
Y fin.
Sin spoilers
Parecía que este momento nunca llegaría pero, ahora sí, Peter Jackson y su equipo dicen adiós a la Tierra Media creada por J.R.R. Tolkien concluyendo su segunda trilogía en trece años. La primera, 'El señor de los anillos', sirvió para demostrar que el cine épico tiene su (merecido) espacio dentro de la historia del séptimo arte, que se puede conseguir transmitir a través de una pantalla grande la emoción que desprenden las hojas marcadas de un libro, que la calidad no está reñida con lo masivo, que hasta los Oscar saben apreciar el cine fantástico. Porque era eso. Y mucho más. Era un acto de amor de un fan a su niñez y los personajes que la poblaron, el logro titánico de un director que supo entender lo que necesitaba el material literario que tenía entre manos, la consagración de un autor que hizo del equilibrio entre la sensibilidad y el 'más todavía' su marca personal. Todo funcionó tan bien, todo terminó de una manera tan magistral con 'El retorno del rey' que el anuncio de una nueva trilogía, en este caso adaptando una novela, 'El hobbit', considerablemente inferior en número de páginas que su referente directo, se recibió como una buena noticia. Después de todo, nos ofrecía la oportunidad de regresar a un mundo que se había instalado, con toda justicia, en la memoria cinéfila colectiva. Hasta que llegó su primera entrega.
Aquel primer viaje inesperado supuso una decepción considerable, una historia inocente y socarrona que tarda más de una hora en encontrar su ritmo, el tono de aventura familiar que necesitaba. Aquel sabor agridulce se terminó de empeorar con su secuela, 'La desolación de Smaug', continuación que sumaba defectos, con el exceso de metraje como principal culpable, y disminuía virtudes. No, oscurecer el relato no era la solución para obtener mejores resultados. Con el cansancio general acumulado, Jackson se enfrentaba al capítulo final con las expectativas del respetable mucho más bajas que en el comienzo, algo que, a la larga, le ha venido más que bien a la saga. Porque lo que sus predecesoras no supieron hacer, o quizás su naturaleza de relato estirado hasta la extenuación no le permitía, esta batalla de los cinco ejércitos consigue con armas tan básicas como la diversión, el entretenimiento y la acción constante. Los personajes, salvo excepciones contadas, siguen sin importar demasiado, carentes de carisma o personalidad alguna, pero la historia despega definitivamente para construir alguna trama que tiene, por fin, un peso digno. Martin Freeman, Ian McKellen y Richard Armitage aportan el talento interpretativo en una película que se disfruta con facilidad, que aporta una dosis extra de oxígeno a un relato que andaba perdido en la nada, que tiene más épica, entretenimiento y emoción que sus dos antecesoras juntas. No era especialmente complicado pero se debe valorar.
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