¡Spoilers! ¡Sí, muchos y muy grandes!
Hace unos días que terminó la sexta temporada de 'Juego de Tronos', y algo ha estado carcomiéndome desde que terminara ese 'Vientos de invierno' con, por fin, Daenerys surcando los mares. Empezaron los créditos, y yo sabía que acababa de ver un capitulazo, pero algo me impedía disfrutar de él.
No fue hasta que empecé a hablar, realmente, sobre el episodio, con diferentes amigos y compañeros de trabajo, que me di cuenta de que algo que había pasado en él me enfadaba. Y mucho. Cuando me preguntaban "¿Qué te ha parecido?", no tardaba ni tres frases en ponerme a gritar (o a escribir en mayúsculas) sobre Jon Snow.
Os cuento: Jon Snow nunca ha sido mi personaje preferido. No ha estado en la lista de los cinco primeros, nunca, no sé si de los 10 (Cersei, Tyrion, Sansa, Jaime, Davos, Margaery y Lord Varys son los que me vienen a la mente así "a bote pronto"). Pero su presencia nunca llegó a molestarme. Los capítulos protagonizados por él en las novelas me aburrían algo más, pero podía leerlos fácilmente y entendía lo importante de su presencia para la historia general (él nos da la mayor información sobre todo lo que hay Más Allá del Muro).
Pero lo que David Benioff y D.B. Weiss hicieron durante la coronación de Jon como Rey en el Norte es un paso más allá. No sé si ocurrirá igualmente en la novela que está, o no, quién sabe, escribiendo George R. R. Martin en estos precisos instantes; el caso es que esa escena conlleva varias decisiones por parte del equipo responsable de la serie. Y esas decisiones me molestan bastante.
La primera: que Jon Snow es un héroe. No, perdón: que es el héroe de esta historia. Habrá quien argumente que siempre lo ha sido, y tanto Martin como los showrunners de la serie están en su derecho, pero yo estoy en mi derecho de perder el interés y sentirme engañado.
Un héroe sin méritos en un mundo injusto
Porque, como bien cuentan en Slashfilm, lo que definió y diferenció a 'Juego de Tronos' hace seis años fue que nadie estaba a salvo. Con la decapitación repentina e inesperada de Ned Stark, esta serie de HBO daba la vuelta al género y nos gritaba en toda la cara: "¡Eh, que aquí los héroes no van a ganar por ser héroes!". Y como este mensaje se parecía un poquito más a la realidad que conocemos, nos enganchamos. Los dragones, los buenos diálogos y la excelente producción ayudaban, pero lo que nos voló la cabeza fue que nos arrebataran a ese personaje al que nos habíamos aferrado como brújula moral y narrativa. Perdidos en los Siete Reinos, ya no había quien nos sacara de ellos.
Y luego llegó la Boda Roja, dos años después, para que no se nos olvidara. Lo que algunos podrían interpretar como simple crueldad por parte de Martin hacia la familia Stark, otros lo entendimos como una nueva prueba de que este relato iba a ir por otros derroteros. Que aquí la guerra no se gana con grandes y heroicas batallas en el último momento, y que por mucho que nos encariñáramos de un grupo de personajes, podían ser brutalmente asesinados en cualquier momento. No uno, ni dos: todos ellos.
'Juego de Tronos' también nos enseñó en aquella escena el peor lado de nosotros mismos: ese delicioso sabor de boca que nos deja la venganza, por más absurda, inútil e injusta que sea, encarnado en el pequeño asesinato que comete Catelyn antes de morir. Este inmoral sentimiento lo hemos vuelto a vivir gracias a Arya y su culinaria escena en el final de la sexta temporada.
Sin embargo, en este universo totalmente caótico e injusto, Jon Snow está resultando ser el héroe más convencional y tradicional. Su bondad y su honor intactos durante seis temporadas le han llevado a ganar varias batallas imposibles, le han granjeado un título de poder y autoridad, el de Lord Comandante, le han ayudado incluso a ser resucitado.
