El ser humano como liturgia de las despedidas. Como inicio y fin de todo. Como constante río de encuentro, desencuentro y, finalmente, reencuentro. Como pozo de terror, incertidumbre, deseo. Como tormenta de fiereza y desesperación. Tan autoritario como un dinosaurio que impide a su cría levantarse. Como un microcosmos donde lo simple y complejo, lo mínimo y lo excesivo, se abrazan hasta dar forma a una imagen tan conmovedora como extraña. Universal y, a la vez, profundamente personal.
El ser humano como vehículo para crear y destruir desde las entrañas, para liberar a la bestia y, instantes después, encerrarla bajo la llave de lo autoritario. Tras una caricia, un golpe. Todo ello bajo la misma mirada que observa los diminutos pies de un recién nacido y, años después, encierra a esa misma criatura en un armario. El ser humano como espejo diminuto de la inmensa belleza que le rodea, como explicación final del inicio y final, sin epílogo, del universo, del estallido de lava y fuego, del desierto de cristal de una ciudad y de la arena ardiente que nos conduce a un paisaje marítimo.
En definitiva, el ser humano como figura inabarcable al que su infinita complejidad admite solamente un acercamiento a través de la reflexión poética. Observar en silencio, escuchar las imágenes. El ser humano como cine firmando por un genio, Terrence Malick, que analizamos a continuación paso por paso, verso por verso, huella por huella.
Terrence Malick, de peor a mejor
'Knight of Cups'
'Knights of Cups' es exactamente el tipo de película que los detractores de Terrence Malick pueden señalar como resumen perfecto de los defectos más contundentes del discurso creativo del director. Vacío por vacío, incoherencia por voluntad propia, descontrol narrativo en busca del verso en el aire, densidad en el aire, la insoportable levedad del ser y, por desgracia, de las agujas del reloj durante cerca de dos horas que dan la sensación de no acabar jamás. Un despropósito que parece firmado por un mal imitador del director y que hizo saltar las alarmas incluso de aquellos que continuábamos confiando en él tras la polémica 'To the Wonder'. La nada más absoluta, la reiteración de formas y fondo, el espejismo de lo que un día no tan lejano fue Malick.
'Song to Song'
Lo mejor que le pudo pasar a 'Song to Song' fue venir precedida por un desastre de la categoría de 'Knight of Cups'. El listón estaba tan bajo que era complicado empeorarlo mucho más, aunque esta historia de romances perdidos, conciertos multitudinarios, canciones tristes y poesía incrustada en forma de insoportable voz en off estuvo muy cerca de conseguirlo. Y es que, por tercera vez consecutiva, Terrence Malick apuesta por liberar a su reparto de cualquier tipo de indicación, permitiendo que vuelen libres en medio de escenas en las que, básicamente, no tienen nada que hacer más que mirarse, acariciarse y juguetear con los elementos que tengan cerca. Todo muy profundo, muy lírico y muy aburrido.
Pocas veces se ha visto a un reparto tan perdido como en 'Song to Song', especialmente en el caso de un Ryan Gosling que parece pedir auxilio en cada uno de sus planos. A su lado, Michael Fassbender, Rooney Mara, Natalie Portman y Cate Blanchett, casi nada, comparten esa pereza contagiosa, ese hastío insoportable, esa sensación de no tener ni idea de lo que están haciendo ni las razones por las que lo están haciendo. En definitiva, una película que confirma la etapa más fallida y soporífera de un director al que creíamos solamente capaz de lo mejor. Y no, para nada.
'To the Wonder'
Cuando tu anterior película es 'El árbol de la vida', no debe ser fácil. Nada fácil. Dudo mucho que Terrence Malick, por más extravagante y huraño que pueda ser, por más que se aleje de las multitudes, entregas de premios y fiestas organizadas para codearse con estrellas del star system, fuera ajeno al aluvión de comentarios, alabanzas, críticas, insultos, polémicas y aplausos que consiguió aquella obra maestra. Con todo lo que eso supone, el cineasta repitió concepto formal en su siguiente proyecto, 'To the Wonder', aunque en términos conceptuales decidiera centrarse exclusivamente en tres temas: amor, desamor y religión. Con mayúsculas.
Así, 'To the wonder', vendida en su momento como poco menos que el horror cinematográfico más absoluto, esconde auténticos hallazgos de puro genio: una rosa roja en la nieve, superviviente, alicaída pero fuerte, una danza repleta de metáforas y belleza a lo largo de un supermercado, un mar sobre el que los amantes pueden caminar, desprovistos de miedo alguno, una mínima luz en la oscura soledad de un bosque, el desierto en el que se puede convertir un metro plagado de gente, lo bello y lo triste que puede ser una ciudad como París cuando la mirada está influida por unos u otros sentimientos. Ben Affleck, Olga Kurylenko y Rachel McAdams, el personaje menos logrado del triángulo amoroso, pululan como fantasmas por un mundo repleto de luces y sombras, de grandes espacios y cárceles mundanas, de caricias y gritos. Javier Bardem, interpretando a un párroco con problemas de fe, termina cerrando el círculo, dando sentido a su personaje y al global de la película, en un desenlace soberbio, a la altura del mejor Malick, repleto de cenizas y melancolía. Ecos del pasado, dolor real y aeropuertos vacíos. Y su triste belleza.
'El nuevo mundo'
Definir 'El nuevo mundo' como una mala película sería algo tan absurdo como injusto, más allá de que no se acerque ni un poco a la realidad. Sin embargo, las sensaciones que desprende esta aventura histórica que, como siempre ocurre con Terrence Malick, transforma ese contexto de género cinematográfico en otra cosa completamente diferente, profundamente personal y cien por cien identificable.
