De explosiones y coches

Como comprobamos año tras año, el verano es la época perfecta para que nos ametrallen con franquicias que no parecen tener fin. Fast & Furious nunca muere, y menos si sus responsables se sacan de la manga productos extra como el que nos ocupa. Pero, como no podía ser de otra manera, el sello (de dudosa calidad) de la casa sigue estando muy presente.

El film pone en el punto de mira a dos viejos conocidos, Hobbs y Shaw, quienes deberán olvidar sus diferencias y pelear codo con codo para proteger a la hermana de este último de un terrorista que pretende sustraer una peligrosa arma biológica.

Con un argumento digno de cualquier película de espías de Serie B, la saga intenta reinventarse y traer un poco de novedad a una fórmula por todos bien conocida. Sin embargo, y a pesar de que existen ciertas diferencias, la esencia sigue estando ahí (y no es un halago). Logra entretener más que las insufribles secuelas de Fast & Furious, pero, al igual que ellas, peca de un exceso de duración alarmante, y de abusar de la acción sin sentido y de explosiones y estruendos varios sin ton ni son. Cuenta con un reparto poderoso, pero está desaprovechado al encontrarse encorsetado dentro de una cinta que busca coreografías baratas y montajes videocliperos. Se trata, básicamente, de diversión estival sin pretensiones que, aunque siempre pidamos más, ya es algo por lo que, quizá, merezca arrastrarse a una sala fuertemente climatizada.