No sabemos bien qué tiene el cine dentro del cine para interesarnos tanto, pero en la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián nos volvimos a dejar cautivar por dos películas que se encuentran, a su vez, fascinadas por la figura de un icono al que brindan un sincero homenaje. En 'The Disaster Artist' James Franco se transmuta en Tommy Wiseau, el infausto actor, productor, director y guionista de la considerada peor película de la historia, 'The Room'; mientras que con 'Le Lion est mort ce soir' Nobuhiro Suwa propone un juego metacinematográfico al introducir a Jean-Pierre Léaud, el siempre carismático e inolvidable Antoine Doinel de 'Los 400 golpes', en un rodaje con un grupo de niños, como lo fuera y será siempre su rostro congelado para la historia del cine.
Que la película 'The Room' haya sido un fenómeno de culto en todo el mundo es uno de esos casos difíciles de explicar. Y menos aún en breves líneas. 'The Disaster Artist' tampoco intenta profundizar en sus causas, no se adentra con excesiva complejidad en el rodaje ni en la relación entre Tommy Wiseau y Greg Sestero (co-protagonista y autor del libro en el que se inspira la película). El mejor halago que se puede decir de la película dirigida y protagonizada por James Franco consiste en que, en su afán por celebrar e imitar 'The Room', finalmente se convierte en una fiesta que será indivisible del filme original, pasando a formar parte del imaginario salido de la mente de Tommy Wiseau.
Y lo hará porque no se trata de una parodia, no hay rastro de superioridad moral o cruel distancia irónica en el retrato de Tommy Wiseau, tan dado a lo grotesco. James Franco comprende a la persona, al menos en su faceta de cineasta cuyas ambiciones literarias superan su talento, pero una de las claves es que lo encarna con los mínimos recursos de maquillaje posibles, aquellos indispensables como su particular vestimenta y larga melena, para en definitiva permitirnos vislumbrar al propio James Franco calcando sus gestos, su particular acento y su tronchante risa. Es a partir de estos mecanismos interpretativos básicos desde los que construye el corazón de su personaje, del mismo modo que lo hace su hermano Dave Franco, que derrocha ternura en su interpretación de Greg Sestero. Juntos consiguen establecer un ritmo cómico inapelable en cada escena.
Se puede achacar al resultado final que el desarrollo narrativo sea demasiado plano. Igualmente, cuesta encontrar elementos de interés en la puesta en escena que no estén relacionados con mimetizar la original. Aunque en todo caso, esta decisión cobra sentido con el objetivo de que la película de Tommy Wiseau sea la auténtica estrella. Pero James Franco es consciente del potencial del material que tiene entre manos y tampoco se limita al guiño cómplice, ha sido lo suficientemente inteligente como para que 'The Disaster Artist' cobre un significado universal. Aquellos que desconozcan 'The Room' podrán verla como el clásico relato en busca de la fama y el sueño americano en Hollywood, una de la que imprime la leyenda en su secuencia final y que nos invita a creer que lejos de ser la crónica de un fracaso, la historia de 'The Room' es el triunfo de un entrañable farsante.
Dos homenajes al cine
Una de los momentos más célebres y recordados de 'The Room' era aquel en el que el personaje de Tommy Wiseau se quitaba la vida introduciendo una pistola en su boca y apretando el gatillo a cámara lenta. Una escena ridícula en la que 'The Disaster Artist' por supuesto se detiene y de la que recrea su rodaje, lo que nos acceder al espejo , a Wiseau resucitar tras dispararse y seguir interpretando su agonía, ajeno a cualquier reflexión sobre la idea misma de morir frente a la cámara. Precisamente esa es la cuestión con la que arranca 'Le Lion est mort ce soir', cuya primera secuencia nos descubre a Jean-Pierre Léaud interpretando un rol en el que ya le vimos recientemente en la última película de Albert Serra, 'La muerte de Luis XIV', el de asomarse a su propia muerte y representarla en la ficción.
Pero el mito se niega a morir, no es capaz de interpretar su muerte y comienza a divagar sobre lo cerca que se encuentra de ella. Mientras tanto, la cámara de Suwa, que a lo largo del metraje se mantendrá flotando en largos planos secuencia abiertos a la improvisación, registra en primer plano cada uno de sus gestos, los monstruosos y los risueños, en un monólogo que nos regala un acceso nuevo y juguetón a su figura, cuyo derroche de generosidad será una constante durante toda la película.
Tan lúdica como trascendental, repleta de simbolismos y guiños a sus respectivas filmografías, en 'Le lion est mort ce soir' el cine se entiende como un juego infantil cuyo misterio es superior al de nuestro entendimiento. Será precisamente desde el momento en el que entable una relación con un grupo de niños cineastas, para los que protagonizará una película, cuando un desenfrenado Leaud (mitad sí mismo, mitad su propio icono) podrá despedirse por última vez del amor y aprenderá por fin a mirar con los ojos abiertos a la muerte. Como quien no lo pretendía, Nobuhiro Suwa nos entregó lo más cercano a una obra maestra que vimos estos días en San Sebastián, una película profundamente inspiradora, que establece un pacto con el espectador desde el que abordar el cine desde una inusual pedagogía, para así mantener viva en futuras generaciones la ilusión de la imagen (y del león) en movimiento.