Roselyn Keo, cuando se enteró de que su caso iba a adaptarse a la gran pantalla, no se sorprendió. Siempre supo que su historia era digna de una película de Hollywood, y no estaba equivocada. Ahora, 'Estafadoras de Wall Street' llega a los cines españoles de la mano de Jennifer Lopez, Constance Wu, Cardi B, Lili Reinhart, Keke Palmer y Julia Stiles con guion y dirección de Lorene Scafaria.
No es la primera vez que esta historia llega al gran público, pero su acercamiento a esas luces de neón que iluminaron durante años a las verdaderas mujeres que vivieron esas vidas (y cometieron esos crímenes), sí es novedoso. El guion de la cinta se basa en el artículo publicado en New York Magazine el 28 de diciembre de 2015, escrito por Jessica Pressler. En él, la periodista rescataba la historia de estas mujeres que saltaron a la primera plana de la opinión pública al descubrirse que habían drogado y robado a varios hombres de Wall Street con mucho, mucho dinero.
La historia que Pressler (interpretada en la película por Julia Stiles) relata en su artículo es, ante todo y según ella misma deja claro, "la versión de Rosie". Si nos lo creemos, o hasta que punto, es cuestión de cada uno, pero desde luego es una historia de película. Rosie, como a Roselyn Keo le gusta que la llamen, es la mujer en la que se basa el personaje de Constance Wu, protagonista de la película. Con 17 años, según ella misma le relató a Pressler, Keo dejó los estudios y comenzó a trabajar en un restaurante de Nueva York. En busca de propinas y trabajando cada noche, la oportunidad se presentó ante ella cuando uno de los trabajadores del local de al lado, el club de striptease Lace, le ofreció trabajo tras dejarle una propina de 20 dólares. Al día siguiente, Rosie trabajó por primera vez en el club y ganó, según ella asegura recordar, entre 500 y 1.000 dólares tan solo ese día.
Desde entonces, la vida de Keo dará muchos giros. Tras su primer trabajo en Lace Rosie se trasladó a Manhattan, la cuna por excelencia del dinero y de los clubs de lujo, donde precisamente ese dinero suele correr a raudales. Y allí, entre su trabajo en los locales Flash Dancers y Larry Flynt's Hustlers Club, Rosie conoció a Samantha Foxx (Samantha Barbash), en la que se inspira la Ramona de Jennifer Lopez en la película. Si Rosie era aún una joven que comenzaba en el negocio, Samantha era la gran veterana. Bailaba desde los 19 años (esta afirmación de Rosie es falsa según Samantha) y a sus 30 era una de las grandes figuras del negocio, no solo en el escenario sino también reuniendo, agrupando y casi criando a las bailarinas más jóvenes que llegaban al club. Algo que también hizo con Rosie. Samantha le presentó a su lista de clientes habituales, le enseñó el negocio, y Rosie se adentró en un mundo en el que los hombres se llegaban a gastar miles de dólares en una noche: "Teníamos a un tío que estaba -está- en Guggenheim Partners. Se gastó 300 de los grandes en una semana. Vino tres veces, 100 de los grandes cada vez que entraba en la sala. Todos hicieron 10.000$ cada vez que vino".
La crisis, el marketing y ponerse creativos: "Tienes que hacer lo que tienes que hacer"
El negocio iba bien, Wall Street funcionaba y los clubs de striptease de Manhattan vivían un gran momento. Pero entonces llegó la crisis. Y según el mercado colapsaba y los financieros se las veían entre pérdidas millonarias y, en ocasiones, problemas con la justicia, los clubs y sus bailarinas tenían que reinventarse.
Rosie llevaba dos años fuera del negocio. Se había quedado embarazada y tenía una hija. El padre, con quien mantenía una relación de idas y venidas, no aportaba la estabilidad económica que Rosie necesitaba, así que ella decidió buscarse la suya y volvió a Manhattan: "Tienes que hacer lo que tienes que hacer". Pero las cosas habían cambiado. Según se lo describió a Pressler, los agentes de Wall Street ya no entraban a las salas y las bailarinas ya no eran las que ella conocía: "Había todas estas chicas rusas y colombianas, hacían mamadas por 300$. Y eran todas guapas. Yo pensaba «¡No puedo competir con esta mierda!»". Y ese era el panorama, hasta que se reencontró con Samantha.