Y entonces llega ese momento. Pero para que entendáis mi enfado, os tengo que hablar brevemente de Sansa. La hija mayor de los Stark, cuya evolución ha sido la más marcada y la más satisfactoria de la serie, es la responsable de todo lo bueno que ha ocurrido en el norte durante los últimos años. Ella consiguió que Theon abandonara a Hediondo y se fugara, ella aceptó los servicios de Brienne y se dirigió hacia el Muro, ella hizo que Jon se enfrentara a Ramsay, y de hecho consiguió vencer a Ramsay escribiéndole una carta a Meñique para que acudiera con los ejércitos del Valle.
Pero ese momento. La coronación de Jon Snow como Rey en el Norte, auspiciado por los señores del norte que nunca acudieron a salvar Invernalia, convencidos por Lyanna Mormont, es uno de los momentos más injustos que 'Juego de Tronos' ha contado. Pero el tono elegido para ello fue marcadamente épico y ensalzador: una música emotiva acompañaba los gritos eufóricos de los señores del norte mientras elegían a la cabeza de su nueva revolución independentista. Jon Snow se levantaba lentamente de su silla, de nuevo con cara de no saber muy bien qué ocurre, y probablemente pensando: "¿Qué he hecho esta vez?".
Pues no ha hecho nada. Como siempre, desde hace seis temporadas, en las que no ha sufrido más que una leve evolución como personaje. Y sin embargo, el universo de 'Juego de Tronos' no deja de premiarle, y sin duda seguirá haciéndolo: se casará con Daenerys, o bien se unirá a su causa y será Rey en el Norte, y liderará pasivamente (como siempre) la batalla contra los Caminantes Blancos, y cabalgará uno de los tres dragones, y será constantemente salvado y defendido por aquellos que le rodean y, por alguna extraña razón que tenemos que creernos, ven en él un inacabable potencial.
Pero el problema con Jon no es que me aburra, ni que sea injustamente proclamado el héroe central de esta historia (junto con Daenerys, otro personaje del que tenemos que creernos muchas más virtudes y cualidades de las que se nos han demostrado más allá de su fachada molona), sino que su estatus de intocable echa por tierra todo lo que defendía de 'Juego de Tronos'.
A menos que en eso consista todo esto: quizá la lección que nos está dando ahora la serie es que por más que deseemos el reconocimiento y el poder para Sansa, verdadera Reina en el Norte y señora de Invernalia, siempre habrá un hombre blanco cerca que se lleve todos los méritos de los demás. Eh, ese mensaje también se acerca bastante a nuestra realidad.
Claves de la sexta temporada de 'Juego de Tronos'
A favor: El principio del fin
Una de las mayores sensaciones que quedan, sobre todo después de haber visto 'Vientos de invierno', el décimo episodio, es que los showrunners David Benioff y D.B. Weiss ya han puesto todas las piezas sobre el tablero, y de hecho ellos lo acaban de confirmar en una entrevista. Todo está preparado para la(s) batalla(s) final(es): muchos personajes han dejado de dar vueltas sobre sí mismos, el Trono de Hierro tiene nueva reina, Daenerys se dirige por fin hacia Poniente con el apoyo de varias casas importantes y el Norte vuelve a proclamar su independencia (se les ha olvidado cómo acabó el último Stark que quiso ser Rey en el Norte).
El invierno ya ha llegado, como anunciaba Ned Stark (preciosa la escena en la que Jon y Sansa lo comentan, en la muralla de Invernalia, y nos acordamos de cómo empezó todo esto). El Rey de la Noche y sus Caminantes Blancos están preparados para atacar el Sur del Muro, y parece que van a hacerlo mientras los Siete Reinos se disputan la última batalla por el reinado.
Esta temporada se ha dedicado a cerrar tramas: aquellas que funcionaban (el juramento de Brienne), aquellas que no tanto (el aprendizaje de Arya) y aquellas que fueron un error garrafal (las conspiraciones de Dorne). Benioff y Weiss han pasado la escoba y todo queda limpito y reluciente para lo que parece que serán dos últimas temporadas más cortas de lo habitual.
En contra: A toda mecha
Y aunque nos encanta la limpieza y confluencia de tramas, hay algo de lo que siempre ha adolecido 'Juego de Tronos' y que no se ha solucionado en su sexta ronda. Más bien, en algunos casos, se ha agravado. Es su narrativa, supeditada desde el principio a contar un porcentaje muy alto de una historia original extensa y complicada, que funciona en las novelas, pero no siempre en la serie de HBO. Solo hay que preguntarle a una gran mayoría de espectadores casuales quién es este personaje, dónde vimos por última vez a este otro o cuál es la relación entre aquellos dos que acaban de tirarse cinco minutos hablando de algo.
