Parthenope: alegoría de Nápoles

El escenario es Nápoles. Es decir, el universo onírico de los anuncios de Dolce & Gabbana. En slow motion, por las calles de una ciudad clásica, bucólica y trágica, desfilan jóvenes de figuras perfectas, miradas ausentes y labios entreabiertos. Entonces la vemos: Parthenope, una joven esculpida por los ángeles que emerge del mar como una Venus renacentista. Su nacimiento es teatral, casi cómico, aplaudido por una "famiglia" acomodada de Capri. En la adolescencia, Parthenope es el perfecto objeto del deseo, salvo del antropólogo John Cheever, quien le espeta: "tu belleza provoca el caos" y rechaza caminar con ella para no robarle "ni un segundo de su juventud". Pero la belleza perfecta sólo admite la admiración, el culto, pero jamás la felicidad, ni el amor. Parthenope no sólo carga la maldición de la belleza, sino también la de la curiosidad. En la universidad, interrumpe al profesor: "¿Qué es la antropología?". Desilusionada por la respuesta, considera volverse actriz porque los actores "sí tienen las palabras perfectas". Y no será la academia sino un romance trivial lo que conducirá a Parthenope por una antropología más auténtica: su viaje místico por el Nápoles profundo. En las calles sombrías y escenarios de pobreza residen la esperanza, la devoción y la esencia de lo sagrado. La joven asiste al ritual de dos familias que fijan su unión mediante un coito público. Durante la misa de San Genaro, el sacerdote agita una ampolla con la sangre del santo y, al licuarse, ocurre un milagro. Cuando Partheope conoce al obispo asistimos a una escena cargada de esoterismo y sensualidad. La joven viste en su cuerpo las joyas del tesoro de San Genaro mientras el obispo, casi desnudo, declara su devoción: pareces una virgen. Ella lo premia, nos premia, con una revelación: el detonante de la pasión femenina es la osadía de un hombre.

La densidad conceptual de Parthenope se despliega por todos los registros: trama, diálogos poéticos, ritmos hipnóticos, atmósferas melancólicas y extravagancias visuales que pasan revista por toda la historia del arte. Los personajes posan y gesticulan como esculturas clásicas. Los escenarios metafísicos recuerdan la pintura de Giorgio De Chirico, o las composiciones de Salvador Dalí. Evocamos también las transgresiones religiosas, casi macabras, de El babé de Macon de Peter Greenaway.

Recomiendo ampliamente Parthenope. Pero exige atención, tiempo, inocencia, y cierta calma mental. Mi experiencia fue de introspección, melancolía, y una pregunta incómoda por la esencia de lo bello que, como toda idea platónica, es siempre imperfecta, impura, fugaz. Parthenope es, sobre todo, una alegoría de Nápoles, una idea arquetípica de su espíritu, aspecto y atmosfera. "¿Cómo podemos ser tan tristes"-pregunta un personaje "si vivimos en el paraíso?"