Hagiografía

He visto esta película motivado por dos estímulos:

El primero, las ganas de ver una rareza, y además española.

El segundo, las críticas excepcionales (varios dieces y un nueve con nueve, creo) que presentaba en esta sección nuestra.

Esto último no me llevaba a creer que fuera una película excepcional, sino que seguramente estaba dirigida a un público muy determinado y muy fácil de llevar a un terreno muy concreto.

Después de vista me afirmo en las dos cosas.

Rareza en cuanto al tema. No es frecuente un documental sobre la vida de un sacerdote. Tiene razón el director cuando dice al principio que ha tenido que ser muy valiente para hacer una película hablando "bien" de un cura.

Y en cuanto a lo segundo, efectivamente, se diga lo que se diga, esta película no va a dirigida a todo el mundo.

Juan Manuel Cotelo, en plan showman americano, empieza el documental explicando las razones que le llevaron a realizarlo. Da la impresión de que no es una persona especialmente creyente. Simplemente se decide a llevar a cabo la película impresionado por la fuerte personalidad del protagonista, Pablo, casi independientemente de que sea sacerdote o no. Aquí nos cuela una trampa, pues al final del documental descubrimos que no es para nada imparcial; confiesa que es de comunión y misa semanal, y eso se nota a lo largo de todo el metraje en detalles sutiles o bastante evidentes.

Algún detalle sutil: Todas las personas que opinan de Pablo, el cura, son presentadas en algún momento con su nombre sobreimpreso en una fotografía. Es imposible que alguna vez en su vida cualquiera de ellos haya sido mejor retratado, con la sonrisa más beatífica en el caso de los curas, o con expresión tan seráficamente bondadosa en el caso de los amigos o hermanos. Un ejemplo representativo: una monja con una mancha cutánea en la cara, es presentada siempre de tal modo que la mancha apenas se note.

Esto es mayor defecto de toda la película, esta ocultación de los defectos, para mi un error importante que resta credibilidad al personaje de Pablo.

Pablo, es presentado como alguien sin fisuras, demasiado íntegro, demasiado entregado a los demás, demasiado seductor, demasiado casto, demasiado desinteresado, demasiado todo. No presenta ni una sola debilidad. Siendo así desde la primera infancia, como se dice en muchos momentos, no tiene mérito acabar siendo santo (al final se incluye la posibilidad de un supuesto milagrito post-mortem). Incluso Jesús fue tentado en el desierto. Pablo no. O si lo fue mandó al diablo a freir gárgaras antes de que le diese tiempo a abrir la boca. Pablo es presentado como un superhombre. A mi juicio había que haberle hecho un poco más terrenal. Y seguro que lo era, sólo que aquí se ignora.

Todo va dirigido a enaltecer sin una sola grieta la figura de este hombre, que por otro lado, tras ver la película y escarbar entre tanta exaltación no me cabe la menor duda de que fue alguien muy especial y con un carisma impresionante. Una lástima, como también se dice, que la Iglesia quedara privada tan pronto de alguien que hubiera podido ser el potente revulsivo que ahora necesita.

Hay dos escenas especialmente impactantes. Una de ellas por el tratamiento. Pablo es presentado como un amante de la montaña. Cuando alcanza una cima establece una verdadera comunión con Dios, y de hecho, ya sea solo o acompañado celebra en cada cumbre que corona una eucaristía. Cualquiera que escala una montaña experimenta una sensación similar. Aquí se asocia con Dios, otro la puede asociar con una integración total con el universo o con la naturaleza. Bueno, a lo que voy. La escena, planteada como una teatralización de la ascensión, es realizada con una grandiosidad digna de Cecil B. de Mille. Esta acompañada de una de las músicas más demagógicas y manipuladoras que yo he escuchado en toda mi vida. Es más, he intentado encontrar al autor de semejante prodigio de potente sensiblería y no he logrado encontrarlo en los títulos de crédito. Es una pena, se merece el Goya de este año, en serio.

Y la otra escena es estremecedora. Confieso que a mi casi me hizo temblar, aunque supongo que por todo lo contrario de lo que el director se proponía. Una de las feligresas de Pablo cuenta como embarazada de una criatura mal formada se plantea en un momento dado el aborto. Ante el dilema se va directa a Pablo, y el sacerdote la convence para llevar adelante el embarazo aun sabiendo que el niño va a morir nada más nacer, como efectivamente sucede. Es impresionante la alegría con la que esta señora cuenta los hechos y casi más impresionante como no se menciona para nada al marido, como si en todo esto sólo contara la opinión de Pablo y de Dios. Hay que ser muy creyente para no considerar esta escena digna de figurar en una película de terror.

La película impacta en el público (en el determinado público que va a ver esta película, claro). Al finalizar la proyección, la sala, practicamente llena un jueves por la tarde, rompió a aplaudir.

Una pena que este retrato de un gran hombre, en serio que de eso no me cabe la menor duda, quede empañado por tanta demagogia, en las imágenes, en la música, en las presentaciones del director, y hasta en los títulos iniciales, bastante fuertes y dirigidos también a sacudir el lado sensible del corazón.