
Tocar hasta morir
Sin spoilers
The Black List (la lista anual de guiones no filmados que, previa selección, son publicados cada diciembre desde 2004) publicaba el guion de 'Whiplash' en 2012 y el propio Chazelle dirigía una versión en formato cortometraje en 2013, que se vería en Sundance. Su éxito conllevaría a la realización del largometraje. Y así nació uno de los films imprescindibles de la temporada 2014-2015.
Un drama punzante y duro, de los que llegan dispuestos a que el espectador clave sus ojos en la pantalla y no se mueva en lo que se prolonga su duración. Cine mayúsculo, del que pone los sentimientos a flor de piel a base de golpes: los de las baquetas y los emocionales. Porque 'Whiplash' es un puñetazo en la boca del estómago de los que apenas te dejan pensar, abriéndote en canal y haciéndote sentir cada uno de sus compases, tanto los sonoros como los visuales.
Al director, Damien Chazelle, originario de Rhode Island, podíamos conocerle (o no) por ser el autor de sendos guiones de dudosa calidad: 'Grand Piano' y 'El último exorcismo 2'. Exacto, no era esta la mejor introducción que podía hacerse para hablar de un realizador más que notorio, pero son claves (uno más que otro) para entender 'Whiplash' como el firme y despiadado drama que es. Una película de suspense aceptable (de la secuela sobre exorcismos, mejor no hablar) parecería no encajar como experiencia previa a la magistral cinta a tratar en esta crítica de Whiplash; pero si ahondamos un poco más en la biografía de Chazelle, comprobamos que allá por 2009 dirigía 'Guy and Madeline on a Park Bench', musical de carácter independiente, rodado en blanco y negro, y con la música jazz como trasfondo y vehículo de la historia.
De nuevo, el género musical nacido en el XIX en los Estados Unidos se convierte en la excusa y principal medio para contarnos algo. Si este "algo" es una historia de superación, parece que la ecuación queda resuelta de forma positiva. Y si los sistemas de cálculo de nuestra ecuación son partituras, tempos y mucha dedicación, ahí tenemos 'Whiplash'. Dedicación absoluta, cuasi rallando lo enfermizo, recordando un tanto, y salvando las distancias, a Natalie Portman en 'Cisne Negro' (Darren Aronofsky, 2010), film con el que, dejando a un lado su pertenencia al cine de género, comparte alguna que otra semejanza. Andrew Neiman no se las tendrá que ver con su doppelgänger para rozar los límites de su cordura, pues en este caso su talón de Aquiles no viene representado por su otro yo, sino por la figura del opresivo Terence Fletcher.
La principal baza, quien aporta la garra, crudeza y mala baba (y mucho hijoputismo) claves para el engranaje de los soberbios compases que debe seguir la trama, es J. K. Simmons (sin desmerecer la labor de Miles Teller). Simmons, eterno secundario configurado como el estricto mentor de Neiman, encontró aquí, al fin, el papel de su carrera, habiendo ocupado todas las listas de nominados y premios (Oscar y Globo de Oro incluídos, por su personaje en esta película). Impensable parece la concepción del film con otro actor que no fuera él.
Haciendo mención a lo visual, amén de una fotografía más que notable, la excelente labor de montaje del film puede llegar a recordar un tanto a la del ya citado Aronofsky: primeros planos cortos y montados de forma rápida para dar la sensación de aceleración que rige las secuencias musicales. Y todo ello acompañado de una exquisita banda sonora que debemos a Justin Hurwitz, responsable también de la música en el corto en que se basa y que ya trabajó con Chazelle en su anterior film.
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