Cuando uno ha dirigido títulos como 'Sympathy for Mr. Vengeance', 'Oldboy' o 'Soy un cyborg', resulta difícil mantener el listón o, como mínimo, no dejarse llevar por cierta megalomanía, y quizá esto sea precisamente lo que le ha ocurrido al realizador coreano Park Chan-Wook en 'Thirst', su último trabajo, presentado el pasado viernes en la 42ª edición del Festival de Sitges.
Con ello no estamos diciendo que la particular revisión del mito vampírico a cargo del laureado cineasta coreano haya sido una decepción, ni mucho menos, pero nadie puede negar que 'Thirst' peca de cierto manierismo en sus formas, de una arbitraria dilatación en algunos de sus muy diversos pasajes y, en resumidas cuentas, de cierta tendencia al exceso general. Por otro lado, y como no podía ser de otro modo, nos encontramos con un film preciosista, que evoca más que nunca, tanto en sus imágenes como en su música, al espíritu de Kubrick, y que oscila con desfachatez entre la comedia, el drama y el terror.
De este modo, 'Thirst' se nos presenta en sus primeros compases como un drama existencial con el terror sobrenatural como trasfondo, siguiendo los pasos de un sacerdote que viaja a África en busca de una cura para la terrible enfermedad que está diezmando su pequeño hospital. A la vuelta de dicho viaje, el personaje encarnado por Kim Ok Bin comenzará a percibir ciertos cambios en su cuerpo y mente, recorriendo una evolución paralela a la del propio film, en un in crescendo de mescolanzas genéricas que no se detendrá hasta el final del metraje.
A partir de dicho momento, 'Thirst' divaga entre la comedia romántica y la comedia surrealista, entre el drama existencial y el drama conyugal, el erotismo y el terror, ofreciéndonos al mismo tiempo pasajes simplemente inolvidables -ya sea estética o sensorialmente- o secuencias dilatadas con un exceso casi gratuíto, como si el film del coreano se hubiera visto envuelto en la misma confusión que sus protagonistas.Con ello, nos encontramos ante un film irregular aunque altamente disfrutable, poblado de pasajes oníricos y surrealistas, donde el mayor goce del espectador reside en descubrir la inabarcable cantidad de pequeños detalles que pueblan la cinta y en saber degustar sus constantes cambios de registro.