El olor de la venganza

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Crítica de 'Tarde para la ira'

De Afrutos

28 sep 2016

8,8

Sin spoilers

La venganza huele a polvo y arena. Aire seco que se atraganta, golpe en el estómago que te deja sin respiración, movimientos nerviosos, falsa paciencia. El dolor no se siente, se vive, atrapa, te agarra y no cede espacio a la piedad ni a la compasión. Y transmitir todo esto a través de una película se antoja, antojaba, tan complicado como atrevido. Hasta que Raúl Arévalo, ayer uno de los mejores actores de nuestro país, hoy, ya, uno de los directores más prometedores de nuestro país, lo ha conseguido con su ópera prima. 'Tarde para la ira', digámoslo ya, llega para quedarse en nuestras retinas, para convertir sus palabras y silencios en eco que se instala en nuestra garganta y no nos abandona. Ni falta que hace. Su primera película, aunque parezca mentira a la vista de su control y talento para dirigir con pulso de hierro, está repleta de virtudes, de ideas bien planteadas y mejor ejecutadas, de personajes reales, que duelen, que marca, que te acompañan en la distancia. Todo en ella fluye con la facilidad que solamente demuestran los grandes trabajos, los clásicos contemporáneos.

Porque esa es la principal sensación que recorre toda la película, la de estar asistiendo al nacimiento de una de esas obras que, desde su mismo nacimiento, parecen condenadas a habitar en ese prestigioso rincón que acoge a lo esencial. El cine español hacía mucho tiempo que no encontraba una historia que, mediante la pausa, la contención y la violencia equilibrada entre el todo y la nada, trazara un recorrido tan sobresaliente. Desde su impactante prólogo, Arévalo pone todas las cartas sobre la mesa, dejando claro que aquí, la comodidad y los lugares comunes, brillarán por su ausencia. Apoyado en un reparto entregado hasta el infinito con sus personajes, el director consigue extraer todo el jugo a una trama en la que la tensión se puede cortar con el filo de una navaja, en la que uno siempre observa desde la espalda lo que ocurre en el interior de las piezas que se mueven a lo largo de un tablero marcado por la España profunda. Bares, pueblos, moteles de carretera, vecinas cotillas, camareros que se han tomado una de más, verbenas de verano, en definitiva, un paisaje tan cercano que es imposible no sentirse parte de un todo deslumbrante.

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