
Los gángsteres también envejecen
Sin spoilers
Que afortunados somos de tener a Martin Scorsese. Que regalo más grande que siga en activo y que sigamos esperando cada nuevo estreno suyo. Menudo gustazo ver el retorno del retirado Joe Pesci por la puerta grande. Más aún cuando vuelve para compartir planos con los dos grandes titanes de su generación, Robert DeNiro y Al Pacino. Y como de incomparable es la suerte de vivir en una ciudad con alguna sala que proyecte El Irlandés, la última obra maestra del cine de Scorsese, del cine de gángsters, y en definitiva de una clase de cine que llega a su ocaso.
Estamos ante una auténtica épica. Da igual todo el rejuvenecimiento digital, El Irlandés ha nacido como un clásico, una obra eterna por la que no pasará el tiempo. Pero a decir verdad poco podía salir mal en un proyecto tan prometedor, Netflix mediante(le pese a quien le pese). La anticipación era tal que una vez las luces de la sala se apagaron no se palpaba nada más que un profundo respeto que trascendía a cada amante del cine de una butaca a la otra. Del minuto 1 al 210 el tiempo se detiene y ante nuestros ojos y oidos se desenvuelve la que probablemente sea la historia más madura de la filmografía del director italoamericano.
La mirada de Marty sobre la Mafia que tanto conoce se vuelve más personal que nunca, y lleva consigo una carga emocional que raramente se ha visto en su filmografía. Está más que claro que ya no estamos ante el frenético montaje de Uno de los Nuestros o El Lobo de Wall Street, algo que se hace más evidente a medida que avanza la trama y la música se desvanece hasta el silencio. Ese tono gamberro y glamouroso que acompañaba las historias de aquellos criminales irredimibles se convierte en crítico y crepuscular en El Irlandés. Aquí las muertes son secas, el destino es el desamparo y los gángsters se han hecho mayores.
Por supuesto no deja de haber señas de identidad "Scorsesianas" por todos lados. Es evidente que hay bastante autohomenaje, especialmente durante la primera hora, que también quizás sea cuando el polémico CGI se haga notar más. Pero poco dura esta primera impresión, ya que apenas tardamos en meternos de lleno en la vida de esta panda de malhechores, sus asesinatos, sus conversaciones, llamadas telefónicas, incursiones políticas y fraudes. Es un relato con una mirada tan amplia y ambiciosa que solo se puede contar con el lenguaje del séptimo arte. Y cómo domina ese lenguaje Martin Scorsese.
La película aprovecha todo su metraje para abarcar infinidad de sucesos a través de varias décadas de la historia de Estados Unidos. No hay un minuto desechable o aburrido, y siento que eso hay que agradecérselo en gran medida a la veterana Thelma Schoonmaker, fiel editora de Martin, con quien logra crear un ritmo dinámico y vibrante. Tenemos una estructura que permite compaginar escaladas de tensión acongojantes con secuencias oscuramente cómicas, hasta llegar a un dramatismo que resulta sorprendentemente emotivo. No he leido el libro de Charles Brandt original, pero el guión de Steven Zaillian es un ejemplo apasionante de una estructura y desarrollo maestros.
Robert DeNiro nos hará testigos de todas estas facetas como ese tipo duro e impasible remitente a tantos de sus papeles icónicos. Solo podía ser él quien encarnase a un matón sin ningún escrúpulo al que nadie puede evitar querer. Tanto si Frank Sheeran está en sus 30 como en sus 70 la mirada y la mueca clásica del actor transmiten una verdad que atraviesa la pantalla y el alma. DeNiro conmueve y su personaje crece junto a los espectadores. Aunque cuesta decir quien es el mejor actor en una película repleta de duelos interpretativos.
Fascina el giro de Joe Pesci, que es aquí lo más cercano a la voz de la razón, calmada, y cautivadora. En la propia presencia de Pesci encontramos el corazón de la película, y quizás esa madurez indispensable del mensaje que lanza Scorsese. Ya no es el amenazante "Funny How?" de Tommy DeVito sino un resignado "It is what it is" de Russell Buffalino. Por la otra cara de la moneda tenemos a un Al Pacino que entrega una impulsividad y fuerza magnéticas. Jimmy Hoffa se come la pantalla en cada una de sus secuencias y se convierte en una figura tan imperfecta como adorable. Un personaje real al que Pacino insufla vida con una energía que solo tiene él.
Ninguno de los tres había estado tan bien en mucho tiempo. Es una gozada que hayamos podido disfrutar de su talento en tantas escenas memorables que contiene El Irlandés. Todo esto sin desmerecer el fantástico trabajo de los secundarios, entre ellos Stephen Graham, Ray Romano, Bobby Cannavale, Anna Paquin y Jesse Plemons. Hasta el gran Harvey Keitel hace acto de presencia, si bien su tiempo en pantalla es poco más que un bienvenido cameo. Probablemente no volvamos a ver un reparto tan idóneo para una cinta del género en mucho tiempo.
Aunque por el momento no hay más que estar agradecidos porque I Heard You Paint Houses haya cobrado vida como imagen en movimiento. No se puede dejar de mencionar la fotografía de Rodrigo Prieto, elegante y sobria cuando la narrativa de Scorsese lo precisa. Pasamos por varias décadas donde el departamento de arte se luce, pero resulta especialmente impresionante cuando la cámara transiciona a nuestro presente más cercano casi sin que lo notemos. Pero todo está orquestado según la intención de un maestro que a estas alturas le queda entre poco y nada que demostrar. O eso parecía
Tanto ha contribuido Martin Scorsese al arte durante toda su carrera que aún sigue sorprendiendo con el ejercicio de reflexión que supone esta película. Tras un trayecto lleno de exploraciones en torno a temas trascendentales, se atreve en esta ocasión a incluir una reflexión tan profunda como inaudita. Presenta una sentencia final, un mensaje que desgarra el corazón y maravilla a los sentidos. Decide cerrar con un broche de oro su última obra magna, y de la misma manera parece que se completa un círculo irrepetible. Es un final melancólico e incluso triste para un cine sobre hombres malvados, pero hasta ellos merecen una gran despedida.
Las luces se encienden y en la sala se respira el mismo respeto que antecedía al comienzo de El Irlandés, solo que esta vez va acompañado de aplausos incesantes. Que lástima que no los pueda oir el maestro, pero una vez más, aunque sobre decirlo:
Gracias Marty
Que fortuna, que regalo, que suerte más grande.
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