posible decir las cosas claras sin temer represalias o el abandono de los sponsors comerciales, e incluso derrotar al autoritarismo. La televisión puede influir para bien, ser un arma de ilustración y resistencia. Y lo mismo el cine, no sólo un placer recreativo. Ese mismo año Clooney ganaría el Oscar al mejor actor secundario por una producción suya, 'Syriana', la obra que mejor ha radiografiado el conflicto por el petroleo en Medio Oriente.
'Los idus de marzo'
Es importante la imagen que proyectas en política, hay que proyectar la imagen de dignidad e integridad. En 'Los idus de marzo' (2011), se disecciona su falsedad. Nada nuevo bajo el sol, pero lo plantea con una precisión narrativa que sabe sortear lo accesorio e ir directamente al grano, o a la yugular. Y utiliza un recurso arquétipico sin que sepa a manido: la mirada del joven que aún cree en lo que hace y que se confronta con la podredumbre del escenario de su ilusión. El jefe de prensa (Ryan Gosling) de un candidato demócrata a la presencia (Clooney) piensa que con la política se podrán aplicar medidas que influyan positivamente en la vida de la gente y que mejoren la justicia social. Pero lo que prevalece es el juego sucio y la doblez, las alianzas interesadas y turbias. Su expresión en el plano es, en ese sentido, el sombrío reflejo de la decepción. Clooney y Heslov se alían con Beau Willimon (autor de la obra teatral adaptada), quien dos años después crearía la magnífica serie 'House of Cards', otra rotunda disección de las arenas movedizas del escenario político. Alexandre Desplat compone una de sus más inspiradas bandas sonoras, y el reparto no puede ser más impecable: Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti, Evan Rachel Wood y Jeffrey Wright acompañan con su desbordante talento al propio Clooney, quien utiliza con habilidad su propio carisma para desmontar los pies de barro del carisma de un político que parece que va a transformar la sociedad con sus reformas y valores progresistas. Clooney también ofrece una de sus más inspiradas resoluciones de puesta en escena: El largo plano, con travelling, de acercamiento al coche en cuyo interior un político que se desprende del elemento que ya no es útil en el juego en las sombras (en fuera de campo) en el que se dilucidan y definen quiénes son los que protagonizan el escenario principal. 'Los idus de marzo' es otra lección. Un espejo que muestra que los canallas pueden ser castigados, a la vez que refleja la emponzoñada maraña con la que manipulan las apariencias para condicionar nuestra percepción.
'Monuments Men'
El humor en las películas de Clooney funciona mejor cuando es más tenebroso o cáustico, como en su opera prima. Si no se diluye en una amabilidad que parece deshacerse de la mordiente necesaria. 'Ella es el partido' (2008) era un voluntarioso intento de recuperar la vibración de la mejor época de la comedia estadounidense, la screwball comedy de los 30 y 40, aquella inspiración desatada. En estos tiempos que la comedia ha perdido los signos vitales del ingenio y se ha idiotizado hasta extremos no imaginados, hasta su ritmo se ha vuelto artrítico, perdido esa febrilidad, a galope tendido, que caracterizaba las comedias de Howard Hawks o Preston Sturges. Y 'Ella es el partido' sobre todo adolecía de un ritmo demasiado desvaído. Aun grata, tenía algo de homenaje museístico, que no se encuentra en las comedias de los hermanos Coen en las que ha colaborado, que combinan inspiración de un modelo y renovación, como 'Crueldad intolerable' o 'Quemar después de leer'. 'Monuments Men' (2014) logra estar más equilibrada, pero también parece, no en el mejor sentido, una obra del pasado, como si se le hubiera sacudido recientemente las polillas. Cuando mejor funciona es cuanto más grave y sombrío se pone, cuando la tragedia surca la narración, como es el caso de las muertes de Jean Dujardin o Hugh Bonneville. Se agradece su intento de recuperar, y por ello intentar insuflar en su aborregada sociedad, el aprecio por la cultura, por el arte, a través de un grupo que intenta recuperar las obras de artes antes de que caigan en manos de los alemanes en los pasajes finales la segunda guerra mundial. Es otra reconstituyente metáfora que alienta la ilustración, y aun estimable, resulta tan amable que no deja de balancearse sobre el abismo de la indiferencia. Como si toda la película fuera una transición hacia una obra de mayor calado.