La segunda temporada de 'The Crown' está al caer, y la creadora y plataforma que la distribuye vuelve a hacer de las suyas dejándonos con la miel en los labios. Parece que Netflix no podría haber hecho mejor inversión que en este biopic, pues no sólo se ha convertido en su joya de la corona al ser su mayor producción, sino que también es una de las series mejor valoradas por los críticos y el target al que va dirigido. Como prometieron, cada temporada recogerá una década de la vida de Isabel II, y en esta ocasión, seremos testigos de su historia en los años 60.
"He reinado durante casi 10 años. Durante ese tiempo he tenido a 3 primeros ministros a mi cargo. Ninguno de ellos ha finalizado su mandato" avisa la reina Isabel más seria que nunca. Este primer avance nos muestra que la segunda temporada será mucho más oscura que la anterior, ya no parece una historia centrada en el ascenso al poder, más bien una de mentiras y humillación. Nuevamente la reina deberá enfrentarse a sus responsabilidades en palacio y al mismo tiempo intentar estar bien con su marido, quién ha viajado para combatir en una guerra ilegal de Egipto. En esta segunda parte veremos el trayecto que recorrió la historia real en el siglo XX, desde la lucha de las Fuerzas Armadas de su Majestad en dicha guerra hasta el descenso del tercer primer ministro Harold Macmillan por un gran escándalo.
Netflix también nos ha deleitado con 4 nuevas imágenes sobre el matrimonio, en las que por un lado aparecen la Reina Isabel II y Felipe abrazados y disfrutando de la etapa prenatal de su futuro primogénito. Y en otra, no podrían estar más separados ni ser una imagen más oscura. El Príncipe se muestra distante mientras que la reina parece mirarle con condescendencia y decepción. "Pero ¿no es posible que, a pesar de todos esos problemas...algunos estemos a tu lado?" le pregunta su marido en el avance. A lo que Isabel responde: "Ojalá".
De nuevo la serie cuenta en su reparto con sus 4 protagonistas interpretados por:Claire Foy, Matt Smith, Vanessa Kirby y Victoria Hamilton.Pero también podremos disfrutar de grandes fichajes como: Michael C. Hall, que interpretará a John F. Kennedy y Jodi Balfour, como su esposa Jackie Kennedy; Matthew Goode como el nuevo amor de la princesa Margarita.
La segunda temporada de 'The Crown' se estrenará el próximo 8 de diciembre en Netflix y estará disponible en todos nuestros dispositivos.
Recoge lo que siembra
Parece que Netflix no sólo ha puesto una gran suma de dinero por delante para hacer posible esta gran producción, sino que también ha volcado en ella toda su ilusión y es más que visible en el resultado del producto audiovisual. 'The Crown' ha conseguido ser una de sus series más premiadas tanto por la aprobación del público como por las nominaciones y premios que ha recibido de las distintas academias en 2016. Ha sido nominada a 3 Globos de Oro, de los cuáles ganó 2: Mejor Serie-Drama y Mejor Actriz de Serie de Televisión-Drama por Foy. Y por parte del Sindicato de Actores, los dos premios a mejores actores protagonistas-drama (actor y actriz) para John Lithgow y Foy, de nuevo. Pero además de la calidad interpretativa, también se han tenido en cuenta otros factores como: sus localizaciones, vestuarios y diseño artístico.
