
Soledad, desesperanza y sexo
Sin spoilers
Shame es un retrato de la soledad, de la inmadurez sentimental, de la vacuidad de las relaciones humanas. Steve McQueen compone un panorama nada halagador y a veces bastante sórdido de un determinado tipo de personas, quizás cada vez más numerosas en una sociedad llena de individuos solitarios y autosuficientes. Brandon, interpretado por un soberbio Michael Fassbender, es un tipo al que se podría catalogar como un triunfador. Apartamento de diseño, porte seductor, ropa cara, profesión de élite, pero deficiente absoluto en sentimientos.
Es un retrato descarnado, sin pudor, en el que el propio Fassbender se pasea repetidas veces por la pantalla desnudo, nada entre su cuerpo y la cámara, nada que ofrecer en sus relaciones ni en su vida salvo ese físico espléndido que usa en sus maquinales encuentros (otros con cuerpos menos afortunados no tendrían ni la salida del sexo fácil). Una vida enfocada a apareamientos asépticos en que lo único que puede entrar en juego es el dinero. Es una película dura en la que McQueen no parece tener mucha compasión por el género humano. El director no le concede esperanzas a su personaje y lo aboca al fracaso rotundo si alguna vez hace intento de poner en juego algo de sentimiento.
Película de escenas que se recordarán, como la del encuentro en el metro con la chica rubia, o el "New York, New York" que se canta una Carey Mulligan en estado de gracia.
La ropa que viste Brandon es neutra, elegante pero correcta y sobria. Nada destaca de un universo de grises y azules en su vestuario. Hasta las sábanas (las del cartel de la película) son azules. No se si esta película llegará a convertirse en objeto de culto. Si es así, el abrigo y la bufanda que viste en sus andanzas por la ciudad bien pueden pasar al imaginario colectivo, tiempo al tiempo. La película transcurre en un Nueva York atípico, nada que ver con el adorado por Woody Allen. Podríamos estar en un Londres invernal si no fuese por la inmensidad del río Hudson. La ciudad aparece fotografiada como el propio Brandon, en tonos fríos y neutros. Las vistas no son las comunes. No sale el Empire State ni el Puente de Brooklin ni el escaparate de Tiffany's. No estamos en un Nueva York convencional ni luminoso, al igual que no lo son las vidas de los protagonistas.
Quizás alguien pueda achacar demasiada uniformidad visual a la película. Tanto los personajes como la ciudad, como las habitaciones, todo está estudiado para lograr el mismo aspecto gélido. Y en este mundo de monótona uniformidad irrumpe Sissy, una desoladora y perfecta Carey Mulligan, un torbellino de pasiones rotas y frustraciones sentimentales que trastoca con su imagen de rubia de bote poligonera y sus abrigos de leopardo sintético la existencia monótona y patética de Fassbender.
El personaje de Carey Mulligan podría definirse en la espléndida y sorprendente interpretación que hace de la canción "New York, New York". Tras haber oído inmumerables veces las enérgicas versiones de Liza Minnelli o Sinatra uno no se imagina que a la canción se le pueda dar tal grado de tristeza. Así es esta Sissy, aferrándose como puede a un Brandon huidizo y violento que al final comprende en su viaje a la degradación que ella es el único asidero que le queda al mundo afectivo.
Y como dato curioso, parece que quedaron atrás los tiempos en que Almodóvar escandalizaba al mundo entero cuando les bajaba las bragas a sus chicas y las sentaba a orinar en la taza del báter. Aquí asistimos a una meada real y completa de un Michael Fassbender que no oculta absolutamente nada.
Película hermosa pero dura, nada complaciente, retrato desesperanzado de personajes rumbo a la nada. Absténganse románticos en busca de historias de amor.
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