Del amor, del desamor, y de la vida.

He aquí una de las mejores películas que he visto este año, el primer largo de Jonás Trueba, una maravilla intimista hecha con poco dinero, con actores en estado de gracia, y con la maldición de ser una película española poco comercial y nada publicitada para el gran púbico, es decir, que la disfrutaremos cuatro o cinco freakis, de los que nos gusta ver cuanta rareza asome por las pantallas.

La película trata de lo difícil que es olvidar a una persona de la que has estado enamorado, de las relaciones que se rompen sin dramones, simplemente porque la rutina o el desgaste va acabando con la ilusión que nunca debe faltar. Un guión estupendo en el que el espectador entra enseguida, Jonás filma sentimientos que todos hemos sufrido más o menos alguna vez.

Es una película en la que la palabra manda, los diálogos son la acción. En realidad no pasa gran cosa. Aunque dicho así pueda parecer que nos hayamos ante un tostón, nada más lejos de la realidad, el entretenimiento (dialéctico) está asegurado. Asistimos a los recuerdos de Ramiro (un inconmensurable Oriol Vila) sobre su relación con Andrea (otra no menos inconmensurable Bárbara Lennie), salteados con su vida presente, mezclándose ambos tiempos sin orden aparente en unas historias narradas algo caóticamente ya en tercera, ya en primera persona, pero con una naturalidad y un ritmo que en ningún momento desconcierta o confunde.

Las escenas entre ambos personajes son magníficas, realidad cotidiana pura y dura, sin artificio. He visto pocas veces en el cine español una conversación más natural que la que mantienen mientras juguetean cada uno con un flash. El guión, espléndido casi siempre, de vez en cuando roza la genialidad: la furgoneta blanca que aparece encima de la nevera es un detalle de esos que te llevas para siempre en la memoria (con toques así se hace la leyenda de los directores, que se lo digan a Lubitsch y a sus puertas)

No todo es perfecto. Quizás cae en personajes secundarios demasiado tópicos, por ejemplo el tío librero, o Lucas, el empleado de la librería que parece que acaba de salir de un manual del perfecto rojillo neo-hippy. La indumentaria de Ramiro también es salida de un cliché, con esos cuellos de camisa siempre medio saliéndose por el cuello del jersey y con esas botas deformadas que sólo llevan los progres de cuando yo iba al instituto. También parece sospechosa la facilidad que tiene Ramiro para acabar acostándose con todas las chicas que salen en la peli, aunque no da la sensación de que lo haga para tener relaciones sexuales sino para llevar el diálogo a una posición horizontal más cómoda.

Resumiendo, una ópera prima espléndida.

Y para los románticos. La escena final es una de las declaraciones de amor más hermosas que se hayan filmado en el universo conocido.

A ver como superás todo esto en tu segundo largo, Jonás Trueba.