
Armendáriz regresa con un retrato intimista del abuso infantil
Sin spoilers
Montxo Armendáriz regresa a la gran pantalla seis años después de su último trabajo. Lo hace con un intenso drama de corte intimista en el que retrata, a partir de la historia de la joven Silvia, el dolor, el miedo y la desorientación con la que tienen que vivir las víctimas de abusos sexuales en la infancia, muchas veces ignoradas o simplemente apartadas por la sociedad y sus propias familias.
El director navarro define su último largometraje como una película sobre la determinación de enfrentarse a un traumático destino; sobre la voluntad de construir un futuro propio, y que intenta reflejar en la pantalla una oscura realidad que nuestra sociedad se empeña en ignorar. Un día, Armendáriz escuchó la historia de un joven que sufrió abusos sexuales por parte de su profesor de música y la de otro adolescente que llevaba varios años soportando las perversiones de su abuelo, y supo que quería poner voz y rostro a esas tragedias tantas veces ocultas, incluso por sus propios protagonistas, quienes no se atreven a hablar de ello. Durante un año, Armendáriz convivió con el dolor y las ilusiones de estas personas y habló con los profesionales que les atendían, intentando, al mismo tiempo, alejarse de los tópicos del tema para analizar sin prejuicios la complejidad de algunos comportamientos humanos.
Lo cierto es que Armendáriz intenta contar la historia sin caer en los juicios hacia cada uno de los personajes que aparecen en ella ni en el sentimentalismo. Pone la cámara al servicio de la protagonista con planos largos llenos de silencios, en los que los ojos de la actriz Michelle Jenner, que encarna a Silvia, se encargan de transmitir al público sus intensas emociones. Por eso, la terrible secuencia en la que vemos sin ver cómo y cuándo se inició la tortura de Silvia a manos de su propio padre, se centra precisamente en su mirada cargada de pánico e incomprensión ante lo nuevo que está ocurriendo y sólo la frase que da título al filme, pronunciada por el actor que encarna al padre, Lluis Homar, basta para que sepamos muy bien lo que está acaeciendo y sintamos la tortura del momento sin necesidad de ver más. Es quizás la escena más impactante de la cinta, narrada a través de flashback, que, sin embargo, mantiene una estructura muy real de la narración y que sólo adolece de una falta de comprensión en el final, al parecer dejado para la particular interpretación de cada espectador.
Y frente al silencio que la víctima sólo se atreve a romper delante de su madre, papel interpretado por Belén Rueda, la protagonista sólo encuentra vacío. Ni siquiera su madre la cree, así es que pasarán muchos años hasta que pueda volver a romper su silencio frente a una terapeuta, encarnada por Cristina Plazas, que será quien ponga a la joven en el duro camino de intentar superar su pasado. Completan el reparto: Rubén Ochandiano, Nuria Gago y Javier Perea. Junto a ellos, debutan Irantzu Erro, Ainhoa Quintana, Irene Cervantes y Maider Salas, las cuatro niñas que interpretan a Silvia y a su amiga Mayte cuando son pequeñas. Además, estos personajes de ficción se complementan con testimonios reales de víctimas de abusos, que expresan sus propias experiencias.
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