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Wes Anderson a estudio

Wes Anderson, el niño que jugaba a ser un genio

Con motivo del estreno de 'El gran hotel Budapest' en nuestras salas, analizamos la figura del cineasta que nos ha traído películas como 'Academia Rushmore' o 'Moonrise Kingdom'.

Por Adrián Peña 22 de Marzo 2014 | 12:00

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Wes Anderson, el niño que jugaba a ser un genio
El cine de Wes Anderson, uno de los directores norteamericanos más importantes de la cinematografía americana y del panorama cinematográfico mundial, llama la atención por su personal, a la vez que peculiar, estilo visual que, desde una premeditada y cuidadosa organización, rompe con la unidad formal que el cine clásico lleva predicando desde siempre.

Desde su primer filme en 1996, 'Bottle Rocket', el cineasta tejano lleva educando el ojo del espectador de tal manera que con tan sólo dos o tres fotogramas, uno es capaz de advertir que se encuentra ante una de sus películas. Con un sello personal que se caracteriza por una puesta en escena barroca, minuciosamente estructurada i bañada en una paleta de colores exageradamente vivos, Anderson crea, en cada una de sus obras, un mundo de composiciones descentradas, fuera de norma, que sintoniza directamente con los heterodoxos universos personales de sus protagonistas.

Sus historias, lejos de perseguir la veracidad, son cuentos desarrollados en maravillosos parajes emocionales en los que puedes sentir lo mucho que quiere a sus excéntricos, al mismo tiempo que adorables, personajes que viven en su propio mundo. Imposible no ablandarse ante la naíf precocidad artística y el aura romántica que desprende Max Fisher (Jason Schwartzman) en 'Academia Rushmore' o la enternecedora melancolía perenne en la que están sumidos Richie Tenenbaum (Luke Wilson), Steve Zissou (Bill Murray) o Jack Whitman (otra vez Jason Schwartzman) en 'Los Tenenbaums. Una familia de genios', 'Life Aquatic' y 'Viaje a Darjeeling', respectivamente. Pequeños perdedores por naturaleza que, por muy ridículos o insignificantes que sean sus objetivos, siempre los acaban viendo cumplidos de una forma u otra y les permiten disfrutar de unos minutos, o incluso, segundos de gloria que Anderson sabe captar a la perfección en esas famosas procesiones a cámara lenta que pueblan (cada vez menos) sus películas.

A Anderson siempre le han fascinado una serie de temas que se repiten a lo largo de su filmografía. Toda su producción está llena de gente adulta que se comportan como niños y niños que se comportan como gente adulta. Es como si Anderson estuviera anclado en los sentimientos de su infancia y los repitiera una y otra vez en sus filmes. Toda su carrera ha estado atada a un tipo de humor que encuentra, en la contención, su máximo aliciente. Se trata del llamado deadpan (literalmente, 'rostro sin expresión') que se caracteriza por el hecho de que sus personajes no presentan ningún cambio brusco en sus emociones o su lenguaje corporal, siempre hablan con un tono de voz monótono y expresan una actitud imperturbable de calma. Es por eso que, Bill Murray, uno de los actores más representativos de este tipo de humor, se haya ganado la medalla de 'actor fetiche' del director al aparecer en cinco de sus ocho películas. A pesar del aire de nostalgia y tristeza intrínsecas que provoca este tipo de humor, los mensajes que lanzan sus películas son mensajes de esperanza y optimismo.

'El gran hotel Budapest'

'El gran hotel Budapest', su última película, supone la sublimación del estilo Wes Anderson. Una fábula de proporciones simétricas y perfección casi matemática sobre un conserje de un famoso hotel europeo y su botones que deberán batallar contra los miembros de una familia por la herencia de uno de los huéspedes habituales del hotel. Una celebración grandilocuente del universo característico del director que, probablemente, se trate de su película más ambiciosa hasta la fecha. Pese a ello, que el relato posea una nostalgia, tristeza y decepción intrínsecas, que siga haciendo gala de su hilarante humor contenido y que los decorados interiores estén bañados en una explosión de vivos colores que convierten al hotel en una especie de fábrica de Willy Wonka pintada por Paul Gauguin, en 'El gran hotel Budapest' no veremos esas emotivas procesiones a cámara lenta que poblaban el cine de sus inicios ni esa ternura y cariño en la construcción de personajes que películas como 'Academia Rushmore' o 'Los Tenenbaums. Una familia de genios' poseían. De hecho, el filme funciona más como un reloj suizo que como emotivo paraje emocional en el que explotar su historia, lo que parece indicar que a Anderson le interesa cada vez más la escuadra y cartabón y menos el corazón. De todas maneras, 'El gran hotel Budapest' es una gran película con una narrativa exquisita que confirma a Anderson como uno de los mejores "cuenta-historias" que existen en el cine norteamericano actual, sino en el mejor.