Este fin de semana hemos sentido en todo su esplendor el impacto, para bien o para mal, que genera la saga 'Crepúsculo' con el lanzamiento de 'Amanecer: Parte 1'. Pero también se estrenaba en las salas españolas lo nuevo de Roman Polanski, 'Un dios salvaje', una reivindicable película basada en una obra teatral de la escritora francesa de origen judío Yasmina Reza.
Un cinta que tiene una clara particularidad, que además limita sus posibilidades, el haber sido rodada en un solo escenario. Un aspecto que no es casual, y que no debe olvidarse que se debe al hecho de que fue preparada y adaptada a la pantalla durante el arresto domiciliario del director.
Una circunstancia que es obvio que debería afectar al ritmo que tomará la película pero algo que Polanski soluciona con brillantez. Si lo normal sería que se caracterizara por su lentitud ocurre todo lo contrario, es tremendamente ágil, frenética incluso, salvo algún momento de cierto decaimiento. Y además, se beneficia de una correcta, ajustada e inusual duración, apenas unos 75 minutos.
Los personajes, a examen
Pero el principal valor de 'Un dios salvaje' son sus personajes, de marcadas personalidades y completamente opuestos entre sí. Así, Jodie Foster es el prototipo de mujer íntegra, con unos acentuados valores éticos que no esconde, solo con el fin de que los que la rodean se acomoden a lo que ella cree moralmente correcto, para luego desbordar y desquiciar cuando se descubre su farsa. Mientras que John C. Reilly encaja completamente en lo que se cataloga como "normal". Sin grandes ambiciones, con un trabajo de poco lustre, se conforma con su anodina y aburrida vida hasta el punto que por momentos no entiendes por qué está casado con esa mujer tan moralista y tan distinta a él.
Por su parte, en el otro matrimonio, Christoph Waltz es el hombre de negocios adaptado al universo cosmopolita y tecnológico del siglo XXI, desde el principio no finge que no le importa lo más mínimo lo que haya hecho su hijo pero luego es un completo embustero en su vida laboral con tal de escalar y escalar hasta la cima del éxito. Su esposa, Kate Winslet, es la discreta y trabajadora madre de familia, alguien que aparentemente acepta su rol pero de la que poco a poco se va desvelando que guarda muchas cosas dentro que le encantaría soltar.
El guión juega con las contradicciones de estos personajes, y habrá luces y sombras, pero lo que más interesa son sus miserias. Su evolución a lo largo de todo el metraje es total, con lo que la impresión que uno tiene sobre cada cual puede cambiar por completo en cinco minutos para luego volver al mismo estado al cuarto de hora. Nada es previsible en esta película.
Y si la historia parte de dos matrimonios que se reúnen civilizadamente para discutir y arreglar un conflicto entre sus hijos de 11 años, al final la disputa se vuelve contra ellos, siendo toda la cinta un reflejo de que los que no saben sobrellevar la situación, son precisamente ellos, y no sus críos.
Es surrealista observar como el matrimonio de Waltz y Winslet no se marcha de la casa ya a los 10 minutos y eso que conforme pasa el tiempo las rencillas entre ellos son cada vez más notorias.
Un humor ácido y corrosivo
'Un dios salvaje' no deja títere con cabeza pero su mordacidad y sarcasmo resultan tremendamente divertidos. Así, los mejores momentos del filme los proporciona el móvil de Waltz, que suena insistentemente sin que a su propietario le moleste lo más mínimo, a pesar de que los presente son partícipes en todo momento de sus conversaciones. Pero eso solo es el inicio de un degenere absurdo y desternillante en el que nunca un servidor se habría podido imaginar que un simple pastel pudiera dar tanto de sí.
Ver a Kate Winslet soltar a discreción y sin ningún decoro tan exquisito postre no tiene pérdida, como tampoco lo tiene el escándalo que monta el personaje de Jodie Foster porque ha desperdiciado sus carísimos libros de Kokoschka. Christoph Waltz, mientras tanto, solo parece preocupado en atender al móvil y ocultar a los medios que el medicamento que representa es un peligro para la salud pública y John C. Reilly haciendo gala de la serenidad de su personaje echa balones fuera convencido de que el efecto de un secador y un poco de colonia arreglarán el desaguisado, por ello es un experto en cisternas de baño y otros útiles del hogar.
Todo resulta un juego en manos de Polanski, que en esta ocasión huye de la ambición de la mayoría de sus obras para ofrecer un producto sin pretensiones en el que pueda mostrar, con más ímpetu si cabe, su característica vena gamberra. Porque 'Un dios salvaje' no deja indiferente, como ninguna de sus obras lo ha hecho, pero probablemente no genere amores ni odios exacerbados, solo simple y completo disfrute.
Y la única pega que se le puede echar en cara es que dejará a muchos con ganas de más y a otros tantos con la amargura y la decepción de visionar un producto que empieza en un punto y termina en un lugar no demasiado diferente, aunque seguramente no es algo que preocupe a Polanski.