Digamos que no es ninguna novedad ver en el mundo que vivimos películas con mujeres que luchan, y mayoritariamente consiguen, escapar de una situación vital que las oprime. Sin ir más lejos, el pasado febrero se estrenó 'Priscilla', de Sofia Coppola. 'Siempre nos quedará mañana' no se centra en adolescentes atrapadas en mansiones aterciopeladas, sino que pone el foco en una mujer de mediana edad de clase trabajadora sometida al derecho y poder que su marido siente sobre ella.
Pues bien, esta película ha sido el éxito del año en Italia. Más de cinco millones de espectadores, una recaudación que ronda los 40 millones de dólares y siete semanas como número uno en taquilla en las que ni éxitos comerciales como 'Five Nights at Freddy's', la envergadura de estrenos como 'Napoleón' o los nuevos productos de los universos Marvel y 'Los Juegos del Hambre' han sido capaces de arrebatarle el liderazgo como la elección favorita del respetable. Como suena. Y a todo esto, se trata de un largometraje en blanco y negro, que pretende emular estéticamente a los filmes de la época en la que se ambienta, los años 40, que gira en torno a una progresiva toma de conciencia por parte de su protagonista y aguarda mensaje político y social.
La encargada del asunto es Paola Cortellesi, debutante detrás de las cámaras tras una carrera de más de dos décadas como intérprete y guionista en la que destacan las comedias 'Como pez fuera del agua', 'Hombres contra mujeres' y 'Perdón por existir'. Es ella quien encarna a Delia, una vida marcada por la rutina del día a día que dicta el patriarcado, los pequeños trabajos y el cuidado. Su marido es Ivano. Interpretado por Valerio Mastandrea, colaborador de Paolo Genovese en 'Perfectos desconocidos' y Paolo Virzì en 'Viva la libertad', es un personaje al que no le tiembla el pulso a la hora de castigar a su esposa. La ecuación la cierran Giorgio Colangeli ('Il Divo') como el suegro agonizante y Romana Maggiora Vergano en la piel de Marcella, la hija de la familia que se encuentra a punto de contraer matrimonio.
En primer lugar, 'Siempre nos quedará mañana' se puede leer como homenaje a todas esas mujeres que en medio de un orden que no las quería libres se atrevieron a ejercer un derecho legalmente reconocido, a pesar de tener que enfrentarse a sus propios maridos. Asimismo, se aprovecha para reivindicar la sororidad y lo colectivo como forma de hacer frente a un presente que pretende continuar asentado en la involución, pero que terminará, como sucedió con la Italia de posguerra, por abrirse al progreso. Un pasado con el que romper que también se refleja en la familia cuyo hijo debería casarse con Marcella y que sirve para mostrar la diferencia de clase y la concepción del matrimonio en la época, sujeto al beneplácito de los varones adultos al tratarse de un acuerdo y herramienta para el ascenso social. Incluso si se quiere, podríamos estar ante un retrato sobre la mujer italiana de la época.
Además, es contestación ante el profundo desapego democrático que habita en la sociedad de la que la cineasta forma parte. Aunque todo pase por defender el derecho de las mujeres a elegir por sí mismas, bien importante es remarcar la importancia del voto y la democracia como arma para el progreso social. Un mensaje que cala por su llegada en un momento en el que desde ciertos sectores se trata de poner en jaque la eficiencia del sistema representativo. Hay que reconocer que pocas cosas más caóticas existen que la política interior italiana y que la población anda cansada de tanto juego elitista. Sin embargo, Cortellesi elige creer. Y la verdad que no estamos para quitarle razón tras los resultados de las últimas elecciones generales, donde precisamente la decisión de no votar (la abstención rondó el 36%) terminó por lanzar al poder a la extrema derecha.
Entre la comedia y el musical
No obstante, por encima de lecturas, hay un guion, firmado por Furio Andreotti, Giulia Calenda y la propia directora, que opta por distanciarse del dramatismo más puro y embarcarse en un juego que se mueve entre lo cómico y lo musical, permitiéndose hasta cierto coqueteo con el suspense en su tramo final, a pesar de su previsibilidad. De aquí derivará uno de esos momentos destinado a levantar ampollas, una discusión doméstica que se erige como salto suicida que descoloca tanto como hace dudar, pero que en el fondo guarda coherencia con el resto de la obra en la que se encuadra. El problema es que la osadía de dicha secuencia, como sucedió con la violación de 'Irreversible', puede terminar por devorar a una obra que es más que momentos artísticos concretos destinados a reducir la vena dramática.
Eso sí, cuando la cinta abraza una idea tan del cine de Pedro Almodóvar como representar a las mujeres de a pie como si de celebridades se tratase, peca de un tanto de desmedida, tal y como muestra el momento en el que la directora pone a todo volumen música rock y hace uso de la cámara lenta, dando la sensación de que al contrario de lo que se podría pensar, no estamos viendo a una persona corriente, sino a una diva de Hollywood. Pero el problema no es solo la brusquedad puntual del alarde, sino la romantización a la que se somete a una creación que no deja de ser durante gran parte del metraje una víctima del mundo en el que vive. Y, aunque el filme no tenga ni mucho menos aspiraciones psicológicas, sí que se echa de menos algo más de profundidad en el personaje masculino principal que nos hiciera conocer mejor las razones de su conducta.