Decía Paul Schrader a propósito de 'Los asesinos de la luna' que tres horas y media es demasiado tiempo para pasar con un idiota. Bien, aunque seamos de la opinión del guionista de 'La última tentación de Cristo', preferimos sustituir este último término por fanático para referirnos a 'Santiago: Un Camino espiritual', documental que, de la mano de European Dreams Factory, llega a salas el 29 de noviembre.
Primero, porque toda la propuesta pasa por una cruzada meramente publicitaria y sectaria: el enaltecimiento de la fe católica. Para ello se recurre a testimonios de caminantes varios que, casualidad, responden de manera férrea a uno de los siguientes modelos: son muy jóvenes o provienen de territorios donde el catolicismo es minoritario -Corea del Sur, India, Israel o Reino Unido-.
Es decir, una operación de marketing encaminada a mostrar la globalidad y modernidad de la Iglesia y que, aunque sus orígenes sean puramente religiosos, se apropia por completo del significado del Camino, olvidándose de aquellos peregrinos cuyo objetivo por alcanzar la Plaza del Obradoiro nada depende de sus creencias -tan solo una de los numerosas intervenciones proviene de un individuo que lo hace por superación, otro concepto de profunda raíces cristianas-.
Nada en su interior
Su complemento, la reiteración y el vacío formal. Durante 95 minutos, exceptuando los pasajes finales que son una entrevista con su responsable, el Obispo Donald Hying, el dispositivo es siempre el mismo: voz en off enalteciendo las virtudes del Señor -se escuchan afirmaciones como "la fe se convierte en la manera de ver hacia delante" o "con Cristo se ve todo claro"-, planos de pasos golpeados por el sol, árboles azotados por el viento, hojas rozadas por el tacto humano, abundante iconografía religiosa, con especial énfasis en los crucifijos, cámaras lentas de individuos rezando y gente que anda, pero de la que generalmente no se nos cuenta nada.
De vez en cuando, algún intrépido, con colgantes y pulseras que garantizan rechazo frontal a Lucifer, habla a cámara y deja frases que asustan por su contundencia -"mis prioridades son Dios, mi familia y mi país"-. Pues eso, que se han visto anuncios televisivos financiados por entidades públicas menos dogmáticos y soporíferos -los spots turísticos de las comunidades autónomas-. A ver quien es el valiente que le discute ahora a Fernando Trueba que Dios no se llamaba Billy Wilder.