Los mejores biopics de los últimos 15 años
'Moneyball': David frente a Goliat
'Moneyball', atrapa al espectador desde el primer momento, entrando directamente en una historia que muchos espectadores desconocerán por completo y que, posiblemente, no tengan interés alguno en descubrir. Un equipo de beisbol (Atléticos de Oakland) y la figura de Billy Beane, su director general que se hizo famoso por conseguir éxitos utilizando un nuevo método que implica construir un equipo competitivo con recursos económicos inferiores a la mayoría de los equipos en las Grandes Ligas, y empleando métodos estadísticos por ordenador para organizar a sus jugadores. En esta parte es donde el interés crece y se tira por tierra los prejuicios previos, un factor diferenciador del resto de propuestas deportivas. Aquí pesa más el cerebro que el corazón, los números que los bates. Y, todo esto, sin dejar de lado la épica y la emoción. Por eso tiene aún más mérito el triunfo que supone esta película, apasionante y llena de intensidad, capaz de hipnotizar con unos diálogos ágiles y geniales (no hay que olvidar que los firman Aaron Sorkin y Steven Zaillian, dos de los mejores guionistas de la actualidad) y una dirección muy potente de mano de Bennet Miller, quién supo comprender que la fuerza del relato no está en el triunfo deportivo sino en el proceso y desarrollo que lleva hasta él, en los riesgos tomados, en el apostar por algo que nunca se había hecho para, desde dentro, cambiarlo todo.'Moneyball' es excelente en prácticamente todo, esquivando inteligentemente los tópicos del cine deportivo y en la sensibilidad más lacrimógena. Si te emociona es con un gesto o una mirada de confianza entre sus dos protagonistas principales, un Brad Pitt soberbio acompañado de Jonah Hill, el cuál llena a su personaje de ternura y simpatía.
Nominada a seis Oscar, 'Moneyball' justifica los elogios convirtiéndose en una de las mejores películas contextualizadas en el mundo deportivo de los últimos años. El rugido de un estadio cobra más fuerza cuando se escucha desde un vestuario vacío, refugio de un tipo que apostó por David frente a Goliat y que celebra, con rabia y en soledad, el triunfo de un sueño en el que los números y las estadísticas terminaban siendo un conducto hacia el corazón y la emoción más universal, la de superar el pasado y encontrar el lugar correcto.
'Rush': Adrenalina en la última curva
Asegura Luis Francisco Castillo, periodista de Antena 3, en su artículo '¿Cómo ha evolucionado la Fórmula 1 desde James Hunt y Niki Lauda?', que la relación entre los dos protagonistas de esta espléndida 'Rush' era "una rivalidad dentro y fuera de la pista que, en el fondo, no era sino una suerte de admiración mutua por una forma de entender la competición y la vida completamente distinta a la suya". Difícil explicar mejor lo que Ron Howard cuenta en la que es, sin duda, su mejor película desde 'El desafío: Frost contra Nixon' (otro trabajo que podría aparecer perfectamente en este especial) y, posiblemente, su trabajo más redondo. Porque en esta historia de rock and roll stars, suicidas enamorados del deporte y deportistas enamorados del suicidio, egos bañados en alcohol y egos bañados en café entre mecánicos de madrugada, la batalla no se libra solamente en las carreras sino que, lo realmente importante, sucede en la parte de atrás, en los tiempos de espera, en los medios de comunicación. Es en esos tableros donde se libran las partidas más intensas, donde se forjó una relación que no es complicado relacionar, reiterando las comparaciones musicales, con unos Lennon y McCartney del motor. O, mejor dicho, unos Jagger y Richards.
El primero, James Hunt, el caos, la libertad, puro impulso. El segundo, Niki Lauda, la intensidad, el perfeccionismo absoluto. Terremoto contra equilibrio. Fiesta hasta el amanecer frente amanecer en el taller. Lo que estos tipos consiguieron, marcar una época, aumenta su importancia cuando se combina con la épica del deporte, con los giros imposibles de un guión de hierro que cuesta creer que nadie hubiera intentado trasladar a la gran pantalla antes. Porque están todos los elementos necesarios para dar forma a una gran película: la emoción, el vértigo, la adrenalina, el drama, todas las piezas de un puzzle que Howard unifica con las herramientas del mejor cine. Ayudado por un reparto en estado de gracia, con unos inmensos Chris Hemsworth y Daniel Brühl mimetizándose con sus personajes, Howard reitera sus virtudes como artesano de Hollywood pero eleva su listón con un trabajo de dirección arrebatador, con capacidad para transmitir todo el nervio y la pasión, que a veces causa admiración y otras, literalmente, miedo, con el que se vive este deporte desde dentro.
'Lincoln': Lecciones
Ni siquiera para un spielbergiano como yo, defensor a ultranza de la grandeza de un director que, más allá de favoritismos personales, se encuentra situado entre los más grandes del séptimo arte por méritos propios, una propuesta como 'Lincoln' podía tener, a priori, mayores riesgos. Un biopic sobre la figura más amada e importante de la política estadounidense tenía todas las papeletas para ser uno de esos homenajes desproporcionados, dedicados a la exhaustiva misión de elevar a los altares a su personaje central olvidando las formas a favor del calado universal de su mensaje de alabanza. Sin embargo, tras doce años de trabajo intensivo entre los cuales ha sumado algún que otro clásico a su extensa filmografía, Steven Spielberg sorprende con su película más íntima, casi teatral, alejada de virguerías formales, centrada en su discurso y tarea pero sin dejar de ser, desde su estupendo prólogo, gran cine.
Porque 'Lincoln' es eso, cine mayúsculo, inmenso, solemne en el mejor sentido del término, obsesionado con, a través de elementos mínimos, contar hechos grandiosos. Urge aclarara que no estamos ante un biopic al uso, Spielberg y su guionista, Tony Kushner, adaptando el libro de Doris Kearns Goodwin, ubican al presidente como parte de un contexto (la instauración de una enmienda que prohibía la esclavitud en los Estados Unidos) que es el auténtico tema central de un film que, de todos modos, no aleja su mirada de los aspectos más personales de una figura histórica apasionante. El Lincoln padre, traumatizado, marido y consejero está al mismo nivel de importancia que el político, inteligente y superdotado en su misión de hipnotizar con discursos y anécdotas. Todos sus rostros tienen uno solo, el de Daniel Day-Lewis, cuya actuación es, sencillamente, inolvidable, repleta de matices, casi intimidatoria. Usando el tópico, él no interpreta a Lincoln, él ES Lincoln. Estamos, en definitiva, ante otra obra mayor de un director en una etapa de madurez absoluta. Un cineasta que lleva años asombrando, entreteniendo, emocionando, divirtiendo y cautivando a público de todas las edades. En esta ocasión, nos regala el retrato honesto, apabullante y melancólico, de una personalidad inabarcable. Una lección de historia que termina siendo, otra vez, una lección de cine.
'La Red Social': Nuestro reflejo
El ser humano necesita sentirse valorado. Necesita saber que hay alguien al otro lado, que se preocupan por él, que se mantienen alerta por si necesita cualquier cosa. Necesita verse reflejado en otras reflexiones, protagonista o secundario en la vida de alguien, centro de atención de algunas dudas, conflictos, alegrías o tristezas de otro de sus semejantes. Sentirse solo, excluido del sector de personas del que deseas formar parte puede provocar una de las ideas más revolucionarias e importantes de nuestra historia, como es el caso que nos ocupa, pero también puede despertar el lado más ambicioso, egocéntrico y perturbador que es parte innegociable de una parte de nuestro comportamiento. Hasta qué punto un ser humano puede ser popular solo por contar con 200 amigos en una red social. Hasta qué punto esas relaciones son reales. Hasta qué punto alguien puede sentirse solo frente a una pantalla mientras lee que tiene 200 amigos en Facebook. Nadie nos había hecho pensar en esto de manera tan clara. Por eso hay que ver 'La red social'.
No se trata solo de una demostración de sabiduría cinematográfica por parte de un genio como David Fincher , con unos actores que alcanzan la perfección. Es una película necesaria. Es un clásico que servirá para entender de que se trata todo esto en donde andamos todos metidos. Ni siquiera es solamente una obra maestra de nuestro tiempo. ¿Una película sobre el creador de Facebook? Eso es quedarse en la superficie más evidente. Es una historia sobre nuestras miserias, necesidades, complejidades. Se trata de algo que habla de ti, de mi, de nosotros. Y, por supuesto que ya soy fan de su página, que le he dado a "Me gusta" a todos los enlaces que he encontrado sobre ella y que yo mismo me he encargado de recomendarla a mis amigos a través de su plataforma. Pero nadie se había atrevido a recordarnos de tal manera lo necesario que es volver a escuchar una voz o volver a mirar a los ojos a alguien. Es tan grande que da miedo, tan necesario que asusta. Pero no hablo de Facebook, no, me refiero al ser humano. Ya era hora de dejar de hablar de lo que éramos o de lo que podemos llegar a ser. Tocaba hablar de lo que somos. Y por eso hay que ver 'La Red Social'.
'Un método peligroso': Dinamita Cronenberg
Es cierto que este triángulo de devociones entre Sigmund Freud, Carl Jung y Sabina Spielrein, apuesta por la formalidad estética y el clasicismo más reconocible del cine histórico clásico, perfecto en su ambientación y representación en la gran pantalla, pero eso no anula una historia repleta de elementos afines a la filmografía de David Cronenberg. Aquí podemos encontrar la lujuria y la pasión, comedida y devota por partes iguales, el sexo, el lado turbio y perturbado de la psique humana, la tensión psicológica y hasta la opresión que la mente humana puede provocar a través de un concepto. Por lo tanto, se cambia el contexto pero no el mensaje o parte del mismo. Cronenberg narra todo esto con pulso firme y comedido, planos que respetan el origen teatral fundiéndolo con el poder cinematográfico, con una dirección de actores magistral donde su trío protagonista brilla con intensidad mayúscula, desde Keira Knightley con una interpretación arriesgadísima, de esas que se aman o se odian, hasta un excelso Michael Fassbender que cumple las expectativas que le sitúan como el gran actor del futuro, pasando por Viggo Mortensen, carismático Freud.
La fotografía de Peter Suschitzky y la maravillosa banda sonora firmada por Howard Shore, redondean una película contundente y narrada con la intensidad que aporta una conversación interesante. Espléndida en todos sus aspectos, confirmaba el envidiable estado de forma y madurez de David Cronenberg. Ser director y tener un sello personal provoca este tipo de cosas, incluyendo que una película como 'Un método peligroso' se confunda con un acercamiento al clasicismo cuando su función no es otra que la de dinamitar el cine académico desde la psicología perturbada que, no lo olvidemos, siempre fue su seña de identidad. La dinamita Cronenberg volvía a estallar.
'J. Edgar': Valores extra
Tras unos cuantos traspiés, Eastwood volvió al aprobado con la infravalorada 'J. Edgar', biopic de una de las personas más controvertidas de la historia de Estados Unidos. El hombre gracias al cual existe el FBI tal y como lo conocemos, sí, pero también un ser humano lleno de fisuras e incertidumbres, dudas y secretos, inseguridades y temores. Y cuando se trata de esos personajes, Clint es (¿era?) el mejor.
Eastwood apuesta por contar esta historia a través de flashbacks, saltos temporales que, aunque enrevesados en alguna que otra ocasión, consigue mantener el ritmo de una película oscura, asfixiante, sombría, llena de gritos callados y de tensión. El ascenso de Edgar hasta convertirse en un reflejo excesivo de lo que siempre quiso ser, sus estrategias y ambición, están contadas de manera notable, con nervio incesante, con pocos espacios para el descanso. El director, además, acierta enfatizando la atención por la persona por encima del personaje. En las conversaciones de Edgar y su madre (grande, como siempre, Judi Dench), en su relación con su compañero Clyde Tonson (correcto Armie Hammer) y en las miradas con la brillante Naomi Watts, residen los grandes momentos de 'J. Edgar', la mano maestra de Eastwood para emocionar a través de la contención y los pequeños gestos. Su último tramo presenta todas las virtudes de su cine. Protagonizada por un notable Leonardo Di Caprio, 'J. Edgar' se convierte en otra de las películas destacadas de su filmografía. No está a la altura de sus grandes obras maestras ('Sin Perdón', 'Million Dollar Baby', 'Mystic River' y 'Los Puentes de Madison') pero sí que entra a formar parte de ese puñado de obras sobresalientes que, con el paso del tiempo, van adquiriendo un valor extra.
'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford': El cansancio de la leyenda
Palabras mayores. Para un género como el del western, innovar es algo entre arriesgado y prohibido. Clásico entre los clásicos, su influencia es tan evidente y apabullante que no es ninguna locura afirmar que todas las películas, todas, tienen algo de western. Aporta algo nuevo, diferente, es un acto de valor que ha salido bien en muy pocas ocasiones. Pero cuando se acierta se pueden alcanzar cotas infinitas. 'El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford' es una obra maestra que ejemplifica a la perfección el triunfo del riesgo en terreno conflictivo. El director Andrew Dominik no se conforma con contar una historia clave para entender la filosofía del viejo Oeste americano, la depresión de un paisaje árido y deprimente en el que el asalto a un tren no puede esconder la tristeza de unos forajidos casi obligados a cumplir con su papel de leyenda. El objetivo es abrazar la poesía, desenmascarar la melancolía a base de disparos de genio de esos que, pese a saber con certeza el final de la historia, terminan doliendo en la garganta.
Un imperial Brad Pitt en la que es, muy probablemente, la mejor interpretación de su carrera, aporta la profunda tristeza, el cansancio existencial, de un rey desesperado por abandonar su trono. Su aprendiz y contrincante, un inolvidable Robert Ford con los delicados matrices de Casey Affleck, equilibra un duelo interpretativo de los que merecen ovaciones. El resultado, en definitiva, es uno de los westerns más redondos que ha ofrecido el cine. Un homenaje genuino, hermoso y emocionante contado con silencios y miradas que se clavan en las venas. Mucho más que un biopic, cine en estado puro.
'Mar adentro': Altos vuelos
Alejandro Amenábar sorprendió a propios y extraños cuando, tras el triunfo histórico de la magnífica 'Los Otros', anunciaba que su siguiente proyecto sería este biopic sobre la figura de Ramón Sampedro. En un año marcado por 'Million Dollar Baby', la eutanasia volvía a ser tema de conversación y fuente de polémicas, un conflicto que se mantiene latente en la actualidad pero que encontró en el cine otro vehículo para analizar pros y contras de algo tan básico en el ser humano como es la capacidad de decisión. Lo que en la película de Eastwood era oscuridad y contención, en 'Mar adentro' era emoción y celebración de la vida, optimismo en medio de la tragedia, luz entre las tinieblas. Dos propuestas unidas por una temática pero alejada en su tono e intención. Dos puntos de vista distintos, dos triunfos cinematográficos.
Ganadora del Oscar a Mejor Película de Habla No Inglesa y de, nada más y nada menos, que 14 Goyas, entre otros galardones, la película de Amenábar se apoyaba en un inmenso Javier Bardem para transmitir una emoción verdadera, transparente, prosa, sí, pero de altos vuelos. Su relación con cada uno de los personajes que le rodean transmite verdad, autenticidad, pasión. Una historia que se mueve en todo momento entre el drama y la comedia inesperada, el romanticismo y la denuncia, atrapando lo mejor de cada una. La película menos Amenábar resultó ser, de manera inesperada, el mejor trabajo de su director. Un precioso canto a la vida con acento gallego.
'El viento se levanta': Exorcismo Miyazaki
En una de las escenas más hermosas de 'El viento se levanta', una película repleta de ellas, se nos cuenta un romance a través de aviones de papel que recorren un espacio tan básico como un balcón y un jardín. Sin palabras, solamente con la ayuda de la maravillosa banda sonora de Joe Hisaishi, un seguro de vida, el maestro Hayao Miyazaki eleva el listón poético de una historia romántica que termina siendo el eje central de un biopic esquivo al tópico y rotundo en la emoción. Y en esa conversación en silencio, en el majestuoso baile de hojas blancas reconvertidas en lenguaje visual de primera categoría se esconde uno de los muchos secretos de una obra excelsa que corre el riesgo de verse eclipsada por el contexto. Ser el testamento cinematográfico de un genio tan incontestable como Miyazaki pesa, por lo histórico y relevante del personaje, pero no debe despistarnos a la hora de evaluar un trabajo tan precioso, reflexivo y emotivo como el que se nos presenta. Responsable de obras maestras del tamaño de 'El viaje de Chihiro' o 'La princesa Mononoke', por mencionar dos dentro de una filmografía sin una sola debilidad, el director japonés recibirá, con toda justificación, honores y tributos pero, antes, deja una última historia que, a pesar de contar una historia ajena, no puede ocultar el fuerte componente personal y nostálgico de alguien que ha volcado toda su vida al cine.
La vida de Jiro Horikoshi, uno de los ingenieros aeronáuticos más importantes de la Historia de Japón, cuyos aviones fueron usados en la Segunda Guerra Mundial, tiene el suficiente interés como para mantener la atención de un espectador que observa atónito la perfección visual marca de la casa, quizás la más perfecta hasta la fecha. Todos y cada uno de los planos, de los movimientos, de los gestos, de las secuencias que dan forma a 'El viento se levanta' merecen la etiqueta de prodigiosos sin la menor duda, un auténtico festín para unos ojos que, seguramente, necesiten un segundo visionado para disfrutar al cien por cien de cada uno de los detalles que recorren la pantalla. Y junto a ellos, no por encima, ni por debajo, está la reflexión que plantea Miyazaki sobre su propia vida, el sacrificio que se esconde detrás de todo proceso creativo que requiera el cien por cien de uno mismo, la necesidad de aprovechar cada uno de los instantes ante lo efímero de una vida que, como subraya la antológica cita que da inicio al relato, hay que intentar vivir. Prescindiendo de sus claves cinematográficas más reconocibles, Miyazaki entrega su película más emotiva, más adulta, más desnuda. Un ejercicio de exorcismo personal que solamente se pueden permitir los auténticos genios. Y aquí estamos frente a uno de ellos.
'I'm Not There': Los disfraces de Dylan
El biopic musical debería estar considerado un género independiente. El mayor número de biografías adaptadas a la gran pantalla tratan sobre artistas musicales que, de un modo u otro, han marcado a distintas generaciones a través de una obra que se combinaba con una vida lastrada por los conflictos y traumas personales. Una serie de tópicos, drogas, maltratos e infancias problemáticas, que lastraron una serie de trabajos que, salvando honrosas excepciones ('En la cuerda floja' o 'I feel good'), perdían su personalidad por no salirse del camino marcado. Todo lo contrario que 'I'm not there', la visión de Todd Haynes sobre la figura de Bob Dylan, el artista musical más influyente del siglo XX junto a The Beatles, un genio en movimiento constante, propietario de mil trajes y caretas que hacen que seguir su pista sea una misión imposible. Nadie sabe cuál va a ser su siguiente paso, nadie se anticipa a su próximo salto al vacío, nadie espera lo que es tan inesperado. Una personalidad esquiva y fascinante a la que Haynes se acercó desde el profundo respeto del admirador pero también, y aquí está el verdadero triunfo, desde la complejidad que merecía.
Acompañado por la inestimable ayuda de un reparto formado por, entre otros, Cate Blanchett, Heath Ledger, Christian Bale, Richard Gere o Julianne Moore, Haynes ofrecía todos los rostros que ha tenido Dylan hasta la fecha. Más allá de las impresionantes canciones que dan forma a la banda sonora, 'I'm not there', quedan esos momentos que definen los rasgos de un rostro y una voz que, siendo siempre la misma, parece diferente en cada rincón. Nunca será posible explicar a Dylan, nunca será posible contabilizar la importancia de su obra musical, nunca será posible analizar su influencia. Por eso es tan importante 'I'm not there', por dejar claro que a los talones de los genios también se les puede alcanzar a través de sus disfraces. Una película que parecía destinada a los fans de Dylan y que ha terminado siendo el biopic musical definitivo. Imprescindible.