
Monstruosa cotidianeidad
Sin spoilers
Montxo Armendáriz ha creado una película sin estridencias, honesta y sensible sobre quizá la mayor de las aberraciones que el ser humano puede cometer sobre otro que depende por entero de él. El tema de los abusos sexuales en la propia familia, en este caso el de un padre "contra" una hija se refleja aquí en toda su progresión y en su monstruosa cotidianeidad.
Silvia, la joven, una extraordinaria Michelle Jenner de miradas y silencios portentosos, no ha sido concebida por Armendáriz como una víctima sin más. Es un personaje complejo y sorprendente. Asistimos, a veces estupefactos, como va desarrollando una relación de amor-odio con su padre. Frente a un sentimiento de miedo ante ese progenitor tan peculiar se oponen escenas de cariño, de ternura doméstica, que desconciertan tanto al espectador como a la personalidad en formación de la niña que crece ante nuestros ojos. Ya adolescente vemos que no puede compartir el mismo espacio con ese padre castigador y sin embargo no puede evitar tener con él gestos de ternura, como el que muestra ante el aumento de sus canas. Relación ambivalente y torturada, plasmada a la perfección en la película.
Muy bien trazado el papel del padre, interpretado magistral y patéticamente por Lluís Homar. Armendáriz lo tenía fácil para convertirlo en un degenerado sin matices, pero vence la tentación y, sin justificarle en ningún momento pero también sin juzgarle, le insufla sangre y alma, apoyado, repito, en la extraordinaria labor del actor. A lo largo de la película sabemos que él quiere a su hija Silvia. Los abusos sexuales para este padre no son tales, es otra manera más (para su mente desequilibrada) de transmitir amor a su niña, y ella, aunque consciente de ser una víctima sabe de ese amor. En un momento de la película Silvia dice no entender como la persona que más le ha querido ha sido también la que le ha destrozado la vida. Y ni ella misma entiende, en una escena audaz y transgresora en su sencillez, porqué tiene que regresar de vez en cuando a solicitar a su verdugo ese amor sucio y culpable. Seguramente porque es el afecto más intenso que le han dado nunca.
La historia aborda también el papel de la madre, una estupenda Belén Rueda, fundamental en el avance de la historia en su papel de burguesa acomodada que no quiere ver lo que pasa en su hogar, que no quiere que nada rompa su vida cómoda de boutiques y restaurantes de diseño y que hasta huye en un momento dado para seguir ajena al monstruo que tiene escondido en los armarios de su casa.
Esto es lo único que resta credibilidad a la historia. Cuesta concebir fuera del guión de una película a una madre que abandona a su hija en las manos, en el sentido literal, de un padre abusador. Creo que hubiera sido más acorde con la realidad y más valiente por parte del director el dejar a esta madre sofisticada en casa, consintiendo los hechos. Se puede querer ser ciega por miedo, por comodidad o por acabar asumiendo como normales hechos aberrantes repetidos constantemente.
Película rodada a un ritmo pausado, pero para nada lenta, sin música, tan solo con el acompañamiento de los instrumentos que Silvia y su amiga Maite tocan, supongo que para que nada artificial nos despiste del frágil y perturbado mundo de los protagonistas.
La historia de Silvia se alterna con una terapia de grupo de personas de ambos sexos que sufrieron abusos, al que al final vemos incorporada a nuestra protagonista. Quizás esto sobra, en mi opinión. Sabemos que lo que acontece en la película está sacado de la realidad, creo que no hace falta apoyarlo a lo reality show, por muy impactantes que sean algunas de las declaraciones.
Tiene un final abierto a la esperanza, en el que una Silvia renovada parece haber encontrado fuerzas para emprender de una vez por todas su vida, dejando atrás un padre al fin derrotado, una madre florero y un pasado de frustraciones, miedos y desequilibrios.
Ojalá todas estas historias terminen igual.
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