La veterana continuaba en los clubs y seguía rodeada de sus aprendices, bailarinas más jóvenes a las que guiaba por el negocio, pero ella ya no bailaba. Sin embargo, seguía ganando dinero al mismo nivel que antes, o incluso más. Pronto, Rosie descubriría cómo y acabaría uniéndose al nuevo negocio. Esta novedosa vía de mercado es lo que ellas llamaban "marketing". Como la clientela de los clubs era mucho más reacia a entrar, Samantha y sus compañeras se dedicaban a ir de restaurante en restaurante y bar en bar por las mejores zonas de Nueva York, acercarse a cualquier hombre en la sala con apariencia de dinero (ellas mismas reconocen haberse convertido en expertas para discernir quién lo tiene y quién no) y rodearlo de alcohol y atención femenina. Cuando ya está convencido, lo animan para irse a uno de los clubs y allí consiguen que se gaste lo máximo posible. El club gana mucho dinero, ellas se llevan una comisión.
Para su estrategia Samantha utilizaba dos factores: el primero era la agenda de contactos y clientes que ya tenía desde hacía años y que utilizaba para concertar en ocasiones citas de antemano; la segunda, a su grupo de chicas. Pese a que Samantha había "amadrinado" a muchas bailarinas más jóvenes en los clubs, en estos casos solía recurrir a dos mujeres: Karina Pascucci (el personaje de Lili Reinhart, Annabelle, está ligeramente basado en ella), hija de una amiga bailarina de Samantha, y Marsi Rosen (leve inspiración para el personaje de Keke Palmer, Mercedes). Las dos, más jóvenes y con un aspecto más natural que el de Samantha, servían como una especie de "cebo", Samantha utilizaba sus fotos al contactar con los posibles clientes y solían ser las primeras en quedar con ellos, donde más tarde se unían las demás.
Cuando el marketing no funciona, MDMA
La estrategia inicial de Samantha, Rosie y compañía podía ser más o menos moral, pero no era ilegal. El problema llegó cuando este método, como ocurre con tantos planes de negocio, falló. No todos los hombres se emborrachaban lo suficiente. No todos querían gastar lo suficiente. No todos querían seguir con una fiesta de miles de dólares. Así que, para solucionarlo, las bailarinas reconvertidas al marketing buscaron un nuevo aliado: el MDMA con un poquito de ketamina. Y eso sí que ya no era legal.
Tras el procedimiento habitual y la cena y copas previas a la fiesta que llevaría al desenfreno, una de ellas echaba en la copa del hombre una "pizca", según Rosie, de MDMA y ketamina. La mezcla por un lado les animaba y por otro, en general, alteraba su memoria: en la mayoría de los casos no recordaban nada. Era entonces cuando los llevaban a uno de los clubs, los metían en la llamada Sala del Champagne (donde ya se cobra solo por entrar) y les cobraban en la tarjeta de crédito todo lo que querían y más. Falsificaban firmas, cargaban sin límite y llegaban a hablar por teléfono con los bancos de los clientes, mientras ellos se encontraban drogados, para confirmar los cargos en la tarjeta. Además, muchos de los hombres tenían ciertas expectativas sobre cómo iba a acabar su noche con Rosie, Samantha y el resto del grupo, pero las chicas no estaban dispuestas a aceptarlo, por lo que decidieron expandir su negocio. Rosie contactaba con prostitutas, a las que pagaban una parte de las ganancias por mantener relaciones con los clientes mientras ellas se dedicaban a utilizar sus tarjetas de crédito. Todas las ganancias, los pagos, porcentajes, tarjetas de crédito e incluso datos personales de los clientes eran anotados y guardados, con la mayor profesionalidad.
