Fría luz de la sinceridad

La vida es un constante devenir de terribles decisiones o de perversas intromisiones. En el caso de "ÉL y ELLA", protagonistas de Stockholm, ambas suceden. Se parte del punto "normal" en el que en una fiesta de sábado por la noche, el chico va a decir cuánto necesite para embelesar a la chica que en un principio podrá sentirse desconcertada, pero que luego simulará no querer nada con él.

Todo el largometraje es Él y Ella, y si en el camino se encuentran con otro ser doliente y viviente es éste cuasi atrezzo que no impide contar una historia que puede parecer plana pero que termina inflexionando constantemente de forma drástica.

Valoro que el guión sea realmente el director de la trama, que sus personajes evolucionen ( o devolucionen) en cuestión de instantes; Él le jurará lo enamorado que se siente desde el instante en que cruzó con la bonita mirada de Ella, que aunque triste, le advoca a incluso hacer el parias en una fresca madrugada. Ella escuchará a su conciencia que no se fie de él, que será uno más que le termine hiriendo, pero a pesar de los consejos de su "yo consciente", se sentirá totalmente delirante a continuar con él, a su lado, o tirando del hilo al que él espera que tire.

Y sin entrar en los detalles de su experiencia sexual, la mísma ocurre, lo cual fulmina con el hechizo que en algún lado debe desparramar la noche- oscura y fría- para entrar en una realidad que es proyectada por una luminosa mañana, en un cuasi diáfano y ordenado lugar que no tiene más encanto que un viejo muñeco de felpa.

Terminas, como espectador, sintiendo la decepción porque se desea un desenlace simpático aunque se puede intuír desde el comienzo, que no podría caber la posibilidad de que el creativo flirteo pudiera tornar en un enamoramiento sin condiciones y sin tan siquiera conocimiento por sus amantes, que siguen siendo Él y Ella. Pero cuando las cosas salen siempre a la inversa de lo deseable, de lo esperado e incluso de lo que estimamos por contrario a lo que merecemos, nuestra cara menos amable, menos sonriente y menos confiable, surge sola para protegerse.

A Ella- debiitada por un posible pasado solitario o incluso cruel, no se dan más detalles-, el hecho de que el amable "caballero" de la noche que había prometido hacer cualquier cosa por ella, termine siendo el tío que en primera instancia se muestra diplomático pero que no tiene más intención que perderla de vista, la arrastra a un bucle sin salida.

A Él- cuya posible ordenada vida, en la que no puede salir las cosas fuera de las líneas trazadas- no le entra en la cabeza el cambio tan abrupto que supone "Ella" por la mañana. Y cuando sus planes no salen tal como esperaba, su reacción no es otra que la de sucumbir a revelarse que no es para nada un caballero andante y que el enamoramiento jamás existió. Sin embargo, mantiene un autocontrol fuerte, sabe que gritándola no conseguirá que "Ella" acepte que el único propósito era el sexo, en ese lugar y en ese momento.

Nada dicen sobre las circunstancias en las que giran cada uno de ellos. "Ella" por mucho que hable con su madre por el móvil, como mucho advierte que es frágil y que hasta su propia madre anda preocupada por ella por su salida nocturna tras tiempo sin hacerlo. "Él", ni su organizado cuarto, ni su pulcro apartamento de estudiante, ni siquiera las fotos que encuentra "Ella" en el cajón dan nota clara de quién es. Aunque cuando "Ella" encuentra el muñeco de felpa sobre la balda de su cuarto, pueda hacerle sientir que en el fondo es alguien que añora el pasado.

El momento del despertar no se hace tan dramático como cuando Él, que tiene planes para esa mañana de domingo, se percata que de alguna forma Ella ha estado hurgando entre sus cosas. Por ello valora en cambiar su cortés propuesta de permitirla que se duche y que luego sin prisa alguna cierre la puerta de casa. Hasta "Ella" se asusta del cambio tan repentino, pero firme, quizá por primera vez en su vida, no desistirá en la intención de que se vaya y no le permitirá dejarse llevar. Por ello, toma las llaves del apartamento y las guarda para no dar pie a que Él se marche, dejándola tirada- que es lo que quiere evitar a toda costa- y a la misma vez, darle de su medicina: Que asuma las consecuencias de su decisión de meterla en su casa.

La tensión puede mascarse, porque aunque el Sol pueda irradiar y marcar el inicio de una bonita mañana dominical, lo que hace es iluminar a ambos- Él y Ella- que hay que tener cuidado con quien se mete en la vida del otro. Por eso, cuando la sensación de ahogo es tal para ambos, Ella aprovecha la ducha para intentar desvelar qué hace y porqué, y mientras él, aplaza su supuesto plan importante, para tender la mano, seguir con el papel que empezó por la noche y de alguna forma darle un fin sin sobresaltos a su elegida amante ocasional.

Cuando Ella, ya duchada, y él, más calmado, reaparecen en la terraza que le mostró al llegar al apartamento por la noche, visualizan una estampa de Madrid en la que sólo puede sentirse el viento. Ni la ciudad puede romper el silencio que habita entre Él y Ella. Él ya no tiene como objetivo hacerla reír, sólo hacerla comprender que tiene que irse; Ella ya no tiene como motivo reírse del repertorio de ÉL para hechizarla, tan solo quiere tener por primera vez el control de la situación.

Con la excusa de preparar café, Él vuelve al apartamento, mientras que Ella, sentada en el poyete de la terraza, toma aire y valora una decisión que probablemente ya hubiera contemplado antes. Sólo le faltaba el intruso que se pusiera por medio y de alguna forma reafirmara su fatal decisión de desaparecer: Literal. Se arroja al vacío. Dejando que el silencio ya no sea incómodo, que ya la espera no sea agónica y evitando de nuevo sentirse en situaciones en las que tiene que hacer algo que no quiere. Que no es capaz de controlar absolutamente nada.

Él a su vuelta no le queda más que, posiblemente, alegrarse en primera instancia, de no volver a verla, pero en el momento que se asoma y la ve yacida en suelo, deseará por primera vez que sus planes no hubiesen salido tal como los ideó.