Es importante informarse de lo que uno va a ver antes de meterse en una sala de cine. Todavía está reciente la lamentable experiencia con 'El árbol de la vida', oda poético visual del maestro Terrence Malick que se encontró con la incomprensión de una audiencia masiva que esperaba encontrarse con una película comercial más de Brad Pitt. Cierto que se promocionó así, un engaño comprensiblemente denunciable ante la evidencia de que el espectador medio no es capaz de enfrentarse ante una propuesta que se aleje de los códigos convencionales. Advertencia pues clara de cara al visionado de 'The Master', una película cuya complejidad satura incluso a los que estamos acostumbrados a un cine difícil y poco acomodaticio y que probablemente resulte intragable al aficionado a los grandes blockbusters.
La impresión es que Paul Thomas Anderson camina un paso por encima del espectador durante todo el metraje de esta película, el cual por mucho esfuerzo que realice para ponerse a su altura y captar toda su artificiosidad siempre terminará mordiendo el polvo ante sus abundantes elipsis. Una travesía movidita y llena de trampas en un viaje a través de la figura de un hombre encarnado por Philip Seymour Hoffman que parece conocer todas las respuestas a los interrogantes de un desquiciado Joaquin Phoenix, que deambula desvalido de aquí para allá tan desamparado como una audiencia que también necesita saber de qué va esto.
La sombra de la Cienciología
Mucho se ha comentado acerca de la relación de 'The Master' con la Iglesia de la Cienciología, organización que no conozco a grandes rasgos como para poder realizar una comparación entre su funcionamiento y lo que se muestra en el film, pero cuyas bases más o menos conocidas por todos sí se vislumbran en el desarrollo de su argumento. La película gira en torno a Freddie Quell, un joven estadounidense con problemas psicológicos que ha combatido en el frente asiático durante la Segunda Guerra Mundial y que tras trabajar como fotógrafo es rescatado por el influyente Lancaster Dodd, líder intelectual que ofrece sesiones terapéuticas que ayudan a encontrar la paz espiritual. Su primer encuentro parte de los problemas de alcoholismo de Quell, los cuales aparentemente llevan a su intrusión en el barco propiedad de Dodd, quien lo acoge en esta organización privada conocida como La Causa y mediante unas técnicas cercanas a la hipnosis pretende liberar los traumas del pasado que lo atormentan.
A partir de ahí, descubrimos cuestiones personales de la vida de Quell como la existencia de una mujer que él cataloga como el amor de su vida y que supuestamente estaría esperando su regreso, en una evolución del personaje que transcurre de forma paralela al afianzamiento de La Causa. Desarrollo no cómodo de seguir puesto que no se ofrece masticado, con abundantes elipsis y situaciones cargadas de simbolismo que se aprovechan del desequilibrio psicológico del protagonista, algo que hará inevitable la necesidad de más visionados para intentar comprender en su totalidad lo que se nos propone, si ello es posible -yo todavía estoy perplejo ante una escena cotidiana en la que el personaje de Quell ve a todas las mujeres en escena completamente desnudas-. La tesitura radica en si aceptar ese comportamiento, intentar enmendarlo o ejercer un total rechazo tal cual opositor que considera estos métodos propios de una secta; Freddie tan perdido como nosotros desborda en la escena del arrestro en prisión cuestionando todo el adoctrinamiento de Lancaster, que cataloga como un fraude.
Para estómagos de lenta digestión
Una fragilidad que plasma a la perfección la interpretación de Joaquin Phoenix, actor de turbulenta trayectoria reciente que capta la indescriptible complejidad de Freddie Quell, aterradoramente desconcertante en unos impagables primeros planos. Bien conocido es que la Academia de Hollywood no conjuga con las miradas alejadas de lo políticamente correcto, prefiriendo reconocer el confortable mimetismo carne de biopic, lo que podría dejar fuera de los Oscar a uno de los mejores trabajos del año como ya ocurrió en el caso de Michael Fassbender con 'Shame'. Él ocupa el vértice de un triángulo salvaguardado por el maestro Philip Seymour Hoffman y su esposa Amy Adams, en papeles complicados y de evaluación escurridiza. Y es que la deliberada ambigüedad de esta obra de Paul Thomas Anderson dará al traste con las expectativas de sus fanáticos seguidores, abrumados ante la maestría técnica de un director en su propuesta más radical e insatisfactoria, donde la búsqueda de una coherencia interna tiene síntomas de fracasar colapsada por los numerosos interrogantes que propone esta hipnótica inmersión en los tenebrosos recodos de la fe.