Las chicas habían conseguido establecer un negocio de éxito. Ganaban miles y miles de dólares, compraban en las tiendas y marcas más caras y Rosie recuerda incluso la primera vez que le compraron unos zapatos Louboutin a su prostituta contratada favorita. Gastarse 1.000 dólares en ropa no suponía nada, para ellas era "una noche de trabajo", y vivían rodeadas del mayor lujo. La estrategia para mantenerse estaba clara: Si los clientes llamaban a los días siguientes, Samantha les convencía de que sencillamente estaban borrachos, se lo pasaron en grande y gastaron un poco de más. Si no acababan de creérselo, optaban por la salida que menos problemas generaba para todos: ¿De verdad vas a decírselo a la policía, a tu mujer, por unos cuantos miles de dólares? Y en aquellos casos en los que de verdad acababan llamando a la policía, eran tomados como una broma: Un tipo que llama a las autoridades para decir que se emborrachó en un club de striptease y le cobraron de más. Nadie se lo tomaba en serio, y de hecho varios denunciantes fueron ridiculizados por ello. Hasta que dejaron de serlo.
El fin de un negocio
El problema, como en muchos negocios, fue que en su punto álgido las chicas querían más. Así que en su intento por crecer y llegar cada vez más alto, se volvieron más descuidadas. El principio del fin llegó con la entrada del doctor Zyad Younan, un cirujano con dinero y soltero que constituía uno de los blancos perfectos para el grupo. Samantha organizó una cita entre el cirujano y Karina Pascucci, que acabaron convirtiéndose en tres. Younan creía que de verdad habría algo, un inicio de relación entre ambos, hasta que descubrió las facturas que le llegaban a la tarjeta de crédito, precisamente de los días en los que había quedado con Pascucci, y de los que no se acordaba de gran parte de la noche. Younan no fue el primero en dar la voz de alarma, pero sí el primero que contaba con el banco para apoyar su reclamación.
La policía ya había recibido varias denuncias similares y, por primera vez, decidió preparar una operación en la que uno de sus miembros, infiltrado, se dejaría embaucar por ellas. El policía, vestido como uno de sus blancos habituales, se colocó en uno de los locales donde ellas solían buscar posibles clientes. Y funcionó. El grupo de jóvenes se acercó a él, le ofrecieron una fiesta y se lo llevaron al hotel. Allí, la policía esperaba que las mujeres se incriminasen drogando al agente infiltrado y utilizando su tarjeta de crédito, mientras las cámaras instaladas en la habitación enviaban la imagen al cuarto de al lado, donde había un dispositivo policial preparado. El grupo de bailarinas no actuó como se esperaban y no llegó a coger la tarjeta de crédito, pero aún así la policía se hizo con suficientes pruebas como para incriminarlas y el grupo fue arrestado días después.
¿Y ahora qué?
Tras el arresto, el grupo de bailarinas/empresarias se enfrentaba a un juicio por varios cargos. Rosie y Samantha, las dos líderes del grupo, cooperaron desde el principio con la justicia. Ambas confesaron y admitieron condenas por hurto mayor e intento de agresión en el caso de Rosie y conspiración, hurto mayor y agresión en el de Samantha. La condena para ambas fue de 5 años de libertad condicional y no llegaron nunca a entrar en la cárcel. Para Marsi Rosen y Karina Pascucci, dos de las bailarinas más cercanas a Keo y Barbash, la condena fue mayor: ambas admitieron hurto mayor y conspiración, pero tuvieron que pasar los fines de semana en la cárcel durante cuatro meses y 5 años en libertado condicional.
Jessica Pressler, en el artículo periodístico de 2015 en el que se basa la película, asegura que Rosie, en el último momento y tras relatar toda la historia, decidió afirmar que era todo mentira. Ante las preguntas de Pressler, simplemente respondió: "Ahora mismo, te estoy diciendo que todo es mentira. Si quieres escribir la historia ficticia que te he contado, puedes. Me estoy salvando, mirando por mí misma". Ambas se han mantenido en contacto tiempo después de la publicación del artículo y el juicio de Rosie.
Actualmente, tanto Rosie como Karina están emocionadas con la película. Ambas han participado en la promoción y han acudido a la premiere en el Festival Internacional de Cine de Toronto. Karina está estudiando psicología criminal, Rosie prepara un libro con sus memorias sobre esta misma historia. Lo mismo hace Samantha Barbash, con quien no ha vuelto a hablar y que también prepara un libro sobre sus vivencias. En su caso, no está a favor de la película, asegura que está llena de falsedades y se ha llegado a plantear denunciar. Marsi Rosen, por su parte, se ha mantenido desde el principio fuera del foco mediático y no se sabe mucho sobre su vida actual.