'Vanilla Sky' y 'Abre los ojos', 'Sin reservas' y 'Deliciosa Marta', 'Cuarentena' y '[REC]', 'Déjame entrar' y 'Déjame entrar' o las 'Intocable' son solo algunos ejemplos de lo mucho que a Hollywood le gusta usurpar lo que en Europa funciona. No se escapa ningún género.
Muchas veces -o la mayoría- estos remakes no aportan nada nuevo más allá de estar rodadas en inglés y con un nuevo reparto y no podemos evitar preguntarnos: ¿es que no puede leer subtítulos por una vez o aceptar un poco de doblaje? ¿Sin un estadounidense de por medio no van a sentirse identificados? ¿De verdad creen que simplemente pueden hacerlo mejor? Es que hay casos donde directamente las películas son reproducciones exactas del material original, véase lo que hizo Michael Haneke con 'Funny Games', pero por suerte, en medio de ese desierto sin ideas nuevas que está atravesando la industria norteamericana, florece un título que, aun formando parte de la colección de duplicados, no parece un mero sucedáneo.
'No hables con extraños' es el remake americano de la danesa 'Speak No Evil', pero en lugar de solo copiar todo lo que Christian Tafdrup hizo que su película se convirtiese en una de las sensaciones de terror de 2022, James Watkins coge su premisa y la traslada, con todas sus consecuencias, a maneras, modales y costumbres de otras dos culturas, manteniendo también una misma hipótesis: tanto decoro podría matarnos. Muy oportuno en plena era «demure».
El argumento (sin entrar en spoilers) es muy simple: dos parejas se conocen durante unas vacaciones en Italia y uno de los matrimonios junto a su hija visitan al otro (y su hijo) durante un fin de semana en una aislada granja en algún lugar de Inglaterra. Los primeros son americanos, los segundos británicos, y lo que tenía que ser una escapada que probase que aún son capaces de improvisar, ser espontáneos y salir de su zona de confort, acabará en una explosión de violencia y, lo que es peor, en una trampa de corrección social.
Los estadounidenses son Ben y Louise (Scoot McNairy y Mackenzie Davis), los ingleses Paddy y Ciara (James McAvoy y Aisling Franciosi) y los niños Agnes (Alix West Lefler) y Ant (Dan Hough). Sale alguien más, pero solo ellos seis y apenas tres localizaciones son suficientes para este siniestro tira y afloja en el que Watkins consigue encerrarnos al aire libre y contagiarnos una auténtica sensación de claustrofobia.
Un reparto que lo es todo
Davis interpreta a Louise, una mujer que silencia su intuición y reprime sus impulsos porque quiere ser guay; guay como ese prototipo de mujer que la Amy Dunne de Rosamund Pike describía en 'Perdida' en aquel monólogo interior.
McAvoy maneja los extremos como pocos actores pueden, se acerca al abismo sin caerse, se pasa de la raya y aún así parece auténtico, tan carismático como intimidante. Su Paddy es tan excesivo que no debería ser creíble, pero algo en él te resuena verosímil, conoces esa masculinidad tóxica, has vivido las microagresiones, la pasivo-agresividad, la provocación tras una sonrisa y la violencia contenida, y más si eres mujer. Un prototipo de hombre que abraza a su yo más primario y se salta las reglas tácitas de la convivencia. La prepotencia del macho alfa, que, como deseo de mantenerse en la cúspide del poder social, tan atractiva resulta a otros señores.
Y aquí entra el contrapunto de Paddy, Ben, un pusilánime que se siente herido en toda su virilidad. Ben teme a Paddy, pero también le admira, le atrae su seguridad y el vigor de una hombría que está por encima de la corrección política. Paddy puede hacer lo que le dé la gana sin doblegarse a nadie, y Ben quiere eso. En la superficie es un hombre su tiempo, pero solo disimula una misoginia interiorizada. McNairy lo tenía difícil para estar a la altura de McAvoy y acaba siendo el pilar fundamental del tercer acto de 'No hables con extraños', precisamente cuando la película abandona el disfraz de terror psicológico agotada ante una explosión de violencia física y explícita que desluce la impecable atmósfera de malestar que se había construido.
Igual que en una película de terror no entiendes que el protagonista suba al ático claramente maldito pero por puro disfrute acabas comprando la idea, en 'No hables con extraños' el ejercicio que tienes que hacer es parecido. No podría funcionar si no tuviese un ritmo lento en el que la incomodidad va en un suave crescendo y poco a poco la tensión te va ahogando en la butaca. Solo así, con una suma de pequeños detalles que molestan y a la vez dejan espacio a la duda, a la interpretación, se puede generar ese ambiente cargado y asfixiante en el que no podemos estar seguros de si, en su lugar, seríamos la decidida Louise o el inerte Ben, por eso estamos deseando que escuchen a su instinto, esa vocecita interior que te dice que salgas por patas aunque el peligro no parezca inminente. Poco a poco se acumula tanta presión que la olla acaba estallando en un giro tan brusco que solo aceptamos porque son norteamericanos, gente de acción si hacemos caso a sus clichés culturales.
En resumen, 'No hables con extraños' es puro estrés, angustia e incertidumbre durante dos tercios de la película, con lo difícil que es eso, y una apuesta de acción más convencional en su desenlace que recuerda vagamente a 'Perros de paja'. Es también una experiencia diferente a la original, añade una nueva voz a la conversación y a la pregunta que el público se hará viendo la película: ¿Qué harías tú realmente en su lugar? Watkins plantea la idea de que esta película podría hacerse una y otra vez con diferentes nacionalidades, especialmente con culturas que tienen tanto y tan poco en común; y nos recuerda también que si tenemos una voz es para usarla, que ceder a una amabilidad desmedida solo por miedo a importunar, por intentar complacer a los demás a costa de nuestro propio bienestar, te puede salir muy caro.