La de 'Refugiado' (Diego Lerman, 2015) es una propuesta valiente en su concepción que quizás no atina del todo en su forma para llegar a un público mucho más amplio. Un defecto que repercute en la visibilidad de tema, tan necesario, que trata: la violencia de género, que requiere de la máxima difusión posible para ayudar a concienciar y erradicar esta lacra. Mucho más ahora cuando los jóvenes españoles ven aceptable e incluso justifican las agresiones hacia su pareja, y títulos como '50 sombras de Grey' le dan un tamiz romántico al maltrato psicológico.
Contra esta deleznable realidad, películas como 'Refugiado' tienen un doble valor: el artístico o autoral que se le quiera dar y el social. Y aunque el cineasta intenta trascender los tópicos del cine de temática social con una apuesta forma atrevida a nivel de cámara (sobre todo en mano, de estilo casi documental) y fotografía (el trabajo de Wolciech Staron es excelente, construyendo una iluminación de tonos oscuros), con episodios, incluso, que juegan con unos códigos más propios del terror; la realidad es que acaba cayendo en los lugares comunes y la película no acaba de despuntar.
De entrada 'Refugiado' intenta sorprender huyendo del morbo y lo explícito y tomando principalmente el punto de vista de un niño. Sobre este primer aspecto, Diego Lerman no muestra la violencia, pero sí sus consecuencias. Como tampoco al marido maltratador, a quien solo conocemos a través de referencias, a lo sumo a través de su voz en el teléfono o viendo su silueta fuera de foco. es una presencia amenazadora, causante de una angustia constante, pero no se le da un protagonismo activo. Esta se muestra como una decisión bastante acertada para generar distintas emociones en el espectador; sin embargo, Lerman no pierde la ocasión de describir, en boca de Julieta Díaz, como eran esas agresiones dejando que finalmente la violencia que ha ido esquivando entre en el relato. Así mismo, durante buena parte del metraje va construyendo de forma sutil la amenaza del enfrentamiento entre víctima y agresor que encuentra su clímax cuando la primera debe volver al piso conyugal en un momento dado y cuando parece que todo va a estallar el globo de desinfla. La tensión se va tan pronto como llegó.
En cuanto al segundo aspecto, la película muestra una aparente inclinación a mostrar la mirada del hijo de la pareja, Matías (interpretado con una sorprendente veracidad por el jovencísimo Sebastián Molinaro). La cámara le sigue y se pone a su altura, quedándose con él en primer lugar cada vez que se separa de su madre. Pero al final es ella quien tira de la historia; Laura es el centro sobre el que pivota la narración y la función del personaje de Matías, en última instancia, es la de enfatizar la tragedia de la situación y servir de estímulo para que la madre actúe.
Una vieja conocida
Julieta Díaz construye un personaje muy creíble, capaz de levantarse en el peor de los escenarios y sacar el coraje para escapar y revertir la situación. El peso de la acción recae sobre ella y resuelve la papeleta con soltura. Un rol que difiere bastante de lo que nos viene acostumbrando -en cuanto a los proyecto que nos llegan de Argentina- y nos aporta nuevos e interesantes matices a su trabajo. Además de verla en la hispano-argentina 'Negro Buenos Aires' (Ramón Térmens, 2010) ambientada en el "corralito" y, cierto, de pobre recuerdo, la hemos podido ver junto a "nuestro" Ricardo Darín en 'La señal' (2007) y en los últimos tiempos en dos simpáticas comedias románticas 'Dos más dos' (Diego Kaplan, 2012) y 'Corazón de León' (Marcos Carnevale, 2013), por la que fue galardonada como mejor actriz protagonista por la academia de cine argentino.