Es bien sabido que Hollywood es especialista en revisar los pasajes más trágicos de la Historia norteamericana con desigual fortuna. A menudo han proliferado productos parciales y casi propagandísticos, otras veces films puramente evasivos y desideologizados. Pero es cierto que otros cineastas, cercanos al progresismo ideológico (especialmente en la muy prolífica década de los 70) han rodado afilados retratos de los pasajes más controvertidos de la América reciente. Y tras el atentado de las Torres Gemelas, era solo cuestión de tiempo que proliferaran guiones que abordaran la catástrofe neoyorquina.
Venía Oliver Stone de rodar el fracaso más sonado de su carrera, la irregular (aunque también infravalorada) 'Alejandro Magno', cuando le ofrecieron el proyecto del que hoy hablamos. Y aunque 'World Trade Center' se tratase de un encargo, no parecía del todo desdeñable la idea de que fuese el cineasta estadounidense quien se pusiera el frente del proyecto más ambicioso hasta el momento sobre el 11S, pues previamente se había confirmado como un más que eficaz, crítico e incisivo cronista de varios de los episodios más oscuros de la América reciente (desde el escándalo del Watergate en 'Nixon', a la Guerra del Vietnam en las excelentes 'Platoon' y 'Nacido el 4 de julio' por las que ganó sendos Oscars).
Sin embargo, el guion de Andrea Berloff, basado en las vivencias en primera persona de dos de los miembros de los cuerpos de seguridad que estaban aquel día en las Torres Gemelas, carga con el lastre de lo cobarde, pues aunque el respeto a las víctimas se presupone, no hay en el film la más mínima voluntad de trascender el melodrama almibarado y la más tópica historia de supervivencia del cine de catástrofes. Por supuesto sin ningún tipo de referencia política ni ningún análisis social. Y tristemente, Stone parece resignado a narrar lo que sobre el papel no es más que una plana, irrelevante y previsible hagiografía de dos héroes anónimos del 11-S, a mayor gloria del patriotismo más afectado.
Solo el inicio alberga cierta fuerza en el retrato de la cotidianeidad previa a la catástrofe (aunque el personaje del novato Michael Peña, por muy real que sea, carga con tal losa de tópicos que paradójicamente lo deshumaniza), la sensación de calma antes del inesperado ataque provoca una tensa espera en la audiencia, pues el espectador que sabe lo que está a punto de acontecer puede evocar las emociones personales, la perplejidad, el asombro y la confusión con los que vivió tan determinante momento de la Historia reciente.
La manera en la que Stone rueda el momento preciso del atentado, no desde la perspectiva externa y televisiva que todos llevamos grabada en el subconsciente, sino desde el interior del World Trade Center adoptando el punto de vista de sus protagonistas, es otro de los mejores puntos de una película que sin embargo cae demasiado a menudo en lo blando (ser respetuoso no implica ser cursi) cuando toca retratar el sufrimiento de los familiares de las víctimas, e incluso en lo ridículo cuando se pone inexplicablemente mística (esa inenarrable visión-delirio que Cage tiene de un Cristo salvador cuando está atrapado entre los escombros).
El peso de la tragedia
La imagen de Nicolas Cage (correcto aquí, aunque un tanto inexpresivo) y Michael Peña, atrapados entre las ruinas de los edificios tras las explosiones, que se extiende durante un metraje carente de tensión, plano y redundante, acaba siendo la triste metáfora de un film inerte, atrapado por el peso de la responsabilidad ante la dimensión (y quizá la excesiva cercanía) de uno de los traumas colectivos más importantes para los estadounidenses y que para algunos parece un tabú hoy mismo.
Es comprensible, pero también decepcionante, que con la Guerra de Irak en pleno curso, no existiese la menor referencia política, más aún tratándose de un film de Oliver Stone. Es más, si algún elemento ideológico se cuela en la trama, ese es el repugnante marine ultraderechista que podríamos fácilmente asociar con un mensaje reaccionario, mientras el director lo defendió (sin demasiada convicción) como precisamente un reflejo de los efectos de una mala digestión de la catástrofe por parte de ciertos sectores radicalizados. En cualquier caso es tan grotesco, que no sirve ni para una cosa ni para la contraria.
No es por tanto 'World Trade Center' ni la mejor película de Stone, ni el film definitivo sobre el 11-S (que probablemente esté por hacer), pero nos sirve hoy para recordar la irregular trayectoria del director a pocos días de su paso por San Sebastián, a la vez que una fecha que ha marcado de manera trágica y decisiva el comienzo del siglo XXI.