Más allá de Tanhaüser

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Crítica de 'Blade Runner'

De stanley

26 ene 2010

10

Sin spoilers

En 2007 se cumplieron nada más y nada menos, que 25 años de esta obra maestra del cine.

Tendría unos doce años cuando la vi por primera vez, y recuerdo la sacudida que sentí tras visionarla. Hipnotizado en el salón de mi casa. La secuencia de apertura tras la narración con la estupenda voz en off del maestro Constantino Romero, con chimeneas escupiendo fuego, luces de neón por todas partes; en un paisaje sucio, amenazador, inhóspito, sobrevolado por coches futuristas, mientras un inquietante ojo en un sublime plano detalle, nos seducía a adentrarnos.

Yo era un chico, al cual el universo Star Wars, no había conseguido llevar a su lado oscuro de la fuerza. Las películas eran entretenidas si, pero no dejaban un poso que creciese con el recuerdo. Era ciencia ficción de aventura escapista, espadachines del futuro, princesas en apuros, jóvenes queriendo ser un D'Artagnan sideral. Estaba bien. Pero me faltaba algo. Y, entonces, llegó Blade Runner. Había en ella -y sigue permaneciendo-, una veracidad intrínseca que con el paso de todo este tiempo, no ha hecho sino acrecentar el mito. Su materia existencialista, la sigue convirtiendo en una rara avis, un ser complejo que no da de entrada ninguna comida rápida cinemática, sino la esencia del deleite del sabedor, que es un manjar de degustación lento, muy lento.

Curioso resulta que Harrison Ford sea el héroe protagonista de ambos mundos, aunque Deckard sea un héroe oscuro, nihilista, taciturno, irascible por momentos. Tan sólo recuperable y vulnerable al lado de Rachel (Sean Young), la replicante perfecta que desea saber el por qué de su existencia.

Parte del interés por ver el film en su época, radicó en el potencial de Ford, que venía de ser Indiana Jones y Han Solo, ahí es nada. Pero tras sus primeros visionados, el público, aún con los pajaritos galácticos del tío George Lucas metidos en el cuerpo, no entendían el giro que había dado su héroe.

Eso supuso un varapalo para la cinta de Ridley Scott, que veía que una inversión considerable en aquéllos tiempos, gracias principalmente a asociaciones de diversos productores y entidades (algo impensable hoy en día), podría dañarle negativamente (no olvidemos que venía de un gran éxito con Alien). El film comenzó a remontar vuelo tras un largo periodo, y el boca a boca, aglutinó público de nuevo.

La obra de la que partía, nada tenía que ver con la ciencia ficción imperante, se trataba de algo más elaborado e inquietante, procedente de una mente no menos inquietante: la de Philip K.Dick, escritor archiconocido hoy día, pero pobre de solemnidad entonces. Creador que no llegó a ver conclusa su primera adaptación: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Al morir de un infarto meses antes; ni gozar en vida de posición económica estable.

Scott dota al relato de una imaginación deslumbrante, bebedora de sus años como realizador de publicidad en Inglaterra. Su puesta en escena, su iluminación, fotografía, diseño de arte y vestuario, todo, absolutamente todo, formaban parte de algo que él sólo supo ver: estaba elaborando una obra maestra. Un film noir moderno.

Con motivo de tal aniversario, tuve la oportunidad de comprar un maletín exclusivo, que contiene todas las versiones del film, incluida la última, que es tal y como Scott la imaginó allá por el 1982.

En sus extras, autenticas joyas, se desgranan muchos secretos de una producción dura, compleja y mítica ya.

En los tiempos que corren actualmente, donde todos andamos seducidos por avatares de color azul y planetas multicolor, viene bien recuperar y recordar, a éstos replicantes que se plantearon las mismas dudas sobre la existencia y coexistencia de los seres, creados artificial o naturalmente.

Un film que, aún teniendo unos grandes efectos especiales que han envejecido estupendamente, y que lucen mejor con el nuevo lavado de cara, servían para contar una historia única y transgresora; justamente de lo que adolece la ciencia ficción actual, incluida la elevada a los altares (de la pasta) Avatar.

A todos se nos grabó a fuego el replicante Batty, en lo alto de una azotea, de una ciudad en perenne lluvia, ¡y qué lluvia! Jamás la vi tan bella, romántica y melancólica; a la que contribuía la bellísima partitura de Vangelis; reclamando poder vivir más, mientras recitaba uno de los monólogos más emotivos y contundentes de la historia moderna del séptimo arte. Hasta la fecha casi me atrevería decir que insuperable.

Blade Runner, forma junto con 2001: Una odisea del espacio, 12 Monos, Matrix y la reciente Moon, un ramillete selecto de cine adulto de la ciencia ficción, preocupados por un mismo fin: el hombre y su devenir, como mota insignificante de una cosa minúscula, fútil, pero esencial, llamada vida.

Curioso resulta las reminiscencias filosóficas de todos estos films, a los pensadores existencialistas de los pasados siglos, haciendo una parada obligatoria en el imprescindible Nietzsche, cuyos textos estaban llenos de hombres emúlos de sí mismo, trasmutación de valores y genealogías morales varias, a la par que la búsqueda del consuelo a una existencia carente de dioses, reflejados como artificios holográficos en la tecnología de su propia invención. Si existe Dios, ése soy yo, porque a su imagen y semejanza soy capaz de crear cosas y vida por mi mismo.

Blade Runner es un film para visitar con frecuencia, uno no deja de sorprenderse y redescubrir cosas nuevas. Aún hoy, el niño de doce años que la vio por primera vez, sigue soñando con ver naves, sean en llamas o no, más allá de Orion, y sentarse a contemplar brillar un rayo C en la oscuridad, cerca de una puerta de cuyo nombre si quiero acordarme: Tanhaüser.

Ésa es la magia incontestable de éste arte, que a través de los ojos y palabras de otro ser, todos pudimos ver, oír y sentir.En definitiva, la emoción del cine.

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