
Jugando con fuego helado
Sin spoilers
El peso del silencio sobre la espalda, la inevitable armadura invisible que se crea todo aquel ser humano que ha observado, en primera persona, como todo su mundo se desmorona de la manera más terrible que podamos imaginar. Ese dolor, esa ausencia, esa pérdida insalvable, esa distancia infinita entre el pasado y el presente en la que el futuro no adquiere mayor sombra que la de la supervivencia, es el terreno en el que se mueve 'Manchester frente al mar'. Todo duele, todo asfixia, y sin embargo, siempre queda un hueco para el absurdo en medio de la tragedia omnipresente. Porque esa es una de las misiones que el espectador se plantea a la hora de enfrentarse a la película escrita y dirigida con inmensa cantidad de talento por Kenneth Lonergan, ser capaz de tomar aire en medio de un invierno que hiela el corazón y empapa los huesos.
Y en esa constante búsqueda es donde la propuesta encuentra su razón de ser, su virtud mayúscula. Uno observa, hipnotizado, como una vida intenta mantener un equilibrio imposible a través de una mirada, la de Casey Affleck, en la que cabe un millón de heridas incapaces de cicatrizar. El actor, intenso en su contención, brutal en su capacidad para construir un personaje infinito desde el abismo más oscuro, carga con el peso de una historia tremenda a través de una de esas interpretaciones que empiezan desconcertando y terminan impactando para siempre. A su lado, Michelle Williams y Lucas Hedges ofrecen trabajos ejemplares, pero alejados del prodigio del protagonista. Tres pilares sobre los que Lonergan construye un castillo de naipes cuyo mayor mérito es, sin lugar a dudas, no hundirse por completo. Y eso que juega con fuego constantemente.
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