El problema, en esta ocasión, reside en la irregularidad de una propuesta que llega al infinito en sus mejores momentos, la mayoría de ellos ubicados en su primera mitad, pero que cae de rodillas al suelo más árido cuando se pierde en sí misma, situación que se da más veces de las deseadas. No ayuda tampoco una interpretación protagonista de Colin Farrell que no está a la altura, perdido en medio de la inmensidad del reto.
'Voyage of Time: Life's Journey'
Lo que ocurre con 'Voyage of Time: Life's Journey' es que se trata de una propuesta que, sin ser nada especialmente destacado a nivel narrativo, supone una experiencia cinematográfica absolutamente fascinante, conmovedora desde su épica belleza. Terrence Malick, algo desubicado tras los fracasos de 'To the wonder' y, sobre todo, 'Knight of Cups', apostó por el género documental cediendo la mayoría de espacio posible a la imagen por encima de la palabra.
Poco o nada importa que esté narrada con las inconfundibles voces de Brad Pitt y Cate Blanchett, 'Voyage of Time: Life's Journey' enfoca toda su atención a la misma altura de los ojos del espectador, haciendo oídos sordos a casi todo lo demás. Es imposible no caer rendido ante cada uno de sus fotogramas, desde luego, pero hablamos, en definitiva, de un proyecto que termina siendo 'solamente' un monumento visual de primera categoría. Perfección técnica al servicio de la magnificencia.
'Malas tierras'
Pocos debuts en la historia del cine resuenan con la firmeza, la lírica, la grandeza y la maestría de 'Malas tierras'. Terrence Malick, quien por entonces no había cumplido los treinta años, se sirvió de un suceso real, la historia de una pareja que huye camino a ninguna parte tras cometer un asesinato, para firmar una ópera prima que se acerca de manera decidida a la obra maestra. Un primer golpe en la mesa que presenta las credenciales de un cineasta único, capaz de extraer poder cinematográfico de cada detalle.
Una historia de animales heridos y solitarios, interpretados por una pareja inolvidable formada por el excelso Martin Sheen y una maravillosa Sissy Spacek,que desprende un apasionante y complejo aroma a cine clásico que, sin embargo, termina mutando en algo tangible, real, respirable y conmovedor. De repente, 'Malas tierras' duele de verdad. Y su resonancia queda elevada en el tiempo. Un clásico absoluto de inicio a fin.
'La delgada línea roja'
Hay película que no necesitan más que un visionado para atravesar por completo la frontera que separa un gran trabajo de una obra maestra de valor y eco incalculable. Y 'La delgada línea roja' es una de ellas. Terrence Malick, que volvía a sentarse en la silla de director veinte años después de la extraordinaria 'Días del cielo', construía aquí un clásico instantáneo que convertía el género bélico en un campo de poesía, reflexión, soledad y auténtico terror.
El espectador, arrollado ante la belleza de las imágenes y la complejidad psicológica del relato, no puede hacer otra cosa que dejarse llevar a lo largo de más de 160 minutos de puro cine. La guerra como una hoja en blanco sobre la que escribir versos manchados en sangre y descubrimiento externo e interno. La pantalla como lienzo y Mallick como impecable equilibrista del fondo y la forma. 'La delgada línea roja', en definitiva, como película esencial, necesaria y majestuosa.
'Días del cielo'
Todas las cosas positivas que apuntaba su debut, la excelsa 'Malas tierras', quedaba confirmado por completo en el siguiente trabajo de Terrence Malick, una 'Días del cielo' que solamente se puede entender como obra maestra. No es nada sencillo tratar de describir con palabras la cantidad de sensaciones y emocionas que provoca este romance marcado por la mentira, el fuego, la ambición y la incomprensión, conjunto de elementos que el cineasta maneja con la precisión de un genio total.
Acompañada por una inolvidable banda sonora de Ennio Morricone y con un Sam Shepard inconmensurable como mejor representante del reparto, 'Días del cielo' es la película más clásica de Malick, la más accesible y convencional, pero también una de las más robustas, perfectas y deslumbrantes. Un monumento cinematográfico que se instala en la memoria para siempre. Un prodigio.
'El árbol de la vida'
Poesía en movimiento implacable que te arrolla sin opción a la piedad. Uno nunca está preparado para una película como 'El árbol de la vida'. Imposible estarlo. El manejo perfecto, asombroso, del verso libre, la narrativa dispersa y, a la vez, llena de coherencia interior. Una obra maestra inconmensurable, de forma y contenido inabarcable, demostración del cine como auténtico arte, arriesgado, difícil pero plenamente satisfactorio. Hablar de lo que habla Terrence Malick en su cima artística sin quedarse en la superficie es prácticamente imposible. Alcanzar su profundidad real, una meta que requiere un esfuerzo total tras el que uno puede acabar exhausto.
El ser humano nunca será capaz de comprenderse, de entender en su totalidad la razón de sus pasos, el lugar en el que comenzó su historia y, sobre todo, el rincón en el que terminará. Puede que, al final del camino, nuestras huellas nos lleven a esa orilla del mar donde el pasado y el presente se dan la mano, sin ser conscientes de nuestro siguiente horizonte. O puede que no. Pero, a lo largo de la historia del cine, nadie se ha planteado todas estas cuestiones de una manera tan maravillosa como Malick en 'El árbol de la vida'. Su mejor película. Y una de las propuestas esenciales de la historia del séptimo arte.