Sobra decir que Martin Scorsese es un cineasta altamente consagrado: con títulos como 'Malas calles', 'Taxi driver', 'El rey de la comedia', 'El color del dinero', 'Toro salvaje', 'La última tentación de Cristo' o 'Uno de los nuestros' a sus espaldas, el veterano director procedente de Little Italy no tiene ya nada que demostrar ni a público ni a crítica.
Así y todo, Martin Scorsese nos ofrece en su cuarta -y, sin duda, mejor- colaboración con el actor Leonardo DiCaprio una lección de cine en toda regla, un viaje a los abismos de la locura que se descubre como un magistral homenaje al film noir de corte más clásico, rescatando elementos barrocos, e inclusive bizarros y kafkianos, tanto en su estética como en su entramado.
'Shutter Island', todo hay que decirlo, peca de cierta grandilocuencia -o megalomanía, si uno lo prefiere- en casi todos sus apartados, si bien el director de 'Taxi driver' torna con la habilidad del veterano dicha lacra en patente, transformando el exceso -visual, métrico, musical- en arte, una suerte de ópera wagneriana en la que lo gótico, lo surreal y lo onírico se fusionan en un torrente de sensaciones que atrapan al espectador desde el primer segundo de metraje -gracias, en gran medida, a una fotografía arrebatadora y una banda sonora envolvente- y que no nos abandonará hasta los títulos de crédito.
Scorsese juega con maestría de perro viejo sus bazas, exprimiendo hasta la última gota todas las virtudes técnicas e interpretativas de su equipo en un film que, a pesar de dejar intuir su entramado y desenlace con cierta facilidad, absorve al espectador y lo arrastra sin posibilidad de volver atrás hacia un mundo fascinantemente sórdido y delirante, enfático y claustrofóbico, en el que su poderío visual y sonoro nos aturde minimizando su carencias -si es que éstas existen- argumentales.
Una pequeña -o gran- obra maestra de nuestros días.