En 'Juego de Tronos' pasan muchas cosas a costa de elipsis (saltos narrativos entre los que se supone que entendemos qué ha ocurrido por lógica o contexto) y hay muchos personajes de los que no sabemos lo suficiente como para que nos interesen o nos importen. Así me sentía yo antes de leer los libros.
Y este año la geografía de los Siete Reinos ha sido, cuando menos, algo elástica. Mientras Brienne tarda varios episodios en llegar de un terreno de Poniente a otro (y al final desaparece sin que sepamos muy bien adónde va ni por qué no ha luchado en la Batalla de los Bastardos), Theon, Yara y Arya cruzan los mares sin que se nos muestre cómo ha sido esa travesía, ni cuánto tiempo les ha llevado hacerla.
Se entiende, la distancia y el tiempo están en 'Juego de Tronos' al servicio de la historia, y con tantos personajes y tramas que abarcar, es una cuestión de síntesis... Pero al final estamos ante relatos muy fragmentados que descolocan constantemente al espectador que no ha leído los libros ni está constantemente informándose en Internet. Y ese espectador no eres tú ni soy yo, pero es la mayoría.
A favor: Las mujeres al poder
A 'Juego de Tronos' siempre le ha acompañado un debate sobre su representación de la mujer, y se ha discutido mucho si tiene un subtexto machista o si es solo una característica más de su sádico e injusto universo.
Ya sea como respuesta a las quejas, que se multiplicaron durante la temporada anterior tras la cruel escena de violación de Ramsay a Sansa, o por evolución lógica de sus personajes femeninos, las mujeres han partido la pana durante la sexta temporada. No solo en Desembarco del Rey (Cersei siempre fue la reina del cotarro), sino que en otros terrenos los personajes masculinos han cedido terreno para que secundarios como la nueva preferida del público, la pequeña Lyanna Mormont, molen más.
'Juego de Tronos' siempre ha tenido personajes femeninos fuertes, desde la fallecida Catelyn, hasta su hija Arya, pasando por la anciana Olena Tyrell o cualquiera de las ya citadas. Pero este año no solo han sido interesantes mujeres oprimidas que ejercen su poder de forma soterrada o rebelde: esta vez Sansa ha ganado una batalla y asesinado a su torturador, Yara ha pujado activamente por liderar a su pueblo, los Hijos del Hierro, Arya se ha liberado de perros y mentores para reclamar su identidad y ejecutar su venganza y Cersei ha vencido a los religiosos, a sus enemigos y ha aceptado que, tras fracasar como leona y protectora de la manada, le toca sentarse en el trono del león que siempre ansió profundamente. Daenerys, mientras tanto, quemó literalmente al patriarcado Dothraki y siguió prometiendo libertad y justicia bajo su mando.
Esto está bien, no solo porque 'Juego de Tronos' es ya un relato activa y explícitamente feminista, sino porque los personajes femeninos y su puja por el empoderamiento, la autonomía y el poder han sido siempre lo más interesante de la serie.
En contra: Tetas y penes
Y sin embargo, algo huele mal. Y no es la empanada de Freys que ha cocinado Arya, que le ha quedado rica y nutritiva. Lo que huele mal es la diferencia entre los desnudos femeninos y los masculinos. Otro debate que viene de largo, y que quizá los guionistas quisieron zanjar esta temporada, pero nada más lejos.
'Juego de Tronos' es una serie que ha mostrado el cuerpo desnudo de la mujer en varios contextos, la mayoría de ellos eróticos, y el cuerpo desnudo del hombre bien poco. Si lo ha hecho, ha sido para desagradar, como recogían en un interesantísimo artículo en Cinemanía: esta temporada hemos visto directamente dos penes, uno de un secundario, en primer plano, mientras nos hablaban de enfermedades de transmisión sexual, y el otro del Perro, mientras meaba en el río.
El desnudo que protagonizó sonoramente Emilia Clarke tras prometer que no volvería a hacerlo, sin embargo, mostraba a una mujer poderosa ante la que arrodillarse. Eso es un triunfo, al menos.
A favor: Más peso de los directores
Los momentos más poderosos de esta temporada lo han sido por lo que contaban, pero también por cómo lo contaban. La potente escena "Hold the door", la sucia Batalla de los Bastardos, los tensos 20 minutos previos a la explosión del Sept de Baelor en Desembarco del Rey... Todas esas escenas están muy marcadas por el trabajo de los dos mejores directores de la temporada: Jack Bender ('El portón' y 'Sangre de mi sangre') y Miguel Sapochnik ('La batalla de los bastardos' y 'Vientos de invierno').
Bender, que lleva realizando televisión 36 años, fue el director de los mejores episodios de 'Perdidos' (38 en total) y no es de extrañar que el momento estrella de Hodor estuviera muy marcado por la épica narrativa que tenía aquella serie cuando revelaba sus giros más inesperados. Por su parte, Sapochnik, realizador de aquel 'Casa austera' que nos puso los pelos de punta, ha vuelto a dirigir el capítulo más intenso de la serie hasta el momento, el 6x09, y en los primeros 20 minutos del último episodio ofreció mucha más información de origen visual que los diálogos, algo que no habíamos visto con frecuencia en 'Juego de Tronos'.
La importancia de los directores en un medio tradicionalmente de guionistas y productores como es la ficción televisiva es algo que llevamos viendo en los últimos años, gracias en gran parte a HBO. 'Juego de Tronos' ha flaqueado en muchas ocasiones en este aspecto (la resurrección de Jon Snow, por ejemplo, tendría que haber sido rodada y montada de otra manera para no habernos dejado más fríos que un cadáver). Pero algunos momentos de esta temporada han llevado la serie a un nuevo nivel, y uno que nos hace babear con las cotas épicas y cinematográficas que aún están por venir desde Poniente.
En contra: La estructura narrativa
La estructura de los episodios de 'Juego de Tronos' se ha ido marcando más y más con el paso de las temporadas hacia un relato fragmentado basado en núcleos: 10 minutos de este personaje, 10 minutos de este otro, y así hasta acabar el capítulo.
¿Consecuencia? Un ritmo irregular con tramas más interesantes que otras. Y más cuando algunos personajes parecen estar escritos para meter relleno. Y cuando esos personajes ocupan mucho tiempo en un episodio, esa semana parece una semana perdida. Mientras tanto, tramas interesantes se siguen contando entre elipsis y elipsis. Un desequilibrio narrativo, que es la mayor desventaja de 'Juego de Tronos'.
A favor/En contra: La nueva 'Perdidos'
Curiosamente, Jack Bender no es lo único que nos ha recordado a la mítica serie creada por J.J. Abrams esta temporada. 'Juego de Tronos' es la nueva 'Perdidos', y este año más que nunca. No es solo que sea el fenómeno televisivo más grande de su generación, sino que la serie de HBO ha adoptado la estrategia de suscitar teorías y debates semana a semana. Lo han hecho sugiriendo, jugando con las expectativas del espectador.
Esto no es nuevo, pero por primera vez la serie ha ido a terreno no explorado por las novelas, y eso ha causado que cada nuevo giro fuera especialmente analizado por los fans en Internet. Un juego divertido que puede ser un arma de doble filo, y sobre todo ha hecho que cada capítulo llegara con sus propias teorías, hipótesis y expectativas. Y una serie no está hecha para estar arriba todas las semanas.
A favor/En contra: Al servicio del fan
Curiosamente, la primera temporada de la serie en la que nadie sabía qué iba a ocurrir ha sido la que menos ha sorprendido de todas. ¿Por qué? La mayoría de los giros se han dedicado a cumplir teorías de los fans. Se han juntado personajes que queríamos que se juntaran, se han resuelto misterios tal y como se preveía.
Esto es bonito por una parte: denota la simbiosis que hay ya entre el fandom y el universo de la serie. Pero por otra, 'Juego de Tronos' es una serie cuyos mejores momentos han sido esos más inesperados que removían las expectativas de los espectadores. Si pierde eso y empiezan a cumplirse todos los pronósticos de cara al acto final de la historia, faltará algo muy importante: la capacidad de sorpresa del